¿Le pedirías a un contador público que te arregle los dientes? ¿O a un dentista que te represente legalmente en un juicio? Eso nos preguntábamos en Madrid el artista español Javier Montoro y yo platicando sobre los pósters religiosos que las comunidades de las provincias mandan a hacer todos los años para promocionar las procesiones de cuaresma. Javier opina que son tan extraordinariamente aberrantes que ya hasta espera los carteles con entusiasmo cada año. Cuestionábamos por qué si no se intercambian las profesiones para otras especialidades, por qué en tema de arte las comisiones con frecuencia las hacen personas que no son especialistas, por lo tanto contratando a creadores que no destacan en el medio del arte. Puntualmente en España sorprende porque hay un mundo del arte muy estructurado y profesionalizado con grandes obras y creadores, tanto en arte contemporáneo como en otras disciplinas, como el diseño editorial o de modas, por ejemplo.
Con esto en mente, asistimos a la exposición individual de la artista Bárbara Sánchez Kane en Collegium en Arévalo. La museografía era una instalación muy impresionante con andamios que sostenían las obras dentro de un espacio que antes fue una iglesia. Estamos tan acostumbrados a ver andamios dentro de las iglesias antiguas (por los trabajos de renovaciones) que me pareció en verdad sorprendente que a pesar de ser estructuras tan grandes, desaparecían, como si fuesen invisibles… y además, la estética mecánica dialogaba perfectamente con las obras mismas. Las piezas eran de por sí provocativas, pero tenían además en algunas de las obras referencias a símbolos católicos. Resultó inevitable entrar en la discusión sobre la fricción entre el arte contemporáneo y el arte sacro con Javier Lumbreras y Lorena Pérez-Jácome (de Collegium), hasta el punto que terminamos Montoro y yo en el programa del video-podcast “Arte en Diálogo” con Lorena.
En forma casi inverosímil, podemos constatar si prestamos atención, que en las primeras dos décadas de cada siglo, casi exactamente (desde hace al menos medio milenio), se produce el arte que mejor representará a todo el siglo. Podemos pensar por ejemplo en el renacimiento (1515), el Barroco (1620), el Rococo (1720), el Neo clásico (Regency en Inglaterra, Empire en Francia; 1810), Art Nouveau (1910). Entonces, ya estamos en el 2025, y yo creo que en definitiva hubo un quiebre en el 2020.
La Bienal de Berlin en el 2020 armada por un equipo que incluía dos curadores que conozco, María Berrios y Agustín Perez Rubio, fue muy diferente a todo lo que se había visto antes. Pero, ¿cómo no iba a serlo? El arte contemporáneo seguía hasta entonces presumiendo su propio ensimismamiento en su historia de la que se nutre, mientras la gente trataba de digerir la pandemia. El arte no estaba ya reflejando los cuestionamientos más relevantes de los humanos de la tierra. Le pregunté su opinión sobre esta Bienal de Berlín a un artista consagrado en el arte contemporáneo internacional de mi generación. Su respuesta alarmante fue: eso que exhibieron no es arte, todo son chombos, putas y travestis. Creo que se refería de la manera más despectiva posible a que las obras abordaban problemáticas raciales, feministas y de género. Todavía más irónico me pareció que el argumento curatorial era explícitamente “sobre las fisuras que nos distancian y las que nos unen”.
Veo casi profética la conferencia de Dorothea von Hantelmann, también del 2020, en el Verbier Art Summit. Ella estaba tratando de explicar por qué no hay lugar para hablar sobre ecología en la estructura del arte contemporáneo (sin importar que estemos aterrados por el destino del planeta o que la ecología es un tema que nos tocaría abordar en el arte si somos responsables). La culpa ella se la atribuye a la individualización que promovió la era moderna desde la ilustración la cual fue formalizada en el siglo XIX con los museos. Dorothea dice que esta estructura del “arte como lo conocemos” vacía a las obras de sus significados y las aliena de sus contextos naturales y para exhibirlas en una pared blanca en un museo. Entonces, el arte sacro ya no tendría alrededor el sonido de los coros, los olores de los inciensos, la iluminación de las velas y la potencia de los rezos. La intención era presentarlo aislado, solo una tela pintada con una imagen figurativa en una pared blanca. Y por supuesto sería considerado inferior quien, como los campesinos incultos, se hincaban ante las imágenes religiosas al entrar al museo. Esos contenidos sacros antiguos, cargados de significado y de fe, ya no tenían lugar para lo que se procuraba conseguir en el contexto de un museo.
Tengo que confesar que yo he rezado innumerables veces frente a una imagen en un museo. Especialmente en El Prado. El Cristo de Velázquez y la anunciación de Fra Angelico lo exigen. Una vez hasta canté cantos gregorianos. No tan fuerte, es verdad, pero es que es inevitable creo yo. Me he encontrado una vez con un par de sacerdotes haciendo lo mismo. Pero no es solo una actividad para la gente religiosa. Está comprobado que buscar una trascendencia a través de la religión es parte de nuestra naturaleza humana, y yo creo que sería más interesante relacionarnos con las obras de arte en otras formas que no necesariamente sea el limitante formato del cubo blanco. Creo que más bien que rezo en los museos, mucho antes de ser monja habría que aclarar, porque nunca me han convencido estas estructuras moralistas e individualizantes de nuestra modernidad como algo mejor, ni tampoco descarto que podría haber una nueva manera más satisfactoria para tener arte a tu alrededor.
De joven, por ejemplo, a pesar de que era profesora de historia del arte contemporáneo en la universidad, tenía dos columnas semanales en las que escribía crítica de arte en dos periódicos: Milenio CDMX y Milenio Mty (después de ser editorialista en Reforma) y trabajaba como curadora y coordinadora de exposiciones en dos museos además de ser miembro fundador de la mesa directiva del Patronato de Arte Contemporáneo, y fundar Editorial Celeste que además dirigí 13 años, no se me consideró, por mi generación, como una académica. La razón: decidí usar tacones, maquillaje, pelo rubio largo peinado y joyas. Pero pues me pareció siempre ridículo que la apariencia estuviera relacionada con el quehacer profesional. Como si al ser fea fuese uno a ser más inteligente. Estoy convencida que es por eso mismo, por necia, que también rezo en los museos.
Pero esa desconfianza ante las restricciones individualizantes de la modernidad, no soy la única que las detecta. Coincido con Hantelmann que no había en el arte un lugar para hablar de género, feminismo, raza o ecología en primer plano… y añado a su discurso que tampoco se podía hablar de religión o de fe. Lo que he visto en la Bienal de Berlín en el 2020 no fue un momento aislado en la historia del arte. El interés por presentar dentro de la estructura del canon del arte contemporáneo a artistas que sean representativos de las preocupaciones actuales sociales y políticas no es algo nuevo. Es algo que hemos visto filtrarse poco a poco, bajo el tema de incorporar a los marginados, al “otro”, hasta tomar en el 2020 finalmente, diría yo, un rol principal.
En 1989 en la exposición “Les Magiciens de la Terre” en el Pompidou, el curador Jean Hubert-Martin con la mejor intención, pero actuando en una forma verdaderamente ingenua, presumió de su entrenado ojo curatorial “universal parisino” para presentar “arte” de todo el planeta. Esa exposición yo la fui a ver en persona. De México había elegido exhibir al artesano Pedro Linares que hace los alebrijes en Oaxaca y el artista ya famoso internacionalmente Julio Galán. No por casualidad la exposición fue tan controversial. Desde Duchamp (o sea, hace más de 100 años), todo lo que tenga la intención de ser arte, lo es. Ahora bien, hay que diferenciar que no todo es bueno solo por ser arte. Lo que escandalizó a todos en “Los Magos de la Tierra” fue que esta selección presentó artesanías, o ataúdes creativos africanos, o mandalas budistas de arena, como si fuesen artes plásticas. Muchos artesanos en México cuentan con mayor prestigio que los artistas plásticos. Pero nadie los confunde. Porque las artesanías pueden ser muy artísticas, o incluso magistrales, pero no son arte contemporáneo. Y no hay confusión alguna en ese tema. Al menos en México. Pero fue esta exposición la que, a pesar de su “fracaso”, abrió la fisura en el impenetrable mundillo del arte contemporáneo.
En la misma secuencia de pensamiento, recuerdo la diferencia entre la bienal del Whitney, de 1991 a la de 1993. Asistía yo regularmente a estas exposiciones colectivas porque era un buen lugar para ver a los mejores exponentes americanos en el arte contemporáneo cada par de años. Pero la diferencia entre esas dos bienales verdaderamente era asombrosa. En la del ’91 vi todavía en su mayoría pintura figurativa siguiendo el movimiento internacional (principalmente en Italia y Alemania) que arrancó en los ochenta, con los artistas del momento americanos como Erick Fischl, David Salle y Kenny Scharf. Pero en la muestra del ’93, los pintores ya no estaban, y en su lugar había una evidente preocupación por tratar de incluir temas marginales y sociales y filtrarlos en el hermético discurso del arte sobre el arte mismo. Ahí pude ver obra de las radicales mujeres con posturas muy interesantes como Cindy Sherman, Janine Antoni, o Andrea Fraser. También había obras que incluían temas raciales como Guillermo Gómez Peña y Coco Fusco, Pepón Osorio, Renee Green, Jimmie Durham o Daniel Joseph Martínez. Por último comenzaban ya a entreverse intereses por discusiones de género en las obras de Matthew Barney y Nan Goldin pero podría tal vez también incluir aquí a Charles Ray con sus desproporcionados cuerpos humanoides.
La última exposición que me viene a la mente es “El Palacio Enciclopédico” de la Bienal de Venecia del 2013. Me acuerdo salir de esa muestra pensando, que bien que no solo los artistas establecidos y super famosos tengan cabida en la Bienal sino también los autores desconocidos y de otras disciplinas. La idea del curador subrayaba que “los artistas, escritores, científicos y profetas han tratado —con frecuencia en vano— de articular una imagen del mundo que catpure su infinita variedad y riqueza”. Me pareció muy gracioso que incluyeran a los profetas en la lista y su preocupación por la variedad y riqueza fue evidente en la muestra.
Yo creo que hoy podríamos decir que por primera vez desde el siglo XIX se abre un espacio para que el arte contemporáneo pueda incluir temas de fe en forma natural. Ha habido algunas excepciones en la historia reciente en donde los artistas usaron símbolos bíblicos en forma extraordinaria incorporándolos en su discurso sin estar forzado. Por ejemplo, está la capilla Rothko en Houston que invita a la meditación contemplativa… O el toro de oro de Damien Hirst, haciendo referencia al famoso ídolo falso de la Biblia y cuestionando el lugar de las obras de arte en nuestras vidas hoy. Mi excepción favorita es el Sansón de Chris Burden. El artista, quien es siempre super rebelde contra la autoridad institucional del arte contemporáneo, creó una máquina diseñada para ser capaz de destruir el espacio expositivo desde dentro. Cada vez que entraba un visitante por el torno de acceso al espacio expositivo, expandía las dimensiones (con un motor de 100 toneladas) de una viga doble gigante extensible haciendo presión contra los muros de carga de la galería, cuestionando el consumismo del arte y los formatos de exposición.
Pero ninguna de estas tres obras son arte sacro como tal; solamente usan el recurso de un símbolo conocido, que puede ser judeocristiano o de cualquier origen, y lo reutilizan dentro del discurso propio del artista. Lo que yo quisiera ver es a un gran artista de nuestros tiempos, haciendo arte que pueda utilizarse para decorar una iglesia o para representar una imagen que inspire devoción, sin que sea motivo de burla.
En la otra cara de la moneda, en el mundo de producción artística en la que la iglesia participa en forma institucional, también ha habido una evolución. La iglesia fue el gran mecenas del arte históricamente, pero se podría decir que desde la Ilustración los comerciantes sustituyeron con su poder económico al poder de la iglesia para comisionar arte, y los temas que los artistas abordaron dejaron de ser sacros. Sin embargo, ahora vemos una gran participación por parte de la iglesia en el ámbito de la vanguardia en creación. Aplaudo que el gran Gerhard Richter haya hecho los vitrales de la Catedral de colonia. Fue muy controversial por las razones más extrañas. Se argumentaba que Richter no tiene fe y por lo tanto no debió participar. Pero desde mi perspectiva, después de haber visto tantas obras maestras hechas por artistas sin fe, creo que ser un gran artista es en sí un regalo de Dios y ponerlo al servicio de los creyentes es una forma de alabar a Dios. No con rezos sino con su talento. Insisto que cada profesión debería desarrollarse en su medio. Creo que es para el bien de todos que los artistas no pretendan con su talento sustituir al sacerdote, ni tampoco alguien con mucha fe trate de hacerle al artista. Pero lo interesante aquí es el hecho de que Richter haga los vitrales de una Catedral, porque eso es ya arte sacro, arte hecho para decorar una iglesia e inspirar devoción. Esto es lo que podría comenzar a pasar y me emociona mucho.
Agradezco también por ejemplo, que en el pabellón del Vaticano en la última edición de la Bienal de Venecia haya participado Maurizio Cattelan. Sí, el artista que se hizo famoso en las masas por su banana pegada a la pared. En el exterior del mini mundo del arte contemporáneo nadie puede entender que Cattelan ya era uno de los más relevantes artistas de nuestros tiempos, y fue gracias a eso, que pudo salirse con la suya con la banana (y no a partir de ello). Me parece que el Vaticano se ha visto sorprendentemente vanguardista e informado al incluir a este genial e influyente artista en su pabellón sin importar las controversias. Más emocionante aún es que el pabellón de la Bienal de arquitectura que inaugura en mayo este año, se lo han comisionado a la mexicana Tatiana Bilbao. Yo creo que ya estamos cerca al momento en que estos dos mundos se vuelvan a unir, el de la vanguardia en el arte y los grandes creadores de hoy, y el de la fe. Ojalá no me equivoque. Acaricio la idea de comenzar a ver obras piadosas creadas por los más grandes artistas de nuestra era.
Sobre la autora:
La madre Stella Maris es una monja ermitaña diocesana de Monterrey y es Familiaris Cisterciense de la abadía de Heiligenkreuz en Austria. Después de trabajar en arte contemporáneo como crítica y curadora casi 30 años, dejó su trabajo en Frieze Art Fair (Londres y N.Y.) y el Museo Tamayo en CDMX (en donde dirigía la FORT) y se mudó a Alemania del este en 2018 para ser monja. Vive sola en una granja que convirtió en su ermita. Reza con un convento de monjes Cisterciences a quienes ayudó a fundar un nuevo claustro en Neuzelle. El nuevo monasterio en construcción fue diseñado por la arquitecta mexicana Tatiana Bilbao. Stella Maris creó y editó la revisa Celeste, asociada con Federico Arreola y después con Jorge Vergara. Como dueña de Editorial Celeste, Stella Maris publicó también la premiada revisa BabyBabyBaby entre muchas otras publicaciones.