Confusión entre arte y cultura

Se tiene que partir de algo muy simple: la cultura es el todo y el arte es parte del todo; del todo que es la cultura. Perogrullada, pero es necesario decirlo. Por tanto, Elena Poniatowska se equivoca cuando en la Feria del Libro de Monterrey dice sobre el gobierno de López Obrador: “No ha hecho nada de lo que esperábamos por la cultura. No se ha ocupado de la cultura. Tanto él como su mujer, Beatriz Gutiérrez Müller, son historiadores, pero no se ha visto un empujón hacia la cultura, un interés. Es una perdida yo creo, y un error”.

Me parece que sí han hecho suficiente por la cultura. Por lo que han hecho poco o casi nada es por el arte. De hecho, Beatriz y Andrés Manuel hablan constantemente de la cultura pero no de arte. Una cultura prácticamente vaciada de arte o con una sustitución del concepto de arte: por decir, considerar arte antes a una banda de alientos de Oaxaca que a una sinfónica. A una verbena popular que a una ópera. No sé si la banda y la verbena alcancen la estética del arte, pero cultura sí lo son definitivamente. No sé si la sinfónica y esa ópera alcancen el nivel del arte, pero a ello ambicionan, tienen bagaje histórico y estético artístico y, en definitiva, también son cultura.

La cantante Belinda difícilmente será una expresión del arte, sí lo es de la música, más que popular, comercial. En el caso del Grupo Firme, sí encarnan un fenómeno social más que musical y también lo son comercial, como he mencionado antes; y sin ser arte, son parte de la cultura de un determinado tiempo y contexto histórico.

El gusto musical de López Obrador y Gutiérrez Müller, por ejemplo, pasa más por las palabras que por los sonidos. La música puede tener el sonsonete más elemental pero con tal de que la letra diga algo a su razonamiento y a su concepto de cultura, les parece bien y les gusta; ya sea Chico Che o Los Tigres del Norte. Incluso, pasa antes por la ideología que por la estética de la composición; es decir, por toda la trova latinoamericana y los cantantes españoles “libertarios”.

Esto es muy claro en el discurso de Gutiérrez Müller dirigido a las delegaciones asistentes a la Conferencia Mundial de la Unesco sobre Políticas Culturales y Desarrollo Sostenible, 2022, el pasado 28 de septiembre. Después de dedicar un espacio importante a una crítica necesaria contra el racismo, en la que destaca la idea de que no hay razas sino que todos los individuos somos herederos del homo sapiens, procede a la crítica del clasismo a través del concepto cultura. Se cuestiona a sí misma, ¿qué es cultura? Señala que, “a finales del siglo XIX occidental”, esta palabra no aparecía en los periódicos, que se conferenciaba sobre las bellas artes, en particular, sobre la poesía, el teatro y la ópera. Es decir, según esta perspectiva “eurocentrista”, se tomaba por cultura, de manera errática, lo que propiamente es arte, o las llamadas bellas artes, desdeñando así los diversos y ricos aportes de las distintas sociedades del mundo.

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Continuando con la respuesta, la esposa del presidente López Obrador, que habló en su representación, hace una propuesta: cultura, “según mi entender…, es todo aquello que nace en una comunidad o naciones derivado del conocimiento, el temperamento, las tradiciones y las costumbres que tienen, crean o han heredado. Cultura ya no es más, en exclusiva, el arte de tocar el violín o la figura de mármol. Cultura es el arte de crear en un tiempo y un espacio”.

Este discurso fue reproducido en video por el presidente López Obrador en su conferencia de prensa, pues representa asimismo su consideración sobre el tema; está de acuerdo con tales conceptos.

En Historia de la Cultura, que en realidad en alemán se llama Historia de la cultura como sociología de la cultura –libro publicado en 1935 en primera edición y hasta 1941 en castellano por el Fondo de Cultura Económica, en traducción de Luis Recasens Siches- Alfred Weber plantea en cierta manera lo que Gutiérrez Müller: cultura es todo aquello de valor que los pueblos de la historia han producido (incluyendo los vestigios prehistóricos y las primeras realizaciones artísticas como El poema de Gilgamesh o la angustia por la muerte), como su esencia civilizatoria al mundo, lo que sin proponérselo necesariamente han heredado al mundo, a los hombres que hemos heredado ese mundo, sus mundos, sus civilizaciones, sus creaciones.

Entonces, no debe haber confusión posible. Por tanto, se equivoca Poniatowska. La pareja presidencial sí ha hecho suficiente por el impulso a la cultura, desde el concepto mismo. Cuando el presidente dice que las carreteras artesanales de Oaxaca son cultura, está en lo correcto. También cuando asigna presupuesto a la Secretaría de Cultura para programas de orquestas de niños en Oaxaca, para los programas de semilleros creativos para jóvenes y niños, cuando se rescata el Lago de Texcoco y se hace un área natural para la recreación, cuando se amplía el Bosque de Chapultepec, cuando se crea el Tren Maya. Todo eso es cultura.

Entonces, el problema viene de confundir arte por cultura o al revés. Beatriz y Andrés Manuel tienen una convicción por la cultura; convicción que no es asimismo evidente por una parcela de la cultura: el arte. Y a eso es a lo que se refiere “La Poni”, como le llamara Carlos Fuentes.

Mi viejo ejemplar de Historia de la cultura como sociología de la cultura; de Alfred Weber.

Arte institucional

Y hay que aclarar: no es que haya faltado el presupuesto para las becas de lo que era el Fonca; no, todas continúan otorgándose. Tampoco ha dejado de pagarse la nómina de los Grupos Artísticos de Bellas Artes: se ha entregado íntegra a orquestas, coros, profesores, compañías de ballet, danza contemporánea, teatro, a los programas de literatura, a los premios nacionales, etcétera. En orden de dar prioridad a los programas sociales, quizá se haya reducido el presupuesto para producciones costosas, eso es entendible.

Lo que Poniatowska quiso decir -y con ella muchos artistas e intelectuales que pueden sin dificultad caer en el clasismo y el elitismo que tanto Andrés como Beatriz critican-, es que no se ha dedicado presupuesto, el “empujón” (Poniatowska dixit), al arte independiente. Si ya hemos visto, que el concepto cultura y su presupuesto correspondiente es importante para el presidente y su esposa, vía la Secretaría de Cultura, y asimismo que no se ha dejado de cubrir la nómina de las instituciones artísticas culturales del país, entonces lo que ha faltado es el apoyo, la convocatoria, el presupuesto al arte independiente.

¡Como José Vasconcelos y Álvaro Obregón! Algo así está ausente. En ese tiempo, se dio gran presupuesto a la recién creada Secretaría de Educación Pública, en 1921, para traer a Diego Rivera de Montparnasse y junto con otros crear el tan famoso y celebrado arte del muralismo mexicano. Se contrató al muy joven Carlos Chávez para componer el ballet El fuego nuevo e iniciar así la ruptura musical con el pasado y crear ese torbellino que es el llamado nacionalismo en la música. Que no era de un estilo decimonónico ni trasnochado, ni localista en términos técnicos, sino de total contemporaneidad y vanguardia. Que junto con Chávez, incorporó a Silvestre Revueltas, Pablo Moncayo, Blas Galindo, Daniel Ayala, Salvador Contreras, Candelario Huizar, Eduardo Hernández Moncada, etcétera. También se trajo a maestros latinoamericanos como Gabriela Mistral o Salomón de la Selva.

Muy a propósito, Gutiérrez Müller estará el próximo 24 de octubre en Chile, en representación del presidente, para conmemorar los 100 años de la llegada de Mistral a trabajar con Vasconcelos; la poeta ganaría el Nobel de Literatura en 1945. Y por cierto, el 4 de octubre pasado, Beatriz estuvo presente en un evento relacionado con las “bellas artes”: “Ha sido un deleite escuchar a la Orquesta Sinfónica de Música Esperanza Azteca y su Coro, con obras de Onegin, Tchaikovsky, Verdi, Wagner, Drigo, Márquez, Prokofiev y Moncayo”; estableció en FB.

4T sin movimiento artístico de ruptura

Toda revolución, toda transformación tendría que o debiera ir acompañada por un movimiento artístico. El de la Revolución Mexicana no fue del todo espontáneo, recibió el apoyo presupuestal del Estado mexicano. Y eso es lo que se ha extrañado y padecido en el gobierno que busca una cuarta transformación en México. Del arte institucionalizado, el que recibe nómina y premios, es casi imposible que provenga esa acción de cambio “revolucionario”. Tiene que venir del impulso a los independientes.

Y lo siento, aunque no le guste a Beatriz y Andrés Manuel, el movimiento artístico de ruptura que acompañe a una posible 4T tampoco vendrá de Los tigres del Norte o Grupo Firme –estos representan un fenómeno social, sobre todo, más que musical; aunque también son un éxito comercial-. Y mucho menos vendrá de Belinda y su exnovio; a quienes no he escuchado nunca por voluntad, acaso de manera ambiental, forzada por el transporte público o vecinos ruidosos. Pero no es por desdén o menosprecio que no los escuche; tampoco escucho a “El Tri”. No lo hago porque tengo otras preferencias. Y critico su presencia en el Zócalo desde que llegaron los gobiernos de izquierda electoral a gobernar Ciudad de México. Porque los grupos y solistas presentados durante los últimos 25 años, tienen espacios de sobra por ser comerciales. En televisión, radio, ferias, palenques, estadios, auditorios, plazas. ¿Por qué los gobiernos y el Estado tienen que patrocinarlos o impulsarlos?; que actúen sin cobrar no es suficiente argumento.

¿No es la obligación del Estado ofrecer al pueblo lo que no tiene al alcance? Por tanto, ¿qué debiera impulsar un gobierno que busca una transformación profunda y que debe incluir lo artístico?, ¿a Belinda y su ex novio (no sé cómo se llama pero el presidente quiere que se presente el primero de diciembre para festejar el cuarto año de su llegada al poder), a las sonoras y cumbias? Y perdonen, el arte no es elitista. Elitista es quien lo concibe y consume así; la ópera fue todo un fenómeno popular en la época de los castrados y durante el siglo XIX.

Pero como hizo Vasconcelos que publicó los clásicos de la literatura en medio de críticas e impulsó un incomparable e inigualable movimiento musical, literario y pictórico, así debiera hacerse hoy. Y lo escribí como una crítica propositiva desde el plantón de 2006: no hay un movimiento artístico que acompañe el movimiento político y social de AMLO. Esto, a pesar de que tantos artistas independientes lo apoyaron entonces y desde siempre.

Yo lo escribió Oscar Wilde alguna vez en El alma del hombre bajo el socialismo. Antes que una indeseable degradación del arte, debe exigirse una elevación del pueblo: “el Arte nunca debe intentar ser popular. El público es quien debería intentar ser artista”. Y en México, dadas las condiciones actuales, es el Estado quien debiera estar comprometido a esa responsabilidad histórica, social, estética, artística y cultural.

P.d. Un final momentáneo para este texto. Del Romeo y Julieta de Prokofiev, “Danza de los caballeros”:

Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo