Lo siguiente lo envió por correo electrónico una persona confiable cuyo nombre no daremos a conocer:
“Coincidí en un par de ocasiones con la señora Inés Gómez Mont Arena, en los últimos cuatro años, en un hospital del sur de la Ciudad de México. Describo una de ellas: De llamar la atención su ‘equipo de seguridad’, por lo menos de veinte personas incluyendo cuatro o cinco mujeres, distribuido en cinco camionetas. Descendió de una y se fue en otra así que seguramente, por lo menos dos, están blindadas. L@s guaruras con una actitud prepotente, invadiendo lugares donde no debían estacionarse, creando cercos para ‘protegerla’ que incomodaron a todos, etcétera”.
No se publica lo anterior para hace leña del árbol caído. Se ha hecho, simple y sencillamente, para evidenciar la arrogancia de no poca gente en México que es —o se siente— importante. No es criticable que las personas recurran a servicios de seguridad privada para protegerse si piensan que deben hacerlo, sobre todo en una época de enorme violencia e inseguridad como la que nos toca vivir, agravada por la absurda, perdida desde su origen, espantosa guerra de Felipe Calderón contra el narco. Lo que no se vale es la prepotencia que caracteriza a buena parte de las clases más altas mexicanas. Dicho sea lo anterior sin profundizar en un tema todavía peor: las acusaciones de lavado de dinero y peculado contra la comentarista de televisión y su esposo, el abogado facturero Víctor Álvarez Puga.