No voy a abonar a la falacia imperante. Porque es ilógico argumentar que como las mayorías votaron masivamente por el oficialismo, sus sufragios dotan de razón al paquete de reformas que comprende el Plan C, cuyo propósito es minarle fuerza a los contrapesos e independencia a los poderes para que el ejecutivo federal se imponga en poderío.
En su momento, Adolfo Hitler también fue votado ampliamente.
Sin embargo, es importante destacar que coincido en que muchas de las instituciones que pretenden reformarse y el mismo poder judicial les ofrecen al legislativo áreas de oportunidad para mejorarlos. Todo en México es perfectible; empero no por ello contra reformable o susceptible a ser dinamitado.
Asimismo, celebro que tanto Claudia Sheinbaum, virtual presidenta electa, como su equipo, han venido reiterándole a la ciudadanía apertura al diálogo y flexibilidad.
El día de ayer el propio Arturo Zaldívar aseguró que, si después de que se sometiera a un debate riguroso y una consulta muy amplia el tema de la reforma al poder judicial, surgieran razones de peso, se harían ajustes al proyecto de ley.
Creo hoy en día lo único que nos tiene en vilo a todos respecto al Plan C es la reforma al poder judicial, y muy en particular lo relativo a que se modifique la legislación para efecto de que jueces, magistrados y ministros sean electos mediante votación popular.
Si a esto le sumamos la posibilidad de que dicha reforma fuera aprobada en septiembre, antes de que el nuevo gobierno entre en funciones, el vilo se convierte en angustia.
Estoy convencido de que, si efectivamente se hicieran partícipes a expertos y especialistas en la materia, habrá consenso en cuanto a que jueces, magistrados y ministros deben justificar el cargo con pericia y virtud, no con carisma y popularidad. La razón por la cual los juzgadores no son votados es a causa de que el ejercicio de sus funciones debe atender única y exclusivamente a tecnicismos y a la maestría en el derecho.
Además, aunque el diagnóstico no es un total desacierto, pues sí existe corrupción dentro del poder judicial, como en todos los poderes; no obstante, el remedio sí cae en lo absurdo, pues el hecho de que una persona sea electa democráticamente no la hace invulnerable a la corrupción.
Eso lo saben dentro del equipo de Sheinbaum.
El problema es que, si antes Claudia y su equipo tenían que contrarrestar las manifestaciones vertidas por Andrés Manuel López Obrador o legisladores oficialistas para calmar a los inversionistas, ahora se suman a las voces que agitan las aguas de los mercados financieros, el alboroto de los propagandistas de la oposición.
Entiendo que la palabra de AMLO inquiete. Mas no he visto sumisión de Sheinbaum. Al contrario: ella ha sido insistente en que no se aprobará la reforma al poder judicial sin que antes se someta a discusión con todos los sectores, con toda la ciudadanía.
Aunado a lo anterior, su equipo ya fue claro: si del intercambio de ideas se suscita la necesidad de realizar ajustes, se le realizarán.
Hay que recordar que esta reforma en particular no es otra cosa que un intento de venganza de López Obrador contra la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Así que, independientemente de la innegable e incontrovertible popularidad del presidente de la república, si se analiza con objetividad el proyecto, jamás habrá avenencia de especialistas en torno a un capricho.
Y sí: AMLO dijo que urgía una reforma. Pero jamás dijo que impulsaría para que se apruebe en septiembre. Y sí: Claudia dijo que se consultaría la reforma. Pero no fijo plazos ni garantizó que la consulta se prolongaría más allá de septiembre.
Así que sí: cada quién ve lo que quiere ver en Claudia y el Plan C. Yo, por mi parte, sigo viendo a una Sheinbaum sensata, abierta, discreta, sensible y alegre. En su equipo no veo ni a suicidas ni a fanáticos.
Mi pronóstico: pasarán las reformas con modificaciones sustanciales. No creo que la elección de jueces, magistrados y ministros mediante voto popular se haga realidad.