El ruiseñor mexicano
Una metáfora ornitológica, “El ruiseñor mexicano”, inventada para calificar y/o describir a Ángela Peralta (1845-1883), su canto en particular, tiene como base, paradójicamente, antes que la audición, la escritura. Para mayor precisión, no se tiene su audición en el presente, sino el registro auditivo del pasado en crónicas, reseñas, programas de mano, notas periodísticas. Porque, desafortunadamente, la muerte prematura de la cantante mexicana impidió que alcanzara a registrar su voz para la posteridad. Entonces, la metáfora se encarna en una leyenda respaldada por el itinerario artístico de la soprano. Los tres viajes a Europa y sus giras por varios países en ese continente, incluyendo su debut en La Scala, de Milán, en 1862 en el papel estelar que más veces cantaría en su vida –un total de 166 representaciones- Lucía di Lammermoor, de Gaetano Donizetti. Sus regresos apoteósicos a la patria después de cada uno de esos viajes artísticos, cuando era aclamada por el público, las varias giras por casi todo el país. Los estrenos de óperas y de teatros, el patrocinio del emperador Maximiliano a su carrera (le otorgó el título de cantarina de cámara y le obsequió un aderezo de diamantes). Todo ello da organicidad a la idea, al sentido poético de que la soprano mexicana cantaba como un ruiseñor mexicano.
Los registros señalan que ese bautizo le fue dado en España. Y en términos técnicos no sólo expresa una idea de belleza, también de facilidad técnica, de pureza de sonido, de flexibilidad de la voz para los matices y los trinos, el amplio registro sonoro en su voz. Como no se puede escuchar, esto se puede colegir no sólo por las notas, sobre todo por su repertorio, que va del belcanto de las óperas de Vincenzo Bellini y Gaetano Donizzeti al belcanto dramático de las óperas de Giuseppe Verdi. De La sonnambula y Lucía, a Aída.
Sin duda, Peralta es una mujer adelantada a su tiempo, como se suele decir, o una mujer de su propio tiempo pero revolucionaria en cierto sentido: siendo de origen humilde, estudiar canto desde niña; debutar a los 15 años (1860) en el Gran Teatro Nacional con una ópera compleja, de una mujer madura como Leonora, de El trovador, de Verdi; partir con el padre a su primera incursión a Italia en 1861; mejorar su técnica con un tal Pietro Lamperti, señala Gabriel Pareyón en su diccionario de música; que no sé si sea el mismo o pariente de quien se tiene un registro palpable, Giovanni Battissta Lamperti, en un libro de un discípulo suyo, William Earl Brown, Vocal Wisdom (los datos aquí utilizados provienen, ya cotejados, tanto de Ópera en Bellas Artes, de José Octavio Sosa, como del Diccionario Enciclopédico de Música en México, de Gabriel Pareyón).
Ese refinamiento técnico que encontró en Italia había tenido muy buenas bases con su profesor en México, Agustín Balderas (que viajó con ella a Italia también) y, en particular, en la academia de música abierta en su propia casa por Cenobio Paniagua Vázquez (1859-1862), que fue el primer intento serio por desarrollar la música, la ópera italiana en particular, que había llegado con El Barbero de Sevilla, de Rossini apenas unos lustros antes, en 1823. Allí mejoró su canto al grado de llegar su debut a edad temprana e inusual y, sobretodo, aprendió a tocar el piano y a componer.
Y en realidad, la muestra del talento musical de Peralta se puede escuchar hoy. No en voz sino en las partituras que dejó para piano solo y para piano y voz, un catálogo de 19 piezas. Y tuvo a compañeros excepcionales de generación en la escuela de Paniagua, que es el iniciador e impulsor de la ópera mexicana; aunque con un estilo italiano al principio, daría pie a posteriores creaciones ya consideradas mexicanas en su temática y estilo. Allí estudiaron, junto a Peralta, León Beristáin, Leonardo Canales, José M. Careaga, Miguel Meneses, Melesio Morales, Francisco de Panchos, Los P. Pineda, Miguel Planas, Octaviano y Antonio Valle, Ramón Vega y Mateo Torres Serrato, y los hijos de Paniagua, Mariana y Manuel Paniagua Sánchez.
El triunfo nacional como europeo de Peralta dieron impulso a la ópera y a la música sinfónica en general, un impulso que no se detuvo, llegó al siglo XX y nos alcanza aún hoy. Señala Pareyón en su Diccionario:
“Con el triunfo de Ángela Peralta, la ópera nacional llegó a su cúspide. Se efectuaron nuevas giras nacionales y se formaron orquestas de ópera en Guadalajara, Zacatecas, Oaxaca, Mérida, Morelia, Puebla y Guanajuato. Al mismo tiempo, alcanzaron su apogeo las orquestas de metales o bandas, bajo la protección del porfiriato. El Conservatorio de la Sociedad Filarmónica Mexicana y la Sociedad Filarmónica de Santa Cecilia de Guadalajara formaron sendas orquestas sinfónicas durante el juarismo, pero fue hasta 1881 que el gobierno federal aportó fondos para sostener la Orquesta Sinfónica del Conservatorio, la cual, bajo la dirección de Carlos J. Meneses, estrenó obras de compositores mexicanos como Morales, Campa y Carrillo, y extranjeros como Beethoven, Chaikovski, Massenet, Mendelssohn, Rimski-Kórsakov, Schumann y Wagner. Posteriormente, la Orquesta Sinfónica Nacional dirigida por Julián Carrillo desde 1921, y la Orquesta Sinfónica de México fundada por Carlos Chávez en 1928, introdujeron al país el repertorio sinfónico modernista…
La ópera, la opereta y la zarzuela alcanzaron su momento histórico de mayor intensidad a fines del siglo XIX y en los últimos años del porfiriato. Lo mismo en el teatro Principal que en el teatro de la Ciudad (desde 1906 teatro María Guerrero) se ofrecieron casi todos los espectáculos líricos preparados por las compañías europeas que llegaban a Veracruz para presentarse después en la capital de la República” (págs. 772 y 856).
Peralta cantó en numerosos países (Italia, Francia, España, Portugal, Egipto, Rusia) y numerosas ciudades dentro de ellos. También en La Habana y en Nueva York (1868). Y en México, recorrió el país en varias ocasiones. Con esta experiencia, en el verano de 1872, a su regreso del segundo viaje europeo, Peralta construyó su propia compañía de ópera itinerante por el país alcanzando gran éxito. La última presentación de Peralta en la Ciudad de México fue el 28 de marzo de 1880, en el papel de Aída. Y luego inició el itinerario que la llevó a la tumba: Veracruz, Querétaro, Chihuahua, San Luis Potosí, Zacatecas y Mazatlán, donde falleció:
“En su última presentación, en Mazatlán, la mayor parte de los elementos de su compañía sucumbió a una epidemia de cólera. La gran soprano, poco antes de morir todavía encabezaba los ensayos de Aida, que no llegó a ponerse en escena. Finalmente casó in articulo mortis con su amante Julián Montiel y Duarte. Fue sepultada en Mazatlán, pero el 11 de abril de 1937 sus restos fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres, en el panteón Civil de Dolores, en la ciudad de México. Entre las óperas que ‘mejor representó’, según Olavarría, figuran Lucia di Lammermoor (que cantó 166 veces), I puritani (también 166 veces) y La sonnambula (122 veces)”; (Pareyón, ob. cit., pp. 816-17).
El que fuera Teatro Principal de Mazatlán, inaugurado en 1870, tomaría el nombre Ángela Peralta, la diva mexicana que falleció en su empeño artístico apenas a los 38 años. Y en la Ciudad de México existe también un Teatro Ángela Peralta, en Polanco.
[”El deseo”, canción de Peralta cantada por Verónica Alexanderson; Jozef Olechowski, piano:
La voz de Ángela, hoy
Además del registro histórico del itinerario artístico de la soprano, es en el catálogo pianístico y vocal escrito por Ángela Peralta donde se encuentra hoy su voz; sus canciones son cantadas por sopranos y mezzosopranos, y algunas de sus piezas pianísticas también se ejecutan y han sido objeto de arreglos modernos, como en el caso de Arturo Márquez, bajo encargo del INBAL.
El siguiente es el Álbum musical, de Peralta, para piano solo y piano y voz, publicado en 1875
Adiós a México, fantasía.
“Ausencia”, vals.
“El deseo”, romanza para canto y piano.
“Eugenio”, vals dedicado al primer esposo de la autora.
“Fantasía”, pieza para piano.
“Ilusión”, polca-mazurca.
“Io t’ameró”, romanza para canto y piano; texto en italiano.
“La huérfana”, romanza para canto y piano.
“Les larmes”, romanza para canto y piano; texto en francés.
“Loin de toi”, vals cantado; texto en francés.
“Margarita”, danza habanera.
“María”, vals.
México, galopa; estrenada por la autora en su beneficio (1871), originalmente fue instrumentada para banda por Luis Pérez de León; en 1994 Arturo Márquez la instrumentó para orquesta sinfónica.
“Ne m’oublie pas”, vals dedicado a Agustín Balderas.
“Nostalgia”, fantasía.
“Pensando en ti”, fantasía,
“Sara”, danza.
“Un sueño”, vals.
“Vuelta a la patria”, chotís.
Es una verdadera lástima no poder escuchar el canto, las proezas vocales, las expresiones artísticas de Ángela Peralta. Hay una famosa anécdota que revela su influencia póstuma, cuando la visita de María Callas a México entre 1950 y 1952. La cuenta Carlos Díaz Du Pond en su libro de anécdotas y memorias. El director de Ópera Nacional de México, Carlos Caraza Campos, con una partitura de Aída en mano que había sido de Peralta, le solicitó que intercalara en la escena final del segundo acto un Mib sobre agudo, no escrito por Verdi pero que solía cantar la soprano mexicana. Aunque se negó en principio, terminó por cantarlo y se ha convertido en uno de los momentos más gloriosos e inmortales (mientras la inmortalidad exista) de la diva griega.
“Un sueño”, vals para piano, de Peralta; Moisés Franco
Y para concluir con ánimo operístico, este es el celebérrimo Mib sobreagudo que, por influencia involuntaria de Ángela Peralta, cantó María Callas en el Teatro del Palacio de Bellas Artes en 1951:
Héctor Palacio en X: @NietzscheAristo