El intento de magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Kirchner nos demuestra la radicalización de los movimientos de extrema derecha a lo largo y ancho del mundo.
Por una mera casualidad -un arma que falló, a quemarropa, de forma milagrosa- la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, sobrevivió a un atentado en su contra este pasado jueves.
El detenido por este intento de magnicidio es un ciudadano brasileño de 35 años de edad, de nombre Fernando Sabag Montiel, mismo que demostró, al menos en sus redes sociales reproducidas en medios argentinos e internacionales, una simpatía por las políticas del ultraderechista Jair Bolsonaro.
Lo más preocupante es que Sabag Montiel, también conocido con el apodo de Salim, porta un tatuaje identificado cómo el “sol negro” utilizado por grupos neonazis ucranianos cómo el “Batallón Azov” para identificarse con la ideología del fascista Stepan Bandera, entre otros personajes por el estilo.
Las autoridades argentinas tendrán que investigar si Sabag Montiel se radicalizó con los mensajes de odio contra el actual gobierno de Argentina que circulan en la prensa televisiva y escrita de dicho país, o en las redes sociales.
Sin embargo, más allá de eso, se debe determinar si en realidad fue “Salim” quién ideó este intento de magnicidio cómo un “loco solitario”, o si en realidad se trata de un chivo expiatorio, la parte más visible de una conspiración que buscaría dejar a Cristina fuera de la contienda presidencial de su país, literalmente, a sangre y fuego.
Tanto Cristina, cómo Andrés Manuel López Obrador y el resto de los líderes de izquierda del continente deben reforzar su seguridad. Mucho fascista loco y violento anda suelto. Esa es la realidad.