En la conferencia de prensa matutina del jueves 6 de enero, el presidente de México apareció prácticamente solo. Dijo:
“el primer jueves de cada mes vamos a informar al pueblo de México sobre resultados en lo económico, en lo social, para que sepamos cómo vamos en todos los terrenos: cómo vamos en ingresos, cómo vamos en deuda, cómo vamos en inflación, cómo vamos en creación de empleos, cómo va la bolsa, la de valores y cómo va el precio de los básicos, cómo va el salario. Todo lo que tiene que ver con el desarrollo y el bienestar.”
AMLO
Sólo lo acompañó Carlos Torres Rosas, coordinador general de Programas para el Desarrollo. No estaba el Secretario de Hacienda, ni la Secretaria de Economía, ni la Secretaria del Trabajo. A diferencia de cuando habla de seguridad o de salud, que se hace acompañar de medio gabinete, cuando habla de economía lo hace solo. Esto nos dice mucho de su estilo.
Cuando pensamos en lo que está ocurriendo en el mundo, el presidente de México no tiene la capacidad de elegir qué desafíos se le presentarán en 2022. Pero sí debe decidir cómo va a responder ante todos ellos.
Cuando ganó las elecciones de 2018, AMLO no esperaba que la pandemia del Covid-19 afectaría dramáticamente la vida de todos los mexicanos. No anticipaba la disrupción de las cadenas de suministro. Tampoco se imaginaba la dimensión y complejidad de la crisis migratoria. Seguramente no había puesto atención al recrudecimiento de la nueva guerra fría entre Estados Unidos y China. Cada crisis exige decisiones. Y cada decisión siempre tiene consecuencias.
¿Qué se necesita para tomar decisiones difíciles? Nadie estará nunca de acuerdo con todas las decisiones de AMLO. Pero sí esperaríamos que tuviera un proceso de toma de decisiones. Yo he escrito antes (ver www.javiertrevino.blogspot.com ) sobre la teoría de modelos de toma de decisión presidenciales. Muchos analistas tratamos de observar y conocer la manera en que AMLO estructura un proceso para tomar decisiones.
En primer lugar, hemos visto que logra simplificar temas complejos. Creo que a veces es peligroso simplificar demasiado un problema. Pero me parece que el presidente encuentra la forma de superar la complejidad de los desafíos difíciles y reducirlos a su mínima esencia.
En segundo lugar, todos quisiéramos suponer que, una vez que simplifica los problemas, AMLO tiene el equipo adecuado para enfrentarlos. Son importantes los instintos presidenciales en cada mañanera. Pero eso no es suficiente. Un presidente necesita expertos motivados, capaces y dispuestos a brindar su conocimiento para tomar buenas decisiones. Un líder es tan bueno como su equipo.
En tercer lugar, esperaríamos que el equipo de AMLO reúna los hechos correctos y no nos salgan con que tienen “otros datos”. El gobierno y las políticas públicas tienen que ver con hechos. Si no se entienden correctamente los hechos, si no hay datos correctos, no hay buenas decisiones.
En cuarto lugar, se requiere un proceso sólido, transparente, confiable. Es necesario un debate interno, justo, profesional, con las verdades duras, sobre las opciones de políticas para formular decisiones y hacer lo correcto. ¿Acaso sus colaboradores le dicen a AMLO lo que no quiere escuchar? Solicitar todas las opiniones de aquéllos que tienen un interés legítimo en un tema es vital. Todos sus colaboradores deben tener la oportunidad de presentar su visión. Para eso serviría el trabajo en gabinetes. Los mejores argumentos se deberían presentar ante el presidente de manera veraz, constructiva e imparcial.
En quinto lugar, lo que los ciudadanos vemos son las decisiones, la firmeza o la incompetencia en la ejecución. Hay decisiones que requieren un golpe de timón; otras un cambio incremental. El proceso de toma de decisiones será tan bueno como la eficacia en su implementación. Más que los discursos, las acciones del gobierno son fundamentales.
El presidente utiliza diferentes herramientas y estilos de liderazgo para diferentes desafíos y momentos. No tiene una técnica única para resolver un problema. AMLO puede ser reservado, extrovertido, pesimista, optimista, buen comunicador, astuto estratega político. Acude a la retórica vertiginosa y usa la fuerza de su silencio. Tiene visión y carisma peculiares. Es adaptable y tiene talento. Todo depende si está en un templete en un municipio rural, en una mañanera en Palacio Nacional o en una reunión privada y en corto en su oficina.
La complejidad de México exige la misma complejidad de su presidente. No existe un estilo correcto de liderazgo. Pero sí se requiere curiosidad y empatía por los demás; capacidad de escuchar. ¿Entiende AMLO que, como nación, tenemos valores fundamentales compartidos? ¿Cree en la construcción de comunidad y en la responsabilidad de todos para lograrlo?
A veces me parece que AMLO es bidimensional. Tiene estatura y amplitud; pero no profundidad. Sólo hay amigos y enemigos. Es fácil deshumanizar y atacar a quienes considera sus adversarios, pero se necesita fuerza de espíritu para verlos con profundidad y tratarlos con respeto. Parecería que AMLO ve al mundo en dos dimensiones. Descalifica o deshumaniza injustamente a alguien con quien no está de acuerdo. No dedica tiempo para comprender a los demás. Pienso que si el presidente tuviera una mentalidad tridimensional, su experiencia sería más enriquecedora, porque le permitiría actuar con cortesía, liderar con empatía y aspirar a unir a la nación.
En el México digital, la ira es la emoción más potente y contagiosa en las redes sociales. El enojo y el coraje nos dejan ansiosos y estresados. Por eso, cuando caricaturizamos a los demás y los tratamos con descortesía, corremos el riesgo de deshumanizarlos, inflamar nuestra ira, dañar nuestras mentes y envenenar nuestras almas.
Mejorar la capacidad de empatía es difícil. Requiere tomarse el tiempo para comprender a los demás, para tratar genuinamente de ver las cosas desde la perspectiva del otro. Ponernos en sus zapatos. Implica paciencia y tolerancia cuando pensamos que están equivocados. Y exige humildad cuando nos hemos equivocado. Es importante destacar que la empatía no significa estar de acuerdo con todos o aceptarlos. Pero lo importante es evitar estereotipar o caricaturizar a otras personas; verlas plenamente.
El poder del presidente se nutre de su capacidad de persuadir. Pero, para ello, primero debe establecer una visión y un propósito. A menudo, al tratar de persuadir a las personas, perdemos de vista el objetivo final: hacia dónde nos dirigimos con nuestra persuasión. La visión y el propósito son fundamentales para la persuasión.
En segundo lugar, no basta con lugares comunes y estereotipos. El presidente debe a) conocer y manejar los detalles; b) saber identificar y movilizar a las personas adecuadas; c) presentar los argumentos correctos; d) unir a aquéllos que pueden influir de manera efectiva en una decisión.
En tercer lugar, quizás el elemento más definitorio de la persuasión es estar dispuesto a presionar inteligentemente a la gente. Para bien o para mal, el presidente argumenta, arenga, amenaza, adula, intimida y convence. Pero todo es personal. La política moderna no se hace al mayoreo, sino al menudeo. Se trata de la capacidad de hablar uno a uno. En la era digital, el enfoque de persona a persona puede ser incluso más poderoso.
AMLO está siempre preocupado en construir su legado. Pero el legado del presidente no será perfecto si lo dejamos solo. Ya sea en política exterior o interior, muchas de sus acciones fueron y siguen siendo controvertidas. Su personalidad podía ser irritante, tosca y difícil. Pero ha hecho cosas destacables. Y aunque su estilo de persuasión no sea el adecuado para todas las personas o circunstancias, vale la pena comprenderlo. Porque, para bien o para mal, en el 2022, el éxito o fracaso de AMLO será el éxito o fracaso de nuestro país.
Javier Treviño en Twitter: @javier_trevino