Las encuestas en Brasil no identificaron la fortaleza electoral de Bolsonaro, porque a los propios electores les dio vergüenza decir que votarían por él…lo mismo va a ocurrir en la elección presidencial mexicana. Habrá un voto oculto para Morena de vergüenza, y uno de temor y de cambio, quizá mucho más amplio para la oposición

La elección presidencial de Brasil fue otro duro golpe a la de por sí muy escasa credibilidad de las encuestas, esos ejercicios estadísticos con los que se recoge la opinión de las personas sobre los candidatos y las campañas que, en vez de presentarnos “la fotografía del momento” que nos acerque al panorama general de la competencia, terminan por generar menudas sorpresas o decepción a quienes las creen a pie juntillas, al cierre de las urnas.

El fenómeno no es nuevo. En México, son muchas las encuestas que se han equivocado al pronosticar el sentimiento de los electores y los ejemplos sobran, pero la explicación más sencilla tiene que ver con que las realizan empresas que han dejado de ser observadoras imparciales para convertirse en parte descarada del juego electoral.

Es decir, quizá salvo dos o tres honrosas excepciones (que se esfuerzan por no involucrarse en la lucha de bandos y rechazan ser arma porque saben que más bien son herramienta) no hay en el país una institución de peso cuyo sondeo no obedezca a la máxima de “el que paga manda”.

Los encuestadores mexicanos, en su gran mayoría, se han olvidado que lo de ellos es ofrecer información valiosa al cliente y a su estrategia para ganar una elección. Desde definir la ruta, el mensaje, la imagen y la propuesta, hasta hacer los ajustes necesarios, si es que al evaluar el trabajo no se aprecian los resultados esperados o si se advierte que la competencia despunta o trabaja mejor.

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La realidad es que, sobre todo recientemente, han surgido muchas casas “encuestadoras” dispuestas a decirle al cliente lo que quiere escuchar incluso cuando las posibilidades de éxito electoral son escasas. O aquellas, que de plano rentan sus plataformas en redes sociales para difundir estudios a modo del cliente o en franco demérito del adversario. En Tamaulipas hubo tres de ellas, contratadas por el entonces gobernador Francisco García Cabeza de Vaca con la peregrina idea de que para cambiar la realidad y ganar elecciones es suficiente el burdo engaño.

Pero en Brasil hay dos instituciones muy serias, al menos. Se trata de las empresas Datafolha y su competidora IPEC, quienes coincidieron en que el ex presidente Lula da Silva obtendría la presidencia en primera vuelta con 50/51% de los votos y una ventaja de entre 16 y 20% sobre el actual mandatario, Jair Bolsonaro. Ambas empresas han tenido una trayectoria casi impecable al presentar resultados de sus sondeos demoscópicos y ambas, sin embargo, sucumbieron frente a una realidad distinta a la que ellos plantearon como probable a ocurrir en la elección brasileña.

Y es que la supuesta ventaja que tenía el líder del Partido del Trabajo se desvaneció en el momento clave, en los dos minutos que tiene el elector entre recibir la boleta y marcarla para depositarla en la urna. Hay quienes piensan que las encuestas no identificaron la fortaleza de la plataforma conservadora de Bolsonaro, porque a los propios electores les dio vergüenza decir que votarían por él o porque la campaña del mandatario fue más eficiente a la hora de ofrecer seguridad y garantizar futuro a los electores.

Creo que hay una caja teórica en la que podemos insertar ese fenómeno: la llamada “espiral del silencio” que tanto ha atormentado a las encuestadoras profesionales y que en el 2024 se volverá a hacer presente en la elección mexicana. Hay que recordar que ese “voto oculto” ha favorecido históricamente a Morena y en 2024 muy seguramente habrá quienes no digan que van a votar por la 4T aunque ya no por las razones de antes (cuando el movimiento democrático aspiraba al poder ante un sistema del que desconfiaba) sino por las mismas que generó Bolsonaro. Voto de vergüenza, pues.

Pero no todo son malas noticias, creo yo. Otra porción del silencio de los electores o del “voto oculto” tendrá que ver con una muy amplia porción de clase media que prefiere enmascarar su intención de voto antiAMLO y anti4T, por los mismos temores que tenían en aquellos tiempos “del neoporfirismo” los simpatizantes del hoy presidente. Son gente que no se atreven a decir su postura públicamente porque pueden despertar reacciones, hasta groseras, de parte de los cuatroteístas.

Es decir, el “voto oculto” que le dio mucho dolor de cabeza a los encuestadores mexicanos estará presente de nuevo quizá con mayor fuerza del lado opositor. La condicionante es que el voto antipopulismo, para expresarse en las urnas, tiene que tener una oferta creíble, que les haga click, o va a ocurrir lo que ahora mismo es lo más probable: que ese segmento se incline hacia la abstención.

Si el contador Marko Cortés quisiera de verdad llegar a viejo y si Dante Delgado se sintiera menos dueño de la verdad, podrían construir juntos o cada uno con sus respectivos aliados, una candidatura que siga el consejo más evidente: hay que empezarle a hablar, sin prejuicios, con descaro incluso, a ese público que no quiere seguir la ruta actual que perfila al país hacia el precipicio. La pelota está en la cancha de la oposición.

Twitter: @mayraveracruz