IRREVERENTE
San Miguel de Allende, Gto.
Les platico:
Las puertas de lo inimaginable se abren aquí de par en par en cada esquina.
Sus contrastes infinitos son un reflejo de la naturaleza humana de estos días.
Conviven en este pueblo mágico por igual, la brillantez y la ocredad.
La belleza nos sale al paso en cada paso, pero también la lacerante miseria de un pueblo que asoma su mano de pedigüeño desde el quicio de una puerta en medio de la opulencia.
Detona San Miguel de Allende su espíritu, lo mismo en la placa de piedra del Centro Cultural Ignacio Ramírez, que en la lámina de hojalata a la entrada del Mercado Loreto, con motivo de la celebración de los 100 años de haber nacido el legendario “Nigromante”.
En la esquina, uno de los varios teatros que honran a Angela Peralta; para mí, el más bonito, incluso más que el de Mazatlán.
Y en la otra -de ahí muy cerquita- la “batalla” entre tres mariachis que tocan, cantan y bailan al mismo tiempo para sus clientes, “El Rey”; “La Vida no vale Nada” y “El Son de la Negra”.
El tiempo se detiene con “La Fuerza del Corazón”.
Es la exposición de febrero, marzo y abril en el Centro Cultural Ignacio Ramírez, antes Convento de Santa Rosa.
Ahí, el arte vuelto escultura del sanmiguelino por adopción, Lothar Kestenbaum, muestra una de las premoniciones que tuvo 42 años atrás.
Es “La Jineta”, escultura de bronce a la cera perdida de 43 x 13 centímetros que semeja a una de las “corcholatas”.
Del mismo autor, “El Grillo”. Sin comentarios.
Y unos pasos adelante de la exposición del corazón, “El mural inconcluso” de David Alfaro Siqueiros, que el pasado 7 de enero cumplió 49 años de haber pasado a la inmortalidad.
Plasmó su fresco en una lóbrega bóveda de 17 x 7 metros, en honor del generalísimo Ignacio de Allende, patrono del pueblo.
Al igual que muchos otros artistas de rango mundial, Siqueiros impartió en San Miguel de Allende un curso teórico práctico a veteranos de guerra estadounidenses y canadienses, en la década de los 40.
Como parte de sus clases, un día llevó a sus alumnos a este lugar, donde sin más, de pronto comenzó a delinear montado en improvisados andamios, sus proverbiales trazos.
Al entrar a este lugar se aprecia de inmediato la retícula que él usaba para estallar la dinámica característica de sus murales.
Igual que lo hizo con sus obras de la ciudad de México, Siqueiros logró aquí un dinamismo que creó figuras en movimiento.
Le gustaba experimentar, lo hizo todo el tiempo.
Por alguna razón dejó inconcluso este mural a Miguel de Allende.
Uno de los curadores del INAH con quien de casualidad me topé aquí, sostiene que Siqueiros simplemente se distrajo en otros temas y por eso no quiso terminar su obra.
“Lo han de haber llamado a México para otra tarea y voluble como era a veces, dejó el mural para otra vuelta. Pero no volvió más a San Miguel”, me dijo.
Por eso, en mi fuero interno y de manera irreverente, yo llamo a este mural “La belleza inacabada”.
CAJÓN DEL SASTRE DE PANAMÁ
“Siqueiros buscó siempre la experimentación. Kestenbaum, lo absurdo. Ambos lo encontraron y lograron arte”, remata la irreverente de mi Gaby.