La lucha por el poder de siempre ha sido un juego rudo. La disputa por el voto se acompaña de la movilización de adherentes. Se gana por razones positivas, y también por negativas, por rechazar al otro. La contienda se da en dos planos: el territorio y la comunicación. La visión ideal de la competencia electoral con candidatos y partidos elaborando razonadas y razonables propuestas supone un elector inexistente. La comunicación, que es más relevante que el territorio es de activar emociones y para ello los mensajes y las imágenes deben ser los idóneos. Se trata de optar por uno y rechazar a los otros.
Las llamadas campañas negras tienen mala reputación, pero son el recurso regular de una elección. En mayor o menor grado todos los partidos y candidatos deben tener un diseño de contraste. No es suficiente con decir por qué la causa propia debe ser votada, sino por qué la de los competidores no. Para impactar se requiere extremar más que razones, acciones y símbolos que muevan emociones. Las campañas requieren un encuestador y más que eso, un semiólogo, un estratega de la comunicación a partir de los símbolos.
Quien lleva desventaja debe fortalecer la estrategia de contraste, como dice Jorge Castañeda; el mejor ejemplo de campañas negras o sucias es López Obrador, un candidato convincente a pesar de la exageración y los desbordados argumentos, especialmente, insultos y ataques; estrategia que continuó ya en la presidencia. Con estos recursos fue un buen candidato, pero lo ha vuelto un deplorable presidente, permanentemente antagonizando con todo el poder a quien no se le somete. Así como le daba por la victimización, ahora en la presidencia, siendo el hombre más poderoso y sin mayores contrapesos, sigue en lo mismo, es la víctima de todos y para todo y así ganar licencia para agredir, insultar, calumniar y descalificar.
No todas las campañas negras son iguales; las más innobles y no menos ineficaces son las de denostación personal. López Obrador es el maestro en esa manera de comunicar. Sin embargo, en el ámbito digital circulan flujos de información al margen de control y respeto, ya no se diga de veracidad. Malo que haya fake news, peor que la calumnia transite con generosidad a partir de las pasiones políticas y del cálculo electoral.
El presidente padece una intensa actividad digital que lo asocia con el narcotráfico. Él, erróneamente, asume que está pagada por los adversarios y que los millones de mensajes son de robots digitales. Sin embargo, hay condiciones para que circulen mensajes en tal sentido; la veracidad no es lo que cuenta, sino lo creíble. En todo caso, sí existen reportajes y testimonios que cumplen con los estándares del periodismo, sobre una supuesta relación del crimen organizado con el círculo cercano de López Obrador, cuya desproporcionada reacción ha contribuido a que el señalamiento se amplíe, reproduzca y permanezca. No debe sorprender que pasado el tiempo muchos den por válida la narcopresidencia, aunque ninguno de los planos noticioso y periodístico lo hayan probado.
Tiene razón Jorge Castañeda y es una respuesta predecible del manual de campaña que la oposición y sus candidatos echen mano de las campañas de contraste. De hecho, la irrupción exitosa de Xóchitl Gálvez resultó de haber enfrentado al presidente y su baja se debió por abandonar tal postura. En el cierre de su precampaña enmendó y por ahora su proselitismo se robustece presentándose como contraste al proyecto político del presidente y su candidata que abrazado la continuidad. Más aún, es explicable que en tal empeño se articule con la actividad de los medios de comunicación independientes que hacen un balance crítico del gobierno de López Obrador. Llama la atención piel tan sensible después de una trayectoria de usar ampliamente los recursos del insulto, la calumnia y la agresión verbal.
Quien lleva ventaja debe ser cuidadosa en subir al ring a quien el voto no favorece. Por eso no hace mucho sentido las referencias negativas de Claudia a Xóchitl, salvo que ella o sus estrategas tengan la convicción de que su adversaria está creciendo. Por su parte el tercer candidato, Jorge Álvarez Máynez, se ve desdibujado como efecto de la misma polarización, además de carecer de los recursos propios de un candidato convincente y competitivo.
Se anticipan las campañas negativas, al igual que los espontáneos que se lanzan al ruedo digital con lengua larga e inteligencia corta.