Este viernes, la Corte Suprema ha declarado válida una ley que alegando seguridad nacional, ha prohibido TikTok en Estados Unidos puesto que la adictiva plataforma desarrollada en China tiene capacidad de lograr permisos invadidos en todos los dispositivos que la tienen descargada, desde el acceso a contactos, ubicación hasta la supuesta posibilidad de activar el micrófono o cámara remotamente. La prohibición de TikTok en Estados Unidos no solo es un golpe a la empresa más dinámica y popular en la industria de las redes sociales, sino también un recordatorio del frágil punto en que la seguridad nacional y la libertad de expresión se contraponen. A su vez, existe incertidumbre sobre la postura que tendrá el presidente electo, Donald Trump, sobre este tema. Supuestamente, en caso de que TikTok quisiera seguir operando, deberá vender la mayoría de acciones de la gigante tecnológica a cualquier estadounidense.
La decisión de la Corte Suprema de avalar la prohibición de la aplicación de videos cortos es un caso único en la historia reciente: nueve jueces, de ideologías diametralmente opuestas, se unieron para confirmar que TikTok debe ser vendida antes del domingo o cerrar operaciones en el país. Un hecho tan inédito como digno de un capítulo de “Black Mirror”. El hecho es que la privacidad de los usuarios y el valor de sus datos queda manifiesta con este caso, puesto que prácticamente, para poder utilizar cualquier aplicación en un celular, de por medio debe existir una autorización y permisos a la información interna del dispositivo marcada por el usuario. Seamos honestos: nadie lee el aviso de privacidad ni el contrato que esas redes nos ofrecen, esas pequeñas letritas que vamos “scrolleando” sin leer contienen todos los alcances sobre lo que una aplicación sabrá de nosotros y lo que harán con esa información.
Este caso va mucho más allá de una aplicación móvil y esto lo explica todo. TikTok, que recoge datos de aproximadamente 170 millones de usuarios estadounidenses, se ha convertido en el símbolo de una batalla geopolítica entre Estados Unidos y China. La administración de Joe Biden justificó la medida alegando que los datos recolectados por TikTok podrían ser utilizados por el gobierno chino para espionaje o influencia extranjera. Pero también deja entrever algo más profundo: un creciente nacionalismo tecnológico que no solo busca proteger, sino también dominar. Una nueva supremacía mundial en la que los más poderosos no serán los gobernantes sino los dueños de las plataformas tecnológicas con mayor alcance, o sea, los que tendrán capacidad de acceder a la mayor cantidad de usuarios de cualquier país y diseñar algoritmos o la oferta de contenidos que consuman esos usuarios con la posibilidad de influir en sus posturas políticas, personales o sociales.
Pues es un hecho: el algoritmo de TikTok tiene la fina capacidad de detectar, inclusive, la magnitud con la que nuestras pupilas se abren hacia un video que nos muestran, asociando nuestro comportamiento visual, de tiempo y de interacción para definir lo que más nos gusta y así, ofrecemos cada vez más contenido que cumpla con esas características para generar adicción pero con ello, también crecen las posibilidades de insertar neuroprogramación de contenidos, es decir, tener ideas que el propio algoritmo decide mostrarnos y reafirmar.
La Corte, en una opinión unánime y no firmada, sentenció que la desinversión es necesaria para “mitigar preocupaciones bien fundamentadas de seguridad nacional”. Con esta decisión, el mensaje es claro: no hay espacio para matices. TikTok debe pertenecer a una empresa estadounidense o desaparecer. ¿Y los usuarios? Ellos son un daño colateral en esta guerra tecnológica.
Curiosamente, el presidente Biden, quien firmó la ley en 2023, ahora parece dar un paso atrás al no invocar un retraso en el plazo de desinversión, dejando la decisión final a su sucesor, Donald Trump, quien asumirá la presidencia el lunes. Trump, que ha tenido una relación tambaleante con TikTok durante su primer mandato, señaló que analizará la situación antes de tomar una postura definitiva. “Mi decisión sobre TikTok se tomará en un futuro no muy lejano, pero necesito tiempo para revisar la situación. ¡Estén atentos!”, escribió en redes sociales. Mientras tanto, el reloj corre para ByteDance. Sin embargo, lo curioso que se debate en este asunto no es la privacidad mental de los usuarios ni los neuroderechos, se debate quienes pueden tener acceso a esta delicada información y la postura norteamericana, hasta el momento, es continuar con la hegemonía tecnológica que solo da espacio a los desarrollos creados por empresas de Estados Unidos y que por tanto, le brinda a su gobierno la posibilidad de colaborar y acceder a esto también escudándose en la seguridad nacional. Es decir que se trata de excluir a China y debilitar su influencia y su tecnopoder.
El caso de TikTok también evidencia las tensiones de un sistema político que parece tambalearse entre principios democráticos y pragmatismo autoritario. Mientras que la Primera Enmienda garantiza la libertad de expresión, la Corte Suprema determinó que el riesgo de que China use la aplicación para socavar la seguridad nacional es más relevante que el derecho de 170 millones de estadounidenses a usar TikTok como plataforma de expresión y conexión.
¿Es esta una muestra de que Estados Unidos está dispuesto a sacrificar derechos individuales en nombre de la seguridad nacional? ¿O es más bien un movimiento estratégico para ganar terreno en una guerra tecnológica que, hasta ahora, China lidera cómodamente?
Los argumentos de la administración Biden sobre el espionaje y la influencia extranjera son válidos pero también proteccionistas. Sin embargo, también lo es la crítica de que esta decisión podría abrir la puerta a prohibiciones similares para otras plataformas tecnológicas con base en criterios poco claros. ¿Qué impide que mañana se extienda esta lógica a “X”, antes Twitter, YouTube o cualquier otra herramienta digital que cruce las fronteras estadounidenses? Aunque de hecho, con la intervención de Elon Musk en el gobierno de Donald Trump, es poco probable que una decisión así se tomara en su contra. De hecho, “X” ahora ofrece una función similar para ver videos cortos al estilo TikTok, por lo que sería uno de los grandes beneficiados de la prohibición.
La narrativa de protección también se tambalea al considerar cómo otras empresas tecnológicas estadounidenses también recopilan datos masivos, a menudo sin el consentimiento pleno de sus usuarios. La pregunta, entonces, es si TikTok es una amenaza real o simplemente el enemigo ideal en un momento de creciente tensión política y económica.
Estados Unidos enfrenta un dilema de su propia creación. Al intentar desmantelar TikTok, podría estar sentando un precedente que erosione sus propios principios democráticos. Los grandes ganadores de esta decisión no son ni los usuarios ni la seguridad nacional, sino las plataformas estadounidenses que buscan mantener su hegemonía en un mercado donde TikTok ya les había robado gran parte de su protagonismo.
Mientras tanto, el mundo observa. China, por supuesto, ha condenado la decisión, calificándola de una violación a las normas del comercio internacional. Pero también Europa y otros actores internacionales podrían verse tentados a seguir este ejemplo, adoptando regulaciones más estrictas contra tecnologías extranjeras. TikTok es ahora un peón en un tablero de ajedrez global donde la democracia también juega, pero parece que, esta vez, lo hace en desventaja.
La pregunta final es si los usuarios de TikTok, acostumbrados a la libertad digital y la expresión creativa, aceptarán con pasividad este golpe o si se convertirán en la voz que exija un debate más amplio sobre los límites del poder gubernamental en la era digital. Por ahora, TikTok tambalea, pero el verdadero gigante que enfrenta un reto es el ideal de una democracia que debe equilibrar derechos y seguridad sin traicionarse a sí misma.