Hace tiempo que no veía televisión abierta, sin embargo, este fin de semana prolongado me permitió entender que, en el interior de la República, para las personas de la tercera edad, en las pantallas sigue la principal fuente informativa.

Se cruzaron dos “spots” promocionales. Una resaltaba el amor, otro el miedo. Uno contenía sonidos suaves y la expresión facial de la candidata era una ligera sonrisa. El otro guardaba música hostil y el trayecto era pesimista, oscuro en tomas muy focalizadas y cerraba con la promesa de cambio.

La realidad allá afuera pintaba de impacto. Ni existe en las calles una sensación de amor, ni existe en los hogares una certeza de que quienes sembraron el miedo hace tantos años sean los mismos que lo puedan arrancar. De hecho, compadecen a los gobernantes en turno con todo y errores probados por la idea de que “el PRI” no los deja gobernar.

Hablo acerca de Hidalgo y traslado la experiencia demográfica al ideario que se guarda en varios lugares del país. El miedo es real y existe, sin embargo, ese frenesí a la hora de salir de casa se ha sustituido entre quienes viven de esta manera por medidas de precaución. “Si te paran, detente, aunque no sean policías. Sé amable y explícales que estás de visita, dales lo que te pidan si lo hacen”, me insistieron familiares.

Hay rutas seguras en horarios seguros. Hacia Tlahuelilpan no hay que ir después de las 5 de la tarde pues al atardecer comienza la “ordeña” de ductos y no querrás toparte con ninguno de los bandos involucrados. Cerca de las diez de la noche es mejor no salir. A las once hay que apagar las luces, aunque la oscuridad parezca tragarse todo y los ojos se tensen de tanto color negro para mirar. Es lo mejor, ya que al pasar el tren que cruza con destino a Veracruz, los lugares con luces son aquellos a los que van. “No todos los migrantes son buenos”, dicen.

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Pienso en el concepto de xenofobia y me lo guardo. Nadie me ha pedido dar cátedra. Lo más común últimamente: personas desmembradas con machete, algunos despojados de sus tierras, sequía y climas extremos, la sensación de vivir en el ombligo más olvidado del país, en el patio trasero donde se cultivan verduras con aguas residuales y negras.

Estoy en esos puestos con pantallas donde se sintonizan las películas del canal cinco. Les pregunto si creen en aquello del amor en el spot de Claudia Sheinbaum. Ni en la mesa hay armonía: se siente la guerra ideológica en el ambiente y una hostilidad que enemista en lo personal, de aquellos que siguen apoyando a Morena y los desanimados hablando con un despecho digno de haberse visto en los más cruentos divorcios.

Pero tampoco le creen a Xóchitl Gálvez. De hecho, con todo y lo hidalguense que es, piensan que ella no es ella sino el PRI que los ha sumido en un abandono particular. No les representa ni la historia ni el mensaje: con el miedo ya se acostumbraron a vivir y de pronto ni lo sienten. Coexisten. Aseguran que si no te metes con ellos, no te pasa nada, pero circulan las anécdotas sobre los desplazados, esos que tuvieron que irse.

Cuentan anécdotas sobre la refinería de Tula y la contaminación, están más preocupados por las enfermedades. Su realidad se escapa de las estrategias de marketing, no encaja la sensación en los mensajes optimistas ni en los que instrumentalizan la necro política para intentar tener simpatías. Por un lado, el mensaje de Claudia suena negacionista.  ¿Acaso la violencia y las restricciones civiles por el avance del crimen se vuelven irrelevantes solo porque tanto ella como López Obrador tengan amor al pueblo?

El de la candidata que se aleja más de cualquier posibilidad de ganar cumple con aquello mal pronosticado para la Alianza opositora: entre más la conocen, menor preferencia tiene.

La cereza del pastel: medio pueblo hace filas en los expendios de gasolina del huachicol porque hay que comer. La coexistencia con el crimen guarda un extraño sinalagma: sí, es ilegal pero sí, económicamente es benéfico en los términos de costo de vida y hasta en actividad. Todos saben quiénes “trabajan” en aquello, nadie los expulsa de su comunidad. Coexisten. El miedo se diluye en la codependencia, la comunidad se diluye en el individualismo de los que celebran que a ellos no les ha tocado, ya sea porque son tan pobres como para que les toque o porque simplemente, no se meten con nadie. La prueba microscópica apenas es una muestra de que ambas candidatas siguen proyectando sus videos promocionales desde la capital del país: con el miedo de las clases medias que teme más por su propiedad privada que por sus vidas, como es el miedo en las clases bajas; con el discurso triunfalista que resuena en la duda: ¿En verdad eso es lo que pensarán o es solo marketing? La realidad, huérfana.