¿Qué rostro mostrar ante las malas noticias? Los gobernantes mexicanos casi siempre optan por minimizar el golpe, como si eso lo hiciera desaparecer. La negación es recurso recurrente. Se explica por motivos de imagen: las malas noticias siempre afectan a quien gobierna, así sea un desastre natural, el resultado de una mala decisión o la indolencia, como el caso de los desaparecidos. Por eso, los observadores de los hombres de poder suelen leer entre líneas, tratando de descifrar lo que las palabras no dicen. Las conferencias mañaneras de la presidenta Sheinbaum y de su antecesor han dejado amplio margen para la interpretación más allá de lo explícito.
La presidenta Sheinbaum es transparente en sus expresiones; no busca engañar. Casi siempre dice lo que siente, aunque pueda estar equivocada o termine afectándose a sí misma. Un ejemplo claro fue la crisis tras el hallazgo del rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco, cuando activistas y buena parte de los medios afirmaron que se trataba de un campo de exterminio. En lugar de centrarse en el problema y en el drama humano de los desaparecidos, su respuesta fue de enojo, calificándolo como una campaña de sus detractores en contra de López Obrador. Ha ido enmendado y ha hecho lo que nunca sucedió con su antecesor; sin embargo, el error inicial deja una impresión difícil de modificar.
Lidiar con Donald Trump debe ser un desafío mayor para cualquiera. Peña Nieto, López Obrador y ahora Sheinbaum optaron por llevar la “fiesta en paz”, más allá de las declaraciones protocolarias sobre soberanía nacional y defensa de los intereses mexicanos, que terminaron traicionadas por los hechos. Es comprensible: el país es extremadamente vulnerable, y el interlocutor, arrebatado e impredecible. No hay mucho margen de maniobra. Lo contrario podría derivar en una humillación tanto para el gobernante como para la nación; ejemplos, el presidente Petro de Colombia o incluso Zelenski de Ucrania, al asumir una postura digna frente al imperio.
A la presidenta Sheinbaum le ha ido muy bien, pero no necesariamente a México. En el balance se suelen repetir dos frases de consuelo: “pudo ser peor” o “nos fue menos mal que a otros”. Si bien hay algo de verdad en ello, pasar a la celebración es un exceso. Resulta indignante la postura del secretario Ebrard, quien presentó como logro algo que no fue, y exageró las habilidades negociadoras de la presidenta a manera de congraciarse. Conducta poco digna para redimirse por acusarla, no hace mucho, de robarle la candidatura presidencial. Que ahora la presente como una prodigiosa negociadora con Trump, idea repetida por medios nacionales e incluso algunos internacionales, resulta difícil de digerir.
Ebrard parece fantasear con la sucesión presidencial, aunque aún falten cinco años. Pocos estarían dispuestos a seguirle el juego. A México le ha ido igual o incluso peor que a Canadá, cuyo liderazgo —primero con Justin Trudeau y ahora con Mark Carney— adoptó una postura firme y confrontativa frente a Trump. Claro, México y Canadá no son lo mismo. Nosotros somos más vulnerables y cargamos con pecados mayores, a tal grado que el gobierno norteamericano sugiere complicidad entre autoridades y criminales, algo impensable en nuestro socio comercial. La importación ilegal de combustibles en buques, detectado por el vecino no se da sin la connivencia con las autoridades.
Canadá fue exento de aranceles en exportaciones clave para ellos como los energéticos y la potasa. Además, el Senado estadounidense respaldó a ese país argumentando que solo 1 % de las incautaciones de fentanilo provenía de su territorio. Es un mundo aparte. Para que el cabildeo funcione en el Congreso de EU no basta con gestión; hacen falta argumentos, razones y condiciones. Y, lamentablemente, no somos iguales.
Que el gobierno mexicano ponga buena cara ayuda a que muchos crean que la situación no es grave y de paso que Trump pueda atemperarse con México, aunque sea por razones de sometimiento. Que Ebrard atribuya a Sheinbaum decisiones de Trump que atienden a consideraciones domésticas, y que se piense que todo se resuelve con una llamada telefónica, no es del todo malo si eso deja dormir tranquilos. El problema es la realidad: se impusieron aranceles a muchas exportaciones, se violó el GATT, el tratado comercial, y aún está por verse qué pasará con la industria automotriz y de autopartes, además de la próxima revisión del acuerdo.
Positiva la reacción del mundo, de los mercados y de los propios estadounidenses ante las locuras de Trump. Tal vez tengamos suerte y podamos seguir enfrentando la adversidad con buena cara.