Julian Assange permanece en una cárcel de máxima seguridad en el Reino Unido. Mientras, la nación pésimamente gobernada por el conservador, pero eso sí, parte de la diversidad étnica, Rishi Sunak, languidece en una recesión y las autoridades británicas siguen discutiendo si extraditan al director de Wikileaks a Estados Unidos o abren la puerta para su anhelada libertad.
El “crimen” de Assange, quién enfrenta un fuerte deterioro mental y físico que lo ha llevado a sufrir un infarto cerebral y a considerar seriamente el suicidio, fue el publicar, por el interés periodístico que estos tienen, documentos clasificados que revelaron crímenes de guerra y abusos de derechos humanos por parte de gobiernos, especialmente de Estados Unidos en sus fallidas guerras en Irak y Afganistán.
Mientras que criminales de guerra como Henry Kissinger mueren libres y racistas y fascistas como Alexei Navalny son elevados al rango de “luchadores por la libertad”, a Julian Assange lo están torturando y matando lentamente. Y en Estados Unidos le espera una pena de 140 años de prisión por el hecho de ser el editor de un portal llamado Wikileaks. Severa advertencia para cualquier persona que labore en medios digitales como lo es este portal, por ejemplo.
Reino Unido, Estados Unidos y el resto de los representantes de “occidente” se encuentran en un punto bajo en su credibilidad y en su poder “duro” y “suave”. Sus letanías y sermones sobre los “derechos humanos” se vuelven menos que nada ante las brutales condiciones que enfrenta Assange y el genocidio de mujeres y niños en Gaza. Las cenizas no pueden convertirse en un árbol, como dicen por ahí. Estos golpes a su prestigio jamás serán superados. Por el bien de la humanidad, esperemos, contra todo pronóstico, que Assange recupere su libertad.