Desde semanas antes a la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos hemos visto el interés del gobierno de México por atender a los paisanos que puedan ser deportados de aquel país.
La presidenta Sheinbaum se ha estado coordinando con alcaldes, gobernadores, cónsules y funcionarios de alto nivel, como el secretario de relaciones exteriores, Juan Ramón de la Fuente y la secretaria de gobernación, Rosa Icela Rodríguez, con el objetivo de que quienes regresen se sientan de verdad en casa. Un esfuerzo enorme, sin duda.
No sabemos con certeza cuántos connacionales estarán de vuelta en México; tampoco sabemos cuándo llegarán. Ayer mismo en las noticias se informó que con la cancelación del CBP One llegaron los primeros repatriados a Tamaulipas y Chihuahua, y todos los estados fronterizos están a la espera de la llegada masiva de mexicanos.
No cabe duda: nuestro país - el mundo entero, en realidad - comienza este 2025 con incertidumbre y, hay que decirlo, con muchas familias envueltas en la tristeza, con sueños, rotos y ellos mismos, rotos.
Y hay una tragedia peor: las infancias migrantes, niños y niñas que viajan solos o con sus familias, que no tienen un lugar seguro para descansar, que no van a la escuela y que muchas veces han perdido a su padre o a su madre en el intento de cruzar la frontera.
Las vejaciones que sufren muchos infantes o adolescentes no han sido pocas. Recordemos que en su primer mandato Donald Trump los metía en una jaula, que llegaba a tener 20 menores dentro. Las imágenes denigrantes dieron la vuelta al mundo, pues estos niños y niñas separados de sus padres por las infames políticas migratorias del mandatario de aquel país quedaron a la deriva, seguramente traumatizados o, en el peor de los casos, víctimas de cualquier tipo de abuso.
De nuevo Donald Trump comenzó la embestida anti migrantes, que por lo visto, no tiene intención alguna de frenar, por lo que urgen protocolos bilaterales que protejan esas infancias.
De enero a noviembre del año pasado el ex presidente Joe Biden deportó a 28 mil 270 mexicanos menores de edad, de los cuales 16 mil 303 tienen de 12 a 17 años y 1 mil 967, de cero a 11 años. Por increíble que parezca 154 de estos infantes y adolescentes viajaron solos, expuestos a violaciones, trata de blancas, drogadicción, prostitución infantil, embarazos adolescentes y otras calamidades.
En México, desde hace cuatro años se dispuso que los menores deportados no permanecieran en las instalaciones del Instituto Nacional de Migración (INM) y fueran canalizados de inmediato al DIF, pero la falta de presupuesto hizo que esto se quedara en buenos deseos, por lo que ahora es urgente que se atienda.
Esto nos abre la puerta a una interrogante más: ¿habrá suficientes espacios para ellos? ¿Suficientes escuelas? ¿Cuidados? ¿Alimentación?
Si llegan solos, nos espera una enorme tragedia; si llegan con sus familias el tema tampoco es menor, pues muchos de los paisanos llegarán sin casa, sin dinero, desintegrados y, hay que decirlo, traumatizados.
Confío en que la presidenta Sheinbaum tenga un plan para atender a estas criaturas y sus familias que vienen para quedarse y requieren atención inmediata, de lo contrario estamos en la antesala de una generación compleja, que han pasado quizá años sin el calor de un hogar y sin educación.
¿Bienvenidos, paisanos? Sí, esperemos que sí.