Apenas hace unas semanas se estrenaba el documental sobre el asesinato del periodista mexicano Manuel Buendía, ocurrido en la capital del país en 1984. Con el, un recordatorio de que el estado mexicano no solo ha sido apático y superado por el problema de la violencia, sino también en algunos casos, ha sido hasta cómplice y autor de crímenes que atentan contra lo más elemental de nuestros derechos como humanos.
Ayer, 37 años después de ese trágico suceso que sacudió no nada más al periodismo sino a la sociedad mexicana en general, se dio a conocer un video en donde una célula del crimen organizado lanza una amenaza en contra de la periodista de Milenio Azucena Uresti, por algunas publicaciones que ha hecho y que no han caído bien en este grupo criminal.
Lo anterior, es parte de un relato tristemente conocido por todos los mexicanos, un relato de un México violento, en donde se ha perdido la capacidad de asombro ante este tipo de afrentas que vulneran la vida y la tranquilidad de los ciudadanos; un relato de un problema de hace décadas, que lejos de mejorar ha empeorado. Una historia de terror que nos cimbra de golpe para ubicarnos en la realidad en la que vivimos, en donde disfrutamos de una presunta libertad acotada por los intereses de los grandes grupos de poder, y en donde la fragilidad de nuestra vida depende de las decisiones de terceros.
En un país en el que en los últimos 15 años han asesinado a 139 periodistas, la reciente amenaza en contra de Uresti indigna y preocupa, pero no sorprende. Es el pan nuestro de cada día con el que muchos mexicanos de distintas profesiones, tienen que aprender a lidiar.
En el centro del asunto, esta un estado mexicano rebasado y derrotado, un gobierno que al igual que antes, no ha podido encontrar soluciones; no ha sido capaz de cambiar las cosas para bien, y no ha dado pasos en firme para blindar a su población de los problemas de inseguridad que otras actividades generan en el país.
Un poco de consuelo podemos encontrar en la respuesta unísona que se logró escuchar por parte del gremio y la sociedad, simpatizantes de izquierda y de derecha, opositores y aliados, todos, condenando el hecho y pidiendo la intervención del gobierno mexicano para garantizar la seguridad y la protección de la periodista.
Y así es como debería de ser en este y en muchos otros problemas que desafían el desarrollo y la calidad de vida de nuestro país. Porque podemos diferir en las soluciones, en las causas o en los culpables, pero no podemos voltear hacía otro lado para pretender que las crisis no existen; porque al hacerlo, seguimos permitiendo que vayan creciendo hasta un punto en el que son prácticamente incorregibles, tal como ha pasado precisamente con la violencia.
Por lo pronto la solidaridad con Azucena y todos los periodistas que han sido víctimas de atentados o amenazas. La exigencia al gobierno para poder de una vez por todas, mirar al problema de frente, y con voluntad y unidad, encontrar soluciones reales que ayuden a ir cambiando esta triste realidad a la que nos hemos acostumbrado.
Lo de ayer fue una advertencia, una que lastima y que duele, pero que se suma a una larga lista de sucesos que ocurren día con día a lo largo del territorio nacional; en un país en donde diariamente hay feminicidios, asaltan negocios, secuestran, matan o amenazan; en una cotidianidad que de Buendía a Uresti, de Colosio a Alma Barragán, de un asalto a una extorsión, va narrando el relato de un México sumamente violento.