Si después de las elecciones de junio pasado no nos había caído el veinte de que hay un nuevo régimen en México, hoy debe quedar muy claro que al nuevo partido en el poder, no se le va a ganar electoralmente.

No estoy siendo negativo ni agachado, simplemente es una lectura de señales muy evidentes.

Para empezar, ni la unión de los otrora dos grandes partidos de México pudo hacerles mella en las pasadas elecciones de junio, al contrario, les arrebataron la gran mayoría de gubernaturas y conservaron la mayoría simple en la Cámara de Diputados. También a eso hay que sumarle que producto precisamente de esa elección, Morena ahora tendrá más gobiernos locales para disponer de recursos financieros y humanos para operar las elecciones que vengan; su alcance aumentó significativamente.

A lo anterior, súmenle los acuerdos en lo oscurito que han empezado a salir a la luz con estructuras de poder ajenas a ellos, pero ahora aliadas; como la displicencia y complicidad de algunos mandatarios estatales de otros partidos, que ahora ven premiada su actitud de sobajamiento ante el poder, con ofrecimientos de puestos de gobierno a nivel federal. Pasó en Sinaloa con el gobernador priista Quirino Ordaz, y en Nayarit con el gobernador panista Antonio Echeverría.

Si eso no es suficiente, hay que considerar que el discurso que durante años repitió López Obrador para llegar al poder sigue vigente, no ha caducado y por ende, aún encuentra eco en la mayoría de la población, sobre todo en los grupos que se sintieron agraviados u olvidados por la falta de sensibilidad y oficio de los anteriores gobiernos.

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Y como cereza del pastel, hay que señalar la falta de unidad, estrategia y acción por parte de una oposición que parece secuestrada por intereses mezquinos y de grupo; lo que facilita aún más las cosas para el gobierno y su partido.

Por eso es que afirmo que a Morena no le van a poder ganar en las urnas para sacarlo del poder; por más tuits, acusaciones y señalamientos que se hagan, las condiciones no existen, y se ve difícil que cambien por lo menos en el mediano plazo.

Sin embargo, esto no quiere decir que no pueda darse un cambio de poder, de hecho, si algo nos ha enseñado la historia es que los grandes imperios siempre comienzan a caer desde adentro, y lo mismo ocurrirá eventualmente con este régimen.

En los tiempos del PRI como partido hegemónico, nadie pensaba que algún día pudieran soltar la Presidencia de la República, y aún así se dio el cambio; principalmente motivado por varias deserciones y una ruptura al interior que se acentuó con el pleito político entre el Salinismo y Zedillismo. El PAN por su parte, hizo lo propio cuando Calderón no pudo poner a un incondicional suyo de candidato, y abandonó a su suerte a la entonces candidata Josefina Vázquez Mota. El peñismo prefirió abandonar una contienda y no asumir los riesgos de una elevada apuesta, después del desgaste sin precedentes que le hicieron a las siglas de su partido.

Morena fue primero un movimiento creado con el objetivo de llevar a López Obrador al poder, lo lograron, y ahora su verdadero y único peligro está hacia el interior de sus mismas tribus y grupos que chocan diariamente por hacerse del control del partido, y por ganar la carrera sucesoria del 2024. Claro, aún llegarán a ese momento bajo el manto de su líder moral, pero después de eso, será muy difícil que todos los intereses se mantengan alineados hacia un mismo sentido, lo que sin duda ahondará las diferencias y ampliará las rupturas que pueden a la postre, derivar en un debilitamiento que los haga perder el poder.

Mientras la oposición siga trayendo la brújula perdida, la única posibilidad de que el país cambie de rumbo, será por las decisiones que Morena tome, y no por los aciertos de quienes pretenden quitarlos. Algún día pasará, pero no se vislumbra que sea en un futuro muy cercano. Así como están las cosas, a Morena no le van a ganar; caerá cuando ellos solitos, terminen dinamitando su camino.