El régimen político mexicano inició su etapa de consolidación con el fin del Maximato callista. Lázaro Cárdenas, iniciador del periodo sexenal, liquidador del PNR (de tufo fascista) y fundador del PRM (con claro matiz socialista), determinó la nueva regla de que el presidente que concluye, no reaparece en la escena institucional y, si lo hace, es sólo marginalmente en la política; también, al decidir por Ávila Camacho en lugar de Francisco J. Mújica, estableció el “péndulo” ideológico del sistema. En apretado resumen podríamos decir que el poder presidencial es absoluto durante 6 años y nulo después de este tiempo, y también que, a un presidente de tendencia izquierdista, lo sucede uno moderado.

Esta fórmula, simple pero eficaz, garantizó la estabilidad postrevolucionaria y permitió que distintos grupos de cortes opuestos pudieran vincularse al poder mediante posiciones, prebendas o negocios. La regla se rompió durante lo que AMLO denominó gobiernos neoliberales: los sexenios de De la Madrid, Salinas y Zedillo, que luego dieron pie a la alternancia. Con el regreso del PRI de Peña Nieto, la presión de la sociedad y de los grupos menos favorecidos dio a la izquierda, representada por Morena, la oportunidad de acceder al poder que De la Madrid negó a Cárdenas. La sucesión que hoy vivimos es la primera de un modelo de régimen que tiene ante sí, la tentación de mantener al péndulo hacia la izquierda, o la posibilidad de reequilibrar el ciclo aplicando las viejas reglas.

Claudia Sheinbaum, si bien es una militante de Morena, es sobre todo, una mujer de ciencia que, conociéndola por sus frutos en la CDMX, diríamos que privilegia la evaluación cuantitativa y los resultados programáticos a la agenda ideológica.

Cuando la bandera se incline frente a ella dando el saludo de la patria al jefe del Estado y los altos mandos de las fuerzas armadas la declaren comandante en jefe, su mandato constitucional no tendrá ya ningún vínculo tutorial con su hoy jefe político. Si AMLO pretende mantener jefatura, deberá tener prudente cuidado en las formas y los objetivos pero, sobre todo, en las personas. Lo que vimos en la Ciudad de México de imponer a la amloista Brugada por sobre el sheinbaumnita García Harfuch, es un símbolo que puede diluirse en la prudencia del exmandatario, o acrecentarse si hay un afán de control meta constitucional del jefe de Morena.

Lo que viene para el país es también un nuevo escenario de tensión con relación a los temas de seguridad y migración con cualquiera de los gobiernos norteamericanos que ostente la Casa Blanca. México es ya tema recurrente en el senado y cámara de representantes de los Estados Unidos, donde connotados legisladores colocan y recolocan el tema, generando una masa crítica que incrementa el riesgo objetivo de decisiones fuera de la diplomacia en contra de los cárteles en México.

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Por otro lado, en el frente interno, la reducida e inoperante oposición es incapaz de hacer planteamientos de fondo que no revelen lo bajo de sus intereses frente a toda la soberbia de muchos de sus ex compañeros de partido (hoy encumbrados operadores de la 4T). Este desequilibrio no contribuye a generar presión que equilibre al régimen morenista, por lo que se da el riesgoso escenario de cohesión interna frente a la presión exterior, fórmula que suele hacer que los tomadores de decisiones toleren y hasta fomenten la confrontación exterior, pues suele dar réditos unificadores de los leales y de los no tan leales.

Se va a requerir paciencia y talento para atravesar las turbulentas aguas que la presidenta tiene enfrente. Afortunadamente, ambas son virtudes femeninas; sin embargo, los niveles de riesgo carecen de precedentes en el México moderno. Esperemos que la visión estratégica prevalezca y los atavismos del vetusto caudillismo sólo queden en histórica anécdota.