Anoche tuve una reunión breve en el lobby de cierto hotel de clase alta de San Pedro Garza García, Nuevo León, considerado el municipio más rico de México.
Antes de ingresar al establecimiento advertí que dos hombres vestidos con ropa evidentemente costosa esperaban sus coches.
Ellos charlaban de política. Escuché que elogiaban a Xóchitl Gálvez y la consideraban la “fórmula secreta” —así se expresaron, con semejante cursilería— para vencer a AMLO y a Claudia Sheinbaum.
Supe que eran personas acomodadas e inclusive ricas porque subieron a un magnífico Mercedes-Benz de modelo reciente.
Adentro del hotel, mientras buscaba a un amigo con el que había quedado de verme para platicar asuntos personales, me pareció escuchar a Andrés Manuel, esto es, uno de sus discursos o mensajes.
Por curiosidad me dirigí hacia donde alguien debía estar viendo en su teléfono celular alguna mañanera o cualquier otro evento presidencial.
En un rincón del lobby un empleado decía a otros dos: “López Obrador sí nos ayuda”. No había mucha gente y seguramente por la ausencia de clientela los trabajadores se sentían en libertad para dialogar entre ellos.
Cuando me vieron, apagaron el celular y uno de los empleados se dirigió a mí para preguntarme si algo se me ofrecía.
Agradecí la atención y comenté que me había dado cuenta de que él apoya al presidente de México. Retador pero educado, replicó que estaba agradecido porque integrantes de su familia recibían apoyos de parte del gobierno federal.
Añadí: “Supongo que usted votará por Morena para la presidencia”. Él respondió que por quien sea que AMLO diga.
Esa es potencia electoral. Todo lo demás es marketing político generador de espuma que como aparece, desaparece.
La historia anterior explica la imposibilidad de derrotar a Morena y le da racionalidad a la decisión de una aspirante presidencial como Sheinbaum: la de mantenerse perfectamente en sintonía con el gobierno de Andrés Manuel.
A Claudia se le cuestiona bastante en columnas políticas por estar siempre de acuerdo con AMLO; suele acusársele de traicionar a su formación científica por no plantear sus propias propuestas.
Pienso lo contrario, que una científica entrenada en la solución de problemas complejos sería irracional si, buscando una ruta para llegar a la presidencia, no hiciera lo único que le garantiza la victoria: permanecer absolutamente leal al único proyecto político en el que ella, por convicciones ideológicas, ha participado y que, resulta clarísimo, cuenta con el respaldo de la mayoría.