Publiqué la mañana de este domingo que Adam Smith no tuvo una sola idea original. Aclaré que yo no lo afirmaba, sino el célebre Joseph A. Schumpeter, citado por León Gómez Rivas, profesor de la Universidad Europea de Madrid. Pues bien, a propósito de eso alguien me envió un artículo de The New Republic, “Dios nos salve de los economistas”. Ignoro si Dios —que, por lo demás, no existe— pueda ser tan milagroso como para alejar a los distintos gobiernos de la dictadura del dogma económico. Así debería ocurrir, pero no soy optimista.

En unas pocas semanas, la señora Liz Truss, exgobernante del Reino Unido, llevó a esa nación al desastre simple y sencillamente por fanática del laissez faire, laissez passer —el orden espontáneo de la mano invisible al que los mercados llegan si se les deja funcionar sin mayores controles, un orden supuestamente superior a cualquiera que pueda diseñar la mente humana—. Como el sucesor de Truss es tan dogmático como ella, nadie espera que Rishi Sunak mejore las cosas para beneficio de la sociedad británica. Y hasta podría empeorar todo si tiene razón la comentocracia mexicana que elogia al nuevo primero ministro por poseer solo tres virtudes, ninguna de las cuales sirve en la tarea de gobernar: es guapo, es rico y está casado con una mujer mucho más rica que él.

En el artículo de The New Republic su autor, Timothy Noah, recordó que en plena crisis financiera de 2008, la recientemente fallecida reina Isabel visitó la prestigiosa London School of Economics e hizo a los sabios economistas una sencilla pregunta: “¿Cómo es posible que nadie hubiese previsto la crisis”.

Roberto Bissio, en un artículo de rebelión.org comentó ciertos detalles acerca de la reunión de la reina con los destacados economistas del Reino Unido:

“Con parsimonia británica, los economistas se tomaron seis meses en responderle a Su Majestad”. En mi opinión, la tardanza solo puede explicarla un hecho: no tenían la menor idea acerca de lo que había pasado.

Las columnas más leídas de hoy

Después de mucho analizar el asunto los especialistas le dijeron a la reina en una larga carta —publicada en The Guardian—  que, en síntesis, “el fracaso en prever el momento, la extensión y la severidad de la crisis, si bien tiene muchas causas, fue principalmente el fracaso de la imaginación colectiva de mucha gente brillante, tanto en este país como en el exterior, y la no comprensión de los riesgos para el sistema en su conjunto”.

¿Qué chingaos quiere decir eso del fracaso de la imaginación colectiva de mucha gente brillante? Parece una burla. Como sugiere el señor Bissio, en otros tiempos la reina habría ordenado decapitar a economistas tan cínicos… y tan pendejos.

En su artículo, Roberto Bissio menciona una explicación comercial —así podríamos calificarla— que el diario Financial Times ha dado acerca de las tonterías de los economistas profesionales: “Si hay demanda, habrá oferta”. Vale decir, si los clientes de los profesionales de la economía —gobiernos, grandes empresas, bancos, medios de comunicación— pagan por análisis económicos absurdos, eso reciben. En resumidas cuentas, “el engaño colectivo es culpa de los consumidores de economía”. Para que pagan idioteces.

Quienes toman decisiones con base en estudios económicos lo que exigen no es claridad ni sensatez, sino sofisticación matemática y estadística para justificar sus pronósticos, aunque sean ridículos y malintencionados, siempre y cuando sirvan para agradar a alguien o para golpear a un rival.

De ahí que un estudioso serio, como el premio Nobel de Economía 2008 Paul Krugman, asegure con conocimiento de causa que la macroeconomía resulta “espectacularmente inútil en el mejor de los casos y positivamente dañina en el peor”.

Coincide con Krugman un profesor de London School of Economics, Luis Garicano. Este, sobre la pregunta de la reina Isabel dijo: “Yo creo que la principal respuesta es que la gente hizo aquello para lo que se le pagaba y se comportó de acuerdo con los incentivos, pero en muchos casos se les pagaba para hacer las cosas equivocadas, desde el punto de vista de la perspectiva social”.

Me parece que en México se está abusando de las matemáticas y las estadísticas económicas no para lograr mejores análisis que lleven a programas que beneficien a la sociedad, sino con propósitos políticos.

Hace unos días, el INEGI dio a conocer un dato de crecimiento de la economía mexicana que no coincidió con la expectativa de los expertos. Estas personas, amparadas en las complejidades de su ciencia, pronosticaban un desastre para México. No ocurrió y, en vez de aceptar la realidad, cuestionaron duramente a la agencia encargada de elaborar las estadísticas.

En Radio Fórmula, en el noticiero de Óscar Mario Beteta, se vio particularmente furibundo el señor Francisco Gutiérrez, economista del ITAM. Claramente el interés de este fanático es el de sembrar la percepción de que el presidente AMLO, tan alejado de la ortodoxia económica, llevará a nuestro país al caos. El trabajo de tal economista no es buscar la verdad, sino difundir mentiras perfectamente consciente de tal inmoralidad.

En el programa de Beteta, por fortuna a ese fanático le ganó el debate Luis Miguel González, quien adquirió sensatez al alejarse de la economía profesional para acercarse al periodismo que pone el énfasis en los problemas económicos. Es la razón por la que González cuenta hechos que ya ocurrieron e intenta explicarlos, en vez de hacer augurios motivados por la ideología.

Paul Krugman dio su propia respuesta a la reina Isabel, según dice el citado artículo de The New Republic: “La profesión de la economía se descarrió porque los economistas, como grupo, confundieron la belleza, revestida de matemáticas impresionantes, con la verdad”. En México los economistas utilizan el análisis estadístico y matemático no por su encanto, sino como arma de golpeteo político. Lo hacen así para servir a sus clientes principales, los grandes empresarios conservadores y los grupos políticos de oposición que no terminan de aceptar los cambios en todos los sectores que ha diseñado y llevado a la práctica, inclusive con reformas constitucionales, el presidente de izquierda Andrés Manuel López Obrador, a quien sus críticos no le hacen nada porque las alarmistas matemáticas y estadísticas económicas de los analistas el tabasqueño las refuta con apoyo popular, enorme en una nación muy rica, pero cuya prosperidad solo ha beneficiado a una minoría de la población, dejando a decenas de millones de personas en la pobreza.