AMLO ha dejado de ser, en los hechos, el jefe del Estado mexicano. Si bien su mandato constitucional se prolongará hasta el 1 de octubre de 2024, el presidente mexicano, se encuentra en sobremanera preocupado por los aconteceres políticos que envuelven a sus corcholatas y a Xóchitl Gálvez, es ahora antes dirigente de Morena y coordinador político que presidente de la república.

Se ha superado a sí mismo. Tras la aparición de Xóchitl como potencial candidata de la alianza tripartita, AMLO ha dedicado una gran parte de sus pensamientos, esfuerzos y recursos públicos en descalificar a la senadora panista. Para ello ha recurrido a las más ilegítimas mañas políticas y mediáticas, como la presentación de las cuentas de sus empresas, sin haber mostrado, a la vez, evidencia fidedigna que demuestre que las ganancias de los negocios “millonarios” de Gálvez son producto de un posible conflicto de interés.

AMLO, como jefe de Estado, es responsable de velar por la unidad de la nación, de su representación en el exterior, de encabezar los esfuerzos para trabajar por el porvenir de todos, y sobre todo, de gobernar para todos, sin distingos de preferencia política. La voluntad del pueblo mexicano reflejada en las urnas, protegida por la Constitución y por las autoridades electorales, le confirieron el máximo honor que un mexicano puede gozar. Y sin embargo, AMLO, cegado por su egolatría y su autodefinición como fuente de legitimidad, ha claudicado al privilegio histórico otorgado por la mayoría de los mexicanos.

El presidente mexicano, contrario a lo que le exige el cargo, ha optado por convertirse en un mañoso pervertidor de la verdad, por atacar a una ciudadana que ha mostrado su interés por ser presidente de México, por rebajar la jefatura del Estado mexicano a una vil propaganda política dirigida a consolidarse en el poder, por la violación sistemática y continua de la Constitución y por el uso indebido de recursos públicos; contraviniendo, como he señalado, las reglas de convivencia social plasmadas en la Carta Magna.

Mientras estos sucesos siguen su curso, Morena y sus corifeos callan como momias, mirando hacia otro lado, como si la realidad no apuntase a que AMLO traiciona todos los días y todas las mañanas los valores que juró respetar el día que ascendió a la presidencia de México.

AMLO, hacia el último año de su gobierno, en vez de buscar convertirse en un auténtico jefe de Estado, es ahora un operador político, cuyo único objetivo es perpetuar su malograda 4T, mismo si ello conlleva cargarse la Constitución, la ley, el equilibro de poderes, las libertades individuales y su legado como presidente. AMLO es ahora un enano como jefe de Estado.