Para todo partido y más para el gobernante, la selección de sus candidatos es prueba de ácido. Ante la ausencia de procesos democráticos internos, las encuestas son la coartada. Es un método más que imperfecto, sobre todo si se hace sin transparencia y sin un esquema consensuado entre los candidatos. Un factor que ha contribuido al empleo de encuestas es la tesis de que la democracia interna divide y debilita a los partidos de cara a la elección. Se asume que la encuesta resuelve, aunque no siempre sea el caso.

Morena se ha desentendido de los tiempos legales. De nada sirve que la ley determine tiempos precisos y periodos de precampaña, si van a ser subvertidos por los mecanismos de selección a partir de encuestas. Es fraude a la ley y el seleccionado como candidato tiene que presentarse públicamente como algo diferente, además de que su actividad púbica podría constituir actos anticipados de campaña.

El método de seleccionar candidatos por encuesta plantea el problema práctico de la definición del número razonable de prospectos para realizar el estudio de opinión, y esto supone excluir si los aspirantes son numerosos. Para ello se recurre a una encuesta, para seleccionar a los que obtengan mejores valores; o bien, puede ser por la decisión de un órgano colegiado, comité o comisión, como fue el caso. Cualquiera el mecanismo, no es satisfactorio y, por ello, el método de elección primaria, en el sentido de una selección democrática con votación en diversos tiempos es el mejor, toda vez que la misma elección preliminar sirve de proselitismo y, eventualmente, de exclusión a partir de un resultado democrático, justo y transparente.

Independientemente de la modalidad de selección es preciso dilucidar el perfil a acreditar: afinidad ideológica, representatividad del proyecto político, y reputación o competitividad electoral. Para lo primero difícilmente una encuesta sería el método idóneo. En el caso de representatividad la encuesta habría de dirigirse a los miembros o simpatizantes del partido. La reputación es el intangible que puede resolverse a través de encuesta abierta a todos los ciudadanos, y sirve para tener una aproximación a la competitividad de los aspirantes.

Una dificultad mayor es que quienes compiten no están en un plano de igualdad en cuanto a conocimiento. Una encuesta convencional para seleccionar candidatos no pondera este factor, lo que significa que el más conocido lleva ventaja, sin que necesariamente sea el más competitivo o con mejor reputación.

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Los candidatos más competitivos son aquellos muy conocidos y con muy buena opinión; son casos excepcionales. Un candidato competitivo puede tener negativos elevados, siempre y cuando los positivos sean mayores y tengan el potencial de traducirse en votos. Este fue el caso de López Obrador en 2018. Otro caso de competitividad es el de candidatos poco conocidos, pero con muy buena opinión; tienen mucho a donde crecer. El peor supuesto es de candidatos conocidos con altos negativos; difícilmente la campaña puede revertirlos, porque ya no hay mucho espacio para crecer por el nivel de conocimiento.

Las encuestas son inferencias útiles, pero en forma alguna deben reemplazar a los procesos democráticos. Asimismo, está el tema de la cohesión partidaria, y el valor político y electoral que pueda darse a este factor. Una decisión percibida como arbitraria o autoritaria, con o sin encuesta, puede ser la plataforma para que un disidente construya su campaña con otro partido. Finalmente, el resultado se resuelve en la síntesis de candidato y partido, de manera tal que el aspirante afectado competitivo gane la elección a partir de la socialización de su agravio.

Federico Berrueto en Twitter: @Berrueto