Fue torpe, aún para los estándares barbáricos de la prácticamente inexistente diplomacia estadounidense, el intento de manchar el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) con una acusación falsa y desechada por la propia DEA, de un presunto financiamiento de la campaña de 2006 por narcotraficantes.
Quienes llevamos cubriendo desde la campaña de 2006 recordamos que AMLO es el personaje más investigado y vigilado de la política mexicana en este siglo. Hasta la propia Anabel Hernández, quién ha pasado de ser una periodista con prestigio a una virtual vocera de la DEA en unos pocos años, señaló en su momento que no encontró ningún vínculo de AMLO con el narcotráfico.
Pero el “nado sincronizado” de mitad de esta semana se estrelló contra los resultados, la enorme aprobación, que rebasa el 70% y la autoridad moral del presidente. México creció el año pasado un punto porcentual más del PIB que Estados Unidos, sólo por debajo de China; en ocasiones la aprobación del presidente ronda el 80% y el capital político que tiene le sobra para pitorrearse de estos raquíticos intentos de intervencionismo por parte de un sector de los poderes fácticos de los Estados Unidos.
El jaque mate fue la reunión de más de dos horas y media del presidente con el embajador de la República Popular de China en México. Nuestro país, al tener acceso a dos océanos, fácilmente puede acoplarse al bloque BRICS+ (¿MEXBRICS?) en caso de cualquier intento o acción de intentar “sancionar” a nuestra economía. El simple hecho de retirar los “tapones” a la migración en nuestra frontera sur y garantizar a los migrantes el libre tránsito a la frontera de los Estados Unidos acrecentaría aún más los conflictos políticos y sociales en el país vecino.
El jaguar macuspano, en su recta final, le da a los gringos una lección más de geopolítica.