Campeche es brisa matutina, rumor de mar; suspiro de dioses.
Ciudad de muros, que se resiste al tiempo; símbolo silente de la mayor de las hazañas: mantener la libertad.
Sólo las aves parecen romper la acústica de las olas; ritmo apacible, cadencioso, de un danzón que nunca termina.
Campeche clama a Juárez; su himno habla de apóstoles liberales; rememora a un pueblo heroico que se emancipa con el sol de mediodía.
En sus fuertes, erigidos sobre colinas altas y serpentinas, todavía es posible concebir el clamor del fuego que se opone al asalto y a la humillación.
En su tierra pródiga, es posible observar historias que redimen el ciclo eterno de la vida y la muerte; el rito funerario, en realidad, nunca se ha ido, más que carne y huesos, somos máscaras esculpidas de jade y obsidiana.
El mar no es sólo rumor inacabable, es pretérito que emerge de las riquezas del tinte; es alma de aventureros y de piratas; metáfora sin fin de brújulas y timones que llevan a un destino.
Campeche es eco de voces, de poemas y de cantos; es viento sereno que trae consigo las rimas de Espronceda: ¡Campeche es paisaje libertario!