“Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
Dime con quién andas y te diré quién eres.”
REFRANES
“Well you couldn’t be that man that I adored
You don't seem to know, or seem to care what your heart is for
I don't know him anymore…
I'm wide awake and I can see the perfect sky is torn
You're a little late
I'm already torn
So I guess the fortune teller's right
Should have seen just what was there and not some holy light
But you crawled beneath my veins and now
I don't care, I have no luck
I don't miss it all that much
There's just so many things
That I can't touch, I'm torn”
(Bueno, no podrías ser ese hombre que adoraba
Parece que no sabes, o parece que no te importa para qué es tu corazón
ya no lo conozco…
Estoy completamente despierta y puedo ver que el cielo perfecto está desgarrado
llegas un poco tarde
yo ya estoy rota
Así que supongo que el adivino tiene razón
Debería haber visto lo que había allí y no una luz sagrada.
Pero te arrastraste debajo de mis venas y ahora
No me importa, no tengo suerte
no lo extraño tanto
Hay tantas cosas
Que no puedo tocar, estoy desgarrada)
NATALIE IMBRUGLIA
Hace algunos años —con el fin de cuestionar a previas administraciones—, el hoy jefe del Ejecutivo afirmó: “… el presidente tiene toda la información; claro que sabe todo, los negocios más jugosos que se hacen al amparo del poder público llevan el visto bueno del presidente”. Abundó: “… cuando un presidente es honesto, sus colaboradores están obligados a replicar el ejemplo.”
Si le hacemos caso a ese López Obrador podemos asegurar que hoy en día todos los actos de corrupción de su gobierno y equipo de trabajo llevan su visto bueno.
Ejemplos sobran en fechas recientes.
Él mismo dio el pistoletazo de inicio cuando decidió cancelar el AICM de Texcoco a sabiendas de que ese aeropuerto era la mejor opción disponible.
Luego, cuando pidió 90% de honestidad y 10% de capacidad, conociendo bien que, si el funcionario fuese honesto, no ocuparía un puesto para el cual no está capacitado.
Más tarde, al solapar negocios millonarios del ex director de Segalmex; también del director del INM (ahí sigue despachando mismo con una averiguación abierta en su contra); ocultando los sobrecostos en el Tren Maya, en Dos Bocas, en el AIFA…
Son tantos los ejemplos de corrupción y abusos que ya es imposible pensar que él no sabe de los “jugosos negocios”.
Mas es de vital importancia subrayar uno que, además, guarda semejanzas con el escándalo aquel de la Casa Blanca sucedido en el gobierno de Peña Nieto. Aunque en este caso con dos agravantes: (1) quien compró el bien inmueble trabaja en el gobierno y (2) se trata del secretario de la Defensa Nacional (¡en cuyas manos está el poderío militar y de seguridad pública de este país!).
El general Luis Cresencio Sandoval adquirió un departamento de 407 metros cuadrados en uno de los fraccionamientos más caros y exclusivos del Valle de México.
Resulta que, además de las múltiples inconsistencias en su declaración patrimonial en torno a ese departamento, la vendedora fue Alejandra Aguilar Solórzano, hija de un militar retirado, quien es accionista de una empresa proveedora de la Sedena. Estamos hablando de la definición misma de conflicto de interés: haber adquirido un bien inmueble por debajo de su precio de mercado a un contratista de la misma secretaría de la que se es titular.
Lo que es más, después de la venta —a precio de ganga para el general— la mencionada empresa obtuvo un contrato por 319 millones de pesos para entregar 48 mil placas balísticas al Estado. Luego hubo incumplimiento de contrato, pero en lugar de sancionar al proveedor y disolver el contrato en cuestión, se le amplió el plazo para subsanar el daño y perjuicio. ¿Así o más clara la línea de corrupción?
A pesar de la evidencia, van dos mañaneras que López Obrador evade el tema. ¿Hoy dará la cara o culpará a Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad de haber hecho la investigación?
Vale la pena detenerse aquí un momento para subrayar algo que es fundamental: pronunciar un “… ¿y qué?”, un “no tiene nada de malo”, es hacer exactamente lo que AMLO más criticó en tiempos de Peña Nieto.
Desde el 2018, el mandatario ha exigido —amenazado, presionado, calumniado— a funcionarios públicos reducir sus sueldos y renunciar a sus prestaciones; ha instruido reducir los presupuestos destinados a la salud y a la educación en aras de una austeridad republicana, ¿pero no puede cuestionar/condenar que su secretario de la Defensa compre un departamento muy por debajo de su precio a un contratista?
Señoras y señores: la opacidad y la impunidad son la mezcla perfecta para albergar y alimentar la corrupción. Utilizar los puestos para dar concesiones o adjudicaciones directas a los amigos, los conocidos, y obtener prebendas a cambio es ilegal y es CORRUPCIÓN. Y eso abunda en esta administración federal bajo la batuta de López Obrador.
En este sentido, el mandatario federal es hoy por hoy el principal corruptor del país.
Nuevamente, esto último se puede establecer de forma tajante y adicionarle un importante agravante: a sabiendas de lo que hace su gabinete, AMLO opta por callar. Cuando esto se torna insuficiente, presenta pretextos inverosímiles para justificar lo injustificable.
No solo eso. Deliberadamente, López Obrador ha minado instituciones públicas —pero también organizaciones civiles— dedicadas a detectar irregularidades de la administración en sus tres órdenes de gobierno (federal, estatal, municipal). ¿O ya se nos olvidó que, siguiendo sus indicaciones, la bancada de Morena en el Senado no ha designado los consejeros necesarios para que el INAI pueda sesionar?
La transparencia está de más en ‘el mundo ideal’ de la opacidad que busca el macuspano. Con su silencio, López Obrador está no solo ocultando lo que sucede, sino que solapa presumibles actos de corrupción. Callar lo convierte en cómplice y ser cómplice lo hace culpable.
Él, que ha ondeado la bandera de la honestidad; él, que ha sacado un pañuelo blanco en señal de que se acabó la corrupción; él, quien dijo barrería las escaleras de la corrupción de arriba hacia abajo, se ha convertido en el principal promotor de la corrupción en nuestro país.
A estas alturas, López Obrador lo debe tener bien claro y de ahí su enojo a diario: el callar o defender lo indefendible lo convierte en el mayor cómplice, con todas las agravantes presentes y futuras que eso implica.
Callar o abogar por criminales, sean narcos, como El Chapo Guzmán, o de cuello blanco, como algunos de los actuales integrantes de su equipo, solo confirma la mayor de las mentiras de Andrés Manuel: autoproclamarse como un demócrata honesto.
Vale reiterarle a López Obrador una pregunta retórica: hace rato que en México, con todo el poder que les ha conferido, gobiernan los militares; les ha entregado el país a estos corruptos, ¿y ahora no va a decir nada?
Y aquí les va la respuesta: abogará por ellos. Gobierne él o los militares (a estas alturas ya no queda claro), López Obrador es hoy por hoy el mayor corruptor.