“Aquí nos tocó vivir”

Cristina Pacheco

Bienvenidos a la Ciudad de México, la metrópoli donde la gentrificación ha llegado para quedarse. Este fenómeno, disfrazado de progreso, está renovando barrios con la misma rapidez que se multiplican las cafeterías de especialidad. Pero mientras las fachadas de Coyoacán, la Roma y la Condesa se pintan de nuevos colores, la realidad detrás de la gentrificación deja un mal sabor de boca, especialmente a los habitantes originales de estos barrios.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el precio promedio del metro cuadrado en zonas como la Roma y la Condesa ha aumentado un 150% en los últimos cinco años. Para quienes crecieron en estas colonias, encontrar una vivienda accesible se ha vuelto tan complicado como encontrar un taco de guisado por menos de $15 pesos. Pero, ¡no nos preocupemos! Los edificios antiguos que antes albergaban a familias enteras hoy son departamentos tipo loft perfectos para freelancers extranjeros que buscan “vivir como locales” a precios internacionales.

Gentrificación o como perder tu barrio en tres sencillos pasos

Primero llegan los “nómadas digitales”, esos individuos con laptops tan caras que parecen el salario anual de un trabajador promedio en México. Buscan inspiración en las calles y su presencia no tarda en generar la aparición del segundo actor clave: el desarrollador inmobiliario. Este último ve el potencial donde nadie mas lo veía y transforma casas históricas en complejos habitacionales minimalistas, donde los baños ocupan más espacio que las cocinas.

El tercer paso es inevitable, las antiguas tortillerías, puestos de quesadillas y fondas que daban vida a la comunidad, son reemplazados por boutiques de ropa vegana, galerías de arte conceptual y por supuesto, cafeterías donde el café es más caro que una comida completa en cualquier fonda tradicional.

Si hace 10 años te hubieran dicho que un simple flat white en la Roma Norte te costaría 80 pesos, habrías reído a carcajadas. Hoy, sin embargo, es la realidad cotidiana. Mientras tanto, el salario mínimo subió un loable 20% en el último año, lo que claramente no alcanza para pagar ni la luz de esos nuevos departamentos de $25,000 pesos al mes.

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Es cierto que la gentrificación trae beneficios económicos. Según cifras de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda (SEDUVI), las colonias gentrificadas registran un aumento del 25 % en el valor de la propiedad en los primeros dos años de su “renovación”. Pero el problema es que el aumento en el valor de la propiedad solo beneficia a aquellos que ya tenían capital para invertir, es decir, a los propietarios de esos terrenos o a los inversionistas. Los inquilinos tradicionales, en cambio, se ven obligados a desplazarse a la periferia, donde los servicios son escasos y el transporte público es una pesadilla digna de Dante Alighieri.

Es irónico que el atractivo de estos barrios solía ser su autenticidad, su sabor local. Pero ¿cómo mantener la “autenticidad” cuando los habitantes originales ya no pueden pagar la renta?

No podemos olvidar al amigo inseparable de la gentrificación: Airbnb. De acuerdo con la plataforma de análisis AirDNA, los alquileres vacacionales en la Ciudad de México han crecido un 70 % desde 2018. Esto ha provocado que muchas propiedades sean retiradas del mercado de alquiler a largo plazo, lo que reduce la oferta para los residentes permanentes y eleva aún más los precios. Hoy, encontrar una vivienda a precio accesible en la Roma es tan complicado como que el metro llegue a tiempo en hora pico.

Lo paradójico es que estos barrios se convierten en un imán para el turismo justo por lo que alguna vez fueron: zonas llenas de vida, cultura y tradición. Pero, con el tiempo, los visitantes y nuevos inquilinos transforman el lugar en algo irreconocible, destruyendo el encanto que los atrajo en primer lugar.

¿Soluciones? ¿O simplemente aprendemos a hacer latte art?

Me gustaría dejar las siguientes preguntas en reflexión debido a que es un dilema complejo. ¿Debemos celebrar la inversión extranjera, el auge económico y el nuevo “status” de barrios que, hace una década, eran marginales? O, por el contrario ¿es momento de ponerle freno a este fenómeno y proteger a quienes han vivido aquí toda su vida?

Propondría la regulación de uso de suelo por medio de polígonos de actuación para dar accesibilidad a todo los niveles socioeconómicos y la regulación de los alquileres, pero la implementación de medidas reales sigue siendo tan lenta como una conexión wifi en el metro. Mientras tanto, la clase trabajadora es empujada cada vez más lejos del centro y aquellos que alguna vez hicieron la ciudad vibrante se ven forzados a mudarse a lugares donde las rentas aún son razonables. En fin, si la gentrificación ha venido para quedarse, tal vez lo único que nos queda por hacer es aceptar el cambio y aprender a preparar un buen flat white para sobrevivir en esta nueva Ciudad de México. Eso sí, no esperes encontrar chicharrón de salsa verde en el menú.