Quizá uno de los casos más emblemáticos de devastación ecológica, y luego rescate de un ecosistema, ha sido el del malecón Tajamar en Cancún. El gobierno federal arrasó con 59 hectáreas de mangle y todo tipo de vegetación para construir hoteles y comercios en este espacio. Esta acción, acompañada de la expulsión de los ambientalistas que protegían el lugar, con uso de la fuerza pública, movilizó a la ciudadanía e hizo fracasar estos planes de inversionistas. Hasta la fecha, ha quedado como un espacio ciudadano de esparcimiento y un santuario para aves, cocodrilos y muchas otras especies.
Con toda la atención a nivel nacional e internacional, ¿qué dirían si menciono que existía entonces y existe todavía una destrucción ambiental muchas veces mayor, misma que hay pasado mayormente desapercibida, con el cómplice silencio de las autoridades de antes y de investigadores y supuestos ambientalistas? Hablo, desde luego, de Calizas Industriales del Carmen (Calica), hoy rebautizado Sac-Tun, empresa que ha acabado con 2 mil 400 hectáreas de selva para la extracción de material pétreo.
La superficie equivale a 40 Tajamares o a 150 veces el Estadio Azteca. Son 40 veces el tale de selva virgen, en un área enclavada en el corredor del jaguar, en donde no solo quitaron la vegetación, sino que además retiraron la capa de sedimentos, asegurándose que nada pueda volver a crecer allí en muchísimo tiempo.
La selva la quitaron con detonaciones de explosivos, para después excavar enormes zanjas, extendiendo la devastación al subsuelo. Allí espeleólogos han señalado que existía un sistema de cuevas subterráneas y cenotes, tal vez con vestigios arqueológicos de la Era del Hielo, cosa que nunca sabremos, pues todo fue retirado con dinamita y “manos de chango”.
La espeleóloga Liliana Volia, en una entrevista para un medio nacional, destacó que en esa extensión existía la única cueva subterránea de tres niveles en toda la región del que se tenga registro, además de numerosas entradas a cenotes.
Esta destrucción avanzó por más de tres décadas. Barcos enteros con “sascab” fueron enviados a Estados Unidos para la industria de la construcción, un estimado de 280 mil toneladas. De acuerdo con un regidor de la zona, este material pétreo incluso fue usado para construir parte del muro fronterizo con México. Los gobernantes, priistas principalmente, pero también después los panistas, nada hicieron y nada dijeron para al menos denunciar lo ocurrido, una actividad minera en una selva maya, en una zona además con vocación ecoturística.
El grado de complicidad e incluso corrupción salta más a la vista al descubrir que esta empresa ni siquiera se molestaba en pagar su impuesto predial al ayuntamiento de Solidaridad, que tampoco parecía inconformarse. Entre 2014 y 2016 adeudaron más de 21 millones de pesos, dinero que bien podría haberle servido al gobierno municipal para atender necesidades sociales, en lugar de haber endeudado las finanzas públicas.
También, para colmo, la empresa tiene dos predios más, contiguos al devastado, que también pretendía explotar, pese a ser, nuevamente, selva virgen maya, en el corredor del jaguar. No contaba la empresa con el uso de suelo, pero confiaban, en 2016, en lograrlo a través del litigio. Interrogadas, las autoridades municipales de ese entonces ya anticipaban la derrota ya pactada y señalaban que sencillamente acatarían lo ordenado.
¿Y los ambientalistas? Ellos sabrán la respuesta. Salvo contadas honrosas excepciones, como por ejemplo los creadores del excelente documental “Erosión”, la mayoría guardó silencio. No es de extrañar. Sac-Tun, empresa estadounidense, recurrió a una común estrategia usada en ese país, y creó un fondo para becas científicas. Expertos recibían dinero para investigar cenotes o rastrear jaguares, claro, siempre y cuando no incluyeran en sus datos la aniquilación de ambos por esta empresa minera.
Se trata, sencillamente, de la más grande y más dañina devastación ecológica en Quintana Roo, en donde Sac-Tun incluso se excedió por encima de lo que su concesión le marcaba, para así extraer más material en una zona sin estudios de impacto ambiental.
Con la llegada del actual gobierno federal, todo esto cambió y desde 2018, la zona de extracción permanece clausurada. El presidente Andrés Manuel López Obrador ha mencionado en múltiples ocasiones en sus conferencias matutinas que le ha ofrecido a la empresa transformar ese lugar en un parque turístico. Sac-Tun no ha aceptado e incluso tienen demandado al Estado mexicano por más de mil 500 millones de dólares por supuestos daños en una corte internacional.
Pregunto por segunda vez, ¿y los ambientalistas? Si su interés efectivamente es en salvar a la selva y a sus especies, ¿no debieran unirse a este esfuerzo para expulsar a esta empresa, o al menos frenar para siempre esta gigantesca destrucción? No ha sido así, al parecer porque están muy ocupados denunciando la apertura de brechas por el Tren Maya, proyecto que, como todo ferrocarril, reducirá las emisiones de gases de efecto invernadero, al dar una opción viable de transporte público que sacará de las carreteras a miles de vehículos, de pasajeros y de carga.
Es curioso que, como en otras ocasiones, las protestas contra esta obra las realiza un pequeño grupo de ciudadanos de acomodada situación económica, en la Quinta Avenida de Playa del Carmen, con carteles en inglés. Contrasta esa situación de privilegio con cualquier recorrido por la “otra ciudad”, aquella en el lado no turístico, en donde mayoritariamente la gente quiere esta obra, por las facilidades de transporte y oportunidades de desarrollo.
De verdad, uno quiere darles a estas personas el beneficio de la duda, muchos tal vez estén instigados por campañas mediáticas, por los reclamos de artistas, que nada han dicho ni dirán de Calica, o incluso de otras obras similares, como la continua expansión del fraccionamiento Villas del Sol en Playa del Carmen, en donde la inmobiliaria CADU y ARA han arrasado con selva y tapado cenotes con concreto, en un área que está a punto de igualar el largo de toda esta ciudad.
Pero vamos a cosas comparables al Tren Maya. Una revisión incluso somera a las obras de infraestructura realizadas en Quintana Roo demostrarán que no hace muchos años se construyó una carretera de Playa del Carmen a El Tintal. También allí fue una brecha sobre selva, incluso atravesando un hábitat de monos araña, pero nadie salió a protestar por la obra. Esa vialidad ya está concluida y genera un ahorro de gasolina para miles y miles de vehículos que llegan por tierra a la Riviera Maya, sin necesidad de pasar por Cancún. El tema de los animales fue solucionado con pasos de fauna bajo la cinta asfáltica y con pequeños puentes entre las copas de árboles.
Decir que uno es bueno y el otro malo, cuando ambos son casi iguales, o bien decir que ambos son malos, pero solo protestar contra uno, es una posición indefendible. Mejor en lugar de enfocarnos en manifestantes sin credibilidad, veamos y atendamos los problemas reales de la región, como la devastación de Sac-Tun, antes Calica, o la contaminación y potencial riesgo de los 100 tráileres con turbosina que circulan a diario en la carretera Mérida-Cancún y que con el Tren Maya dejarán de congestionar esta vía.
Amir Ibrahim en Twitter @AmirIbrahimQRoo