El desdén por la ley no es exclusivo de los políticos. Es una enfermedad que, de siempre, corroe el cuerpo nacional. El déficit de sentido de ciudadanía mucho tiene qué ver con eso; también, la impunidad que se padece, origen de muchos de los males nacionales. Afirmar no vengan con eso de que la ley es la ley es la confesión del régimen de lo que en los hechos ocurre, como se advierte en el desentendimiento de los tiempos que la Constitución determina para las campañas electorales.

La primera baja de anticipar campañas ha sido la legalidad, que deja al descubierto las limitaciones del INE y del Tribunal Electoral para evitarlo. No es un tema de indolencia, sino que las leyes no son suficientemente precisas para que las autoridades puedan contener el abuso; la sanción mayor es inhabilitar al aspirante rebelde para ser candidato, decisión extrema y de difícil aplicación.

El historial de Andrés Manuel López Obrador es la de un jugador sin apego a los tiempos legales. Cuando fue Jefe de Gobierno del DF, presentó su renuncia el 26 de julio para hacerla efectiva el 29 del mismo mes, once meses antes de los comicios. De proyectar las mismas fechas, a finales de este junio se daría la renuncia del candidato o candidata. La situación ahora es diferente, pero no el ánimo de definir los tiempos al margen de la norma.

El presidente anticipó los tiempos sucesorios a partir de varias consideraciones. No deben descartarse la salud del presidente que de acuerdo a los guacamayaleaks hubo un incidente grave previo a las elecciones, que llevó, meses después, al nombramiento de Adán Augusto López como secretario de Gobernación, puesto clave para procesar una designación de sustituto ante la falta temporal o definitiva del presidente constitucional; tampoco los resultados adversos en la Ciudad de México y la necesidad de rescatar a Claudia Sheinbaum, al mostrarla como la preferida y exonerarla de responsabilidad por el desastre en la elección de 2021.

Las cosas no han resultado como se esperaban. Sí hubo una recuperación electoral de Morena en los comicios locales posteriores, pero también un desgaste de la favorita al perder identidad propia y ver afectada su imagen por los problemas en la Ciudad de México, especialmente los derivados de la pésima condición del Metro por la falta de mantenimiento y que, nuevamente, llevan al presidente a decir que podrían tratarse de actos de sabotaje para afectar a la funcionaria, hecho que la población no le ha comprado, como revela encuesta reciente de El Financiero.

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Gobernar la Ciudad de México ahora es considerablemente más complejo que 20 años atrás, cuando lo hacía López Obrador. El gobierno de Sheinbaum ha logrado revertir el deterioro en seguridad pública, sin que parezca exceso decir que cuenta con una de las mejores policías del país y con un eficaz Secretario de Seguridad Ciudadana, Omar García Harfuch. Sin embargo, el Metro se le vuelve en contra, que también, debe reconocerse, afecta a Marcelo Ebrard y a Mario Delgado por el colapso de la línea 12.

Anticipar campañas daña al gobierno en dos aspectos. El primero es la pérdida del código de imparcialidad a la que debe estar sujeta toda autoridad, asunto que tiene sin cuidado al presidente; su actitud misma da constancia del desapego a este principio básico de equidad. Por decisión de él no hay piso parejo en Morena para seleccionar candidato; todavía menos para la elección constitucional por el ostensible proselitismo que realizan los aspirantes del partido en el poder.

El segundo es que los funcionarios del gobierno dejan de atender sus responsabilidades para privilegiar sus precampañas, a considerar en dos dimensiones: por una parte, lo que se conoce y que es público; por la otra, los acuerdos y compromisos políticos y financieros que no trascienden y que ponen en entredicho la legalidad y propician la relación indebida entre el poder político y el económico.

Anticipar campañas desde el poder, además de no ofrecer los réditos electorales que se presumen, se vuelve monumento a la impunidad. El regreso al peor pasado, la víbora que se come la cola.