Es un hecho que la primera versión de Donald Trump no se compara con el periodo que se avecina. El virtual presidente electo de Estados Unidos adelantó la imposición de nuevos aranceles de hasta el 25% sobre los productos mexicanos y canadienses, así como del 10% sobre los bienes provenientes de China. Esta propuesta, presentada como una medida para combatir la inmigración ilegal y el tráfico de drogas, no solo tendría implicaciones económicas graves para México, sino que también pondría en jaque el espíritu del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).

Autoflagelo. Un arma de doble filo: los aranceles y el T-MEC

La amenaza de Trump es un golpe directo a la esencia del T-MEC, un acuerdo renegociado bajo su propia administración en 2020. Aunque las motivaciones parecieran ser una advertencia para obligar a que México y China redoblen esfuerzos internos en la persecución contra el fentanilo, el simple anuncio ha sido suficiente para afectar la economía de todos los involucrados, incluyendo al emisor.

A pesar de que el T-MEC permite ciertas excepciones por razones de seguridad nacional, estos aranceles son actos de hostilidad que continúan minando las relaciones diplomáticas y comerciales en la región.

No solo el impacto sería devastador para sectores clave de la economía mexicana, como el automotriz, que depende de las exportaciones hacia Estados Unidos, y para el campo mexicano, que provee alimentos a millones de estadounidenses. Sino que la dignidad mexicana en voz de la presidenta Sheinbaum ha dejado claro que el principio básico de reciprocidad en el derecho internacional seguirá aplicando, o sea, que cualquier carga a México implicará un incremento negativo para la economía norteamericana, traducida en inflación, altos precios, escasez y malestar generalizado.

Para gusto o disgusto, la economía de México está profundamente entrelazada con la estadounidense, los aranceles representarían un retroceso a épocas de incertidumbre comercial.

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Más inmigración y el fentanilo

Trump justifica estos aranceles en su cruzada contra la inmigración ilegal y el tráfico de drogas, particularmente el fentanilo. Sin embargo, las cifras actuales pintan una imagen distinta. Aunque es cierto que gran parte del fentanilo en Estados Unidos es contrabandeado desde México, las incautaciones de esta droga han aumentado significativamente bajo la administración de Joe Biden, lo que refleja un esfuerzo sostenido para combatir este problema. El hecho es que, a pesar de los esfuerzos, México hierve en violencia. Estados Unidos está inundado en drogadicción, pero México está envuelto en crímenes. Pero algo no genera sentido.

La migración no autorizada tampoco está en niveles alarmantes, como afirma Trump. Los cruces fronterizos están cerca de sus mínimos de los últimos cuatro años. Entonces, ¿es esta medida realmente una respuesta al tráfico de drogas y la migración o simplemente una estrategia política para consolidar su base electoral? Peor aún. ¿Desestabilizar a un país por la vía de la seguridad, la economía y la intervención por “terrorismo” no ha sido una de sus prácticas?

La historia se repite. La amenaza de Trump no es nueva. Durante su primer mandato, utilizó el comercio como herramienta de presión, especialmente contra México y Canadá. En 2019, amenazó con imponer aranceles a los automóviles canadienses, lo que desestabilizó los mercados de ese país. Ahora, parece dispuesto a repetir esta táctica, no solo para consolidar su narrativa nacionalista, sino también para presentar a México como un enemigo externo responsable de los problemas internos de Estados Unidos.

¿El coraje puede ser suficiente?

Una carta firme. México en medio de una oposición traidora que urge a la intervención, encabezados por Acción Nacional. Desconfianza en el ambiente, un gobierno indignado por la detención de Ismael “Mayo” Zambada, que, por cierto, amenaza al gobernador de Morena que juraba no haber tenido vinculación alguna con grupos del crimen organizado. Prepararse estratégicamente para responder a estas amenazas no basta. Inclusive, un personaje como Marcelo Ebrard, ex canciller y con una capacidad clave en el sexenio anterior para la resolución de problemas, al margen. Sin mayor intervención, como si el caos le pudiera satisfacer alguna venganza tardía por el hecho de que el presidente no sea él.  La tarea no es sencilla. Sin embargo, el curso de las autonomías de México, la diversificación en relaciones con otros países enfocados en América Latina y un camino a disminuir la dependencia económica de Estados Unidos es el camino urgente.

Para anticiparse: Donald Trump va por las remesas. Esas mismas que tantas mañaneras fueron presumidas como un logro.