La derecha no se ha distinguido nunca por valorar la dignidad humana por encima de la acumulación de la riqueza. Sus prioridades ante la devastación causada por el huracán “Otis” lo demuestran.

Un comunicador desprestigiado, por ejemplo, se lamenta por la destrucción en el Club de Yates de Acapulco, quizás congratulándose que el suyo esté a buen resguardo en otro puerto.

Otras voces, merolicos incluso, de la reacción, despotrican contra lo que ellos llaman “rapiña” en grandes almacenes, sin obviar toda clase de comentarios racistas y clasistas del estilo “así es la gente de Guerrero” (no olvidemos que dicho estado es uno con la mayor cantidad de personas afrodescendientes en México).

Por supuesto, los yates están asegurados y las grandes trasnacionales, también. Si una persona va a un supermercado abandonado y toma agua, pañales, comida o leche en polvo, un producto ya dado por perdido no es lo mismo a “saquear” o robar otros productos en distintas circunstancias. La gente de Guerrero está luchando por su existencia y las circunstancias cambian. Miente quien diga que no haría tal o cual cosa en una situación extrema.

Por último, ¿han notado que las imágenes de la devastación de los conservadores se centran únicamente en hoteles y resorts? Nuevamente, se trata de lugares pertenecientes a conglomerados y perfectamente asegurados. Para ellos, las personas que habitan la periferia de Acapulco y el resto del estado de Guerrero no cuentan, no existen. Son unos miserables.