“La guerra puede ser a veces un mal necesario. Pero por necesaria que sea, siempre es un mal, nunca un bien. No aprenderemos a convivir en paz matando mutuamente a nuestros hijos”. —Discurso de Jimmy Carter al recibir el Premio Nobel de la Paz, diciembre de 2002.

El pasado domingo 29 de diciembre falleció el expresidente estadounidense, Jimmy Carter, siendo el mandatario más longevo de su nación.

“Murió Jimmy Carter, expresidente de Estados Unidos comprometido con los derechos humanos. Tenía 100 años.

Carter dio un poderoso ejemplo a los líderes mundiales al hacer de los derechos humanos una prioridad, y continuó luchando por ellos después de dejar el cargo”, publicó en la red social X antes Twitter, la organización internacional Human Rights Watch.

Tras su deceso, algunos destapan botellas para celebrar y otros lamentan su partida. Lo cierto es que su muerte ha provocado reacciones encontradas y en su país solo pocos son ajenos al tema. De hecho, muchos piensan que fue mejor como expresidente que como presidente.

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En el periodo de su mandato cambió la relación de Washington con América Latina. Durante la Guerra Fría evitó entrar en conflictos militares ante desafíos internacionales e impulsó un acuerdo de paz en Medio Oriente.

Había llegado al cargo como un hombre sencillo y honesto en un país sacudido por el escándalo Watergate, pero problemas domésticos y una crisis de rehenes en Irán lo debilitaron en solo un mandato: fue el primer presidente de EE.UU. en perder una reelección desde Herbert Hoover en 1933, al sucumbir en la contienda ante Ronald Reagan en 1980.

Entonces regresó al pueblo en el que había crecido y mantuvo una gran proyección internacional enfocado en temas de derechos humanos, igualdad y protección ambiental, lo que le valió galardones como el Premio Nobel de la Paz en 2002.

Jimmy Carter asumió el poder en enero de 1977, tras haber derrotado en una apretada contienda al presidente y candidato republicano Gerald Ford, quien arrastraba el lastre del escándalo Watergate de su antecesor Richard Nixon.

Una vez en la Casa Blanca, demostró que su profunda fe no tenía nada que ver con la tradicional derecha religiosa, sino con posturas muy liberales.

Entre otras cosas, Carter nombró a más negros y latinos en su gabinete que todos sus antecesores, emitió una orden ejecutiva otorgando amnistía a los evasores de la conscripción para la guerra en Vietnam y empezó a alertar sobre los peligros del calentamiento global décadas antes de que esos conceptos se volvieran populares.

En el ámbito de las relaciones exteriores, firmó un tratado de reducción de armas nucleares con la entonces Unión Soviética, logró la paz entre Israel y Egipto con el acuerdo de Camp David y devolvió el Canal de Panamá a ese país centroamericano.

El control del canal por parte de EE.UU., más la zona que lo enmarcaba y que era considerada territorio estadounidense dentro de un país soberano, era una de las fuentes más profundas de irritación de la región contra Washington.

La iniciativa de Carter para lograr la firma de los Tratados del Canal de Panamá fue muy peleada en el Congreso, donde necesitaba dos tercios del voto.

Tras una muy estrecha victoria, el entonces mandatario pudo dar inicio al desarrollo de una nueva relación con sus vecinos continentales.

Por otro lado, al promover la importancia de los derechos humanos en los asuntos exteriores, Carter logró un cambio sustancial en la relación de EE.UU. con América Latina.

Desde su campaña electoral criticó a la administración republicana que le precedió por contribuir al derrocamiento del presidente socialista democráticamente electo en Chile, Salvador Allende, en 1973 y ayudar a establecer una dictadura militar en ese país.

Ya con Carter en el gobierno, EE.UU. recortó la ayuda militar en el hemisferio y supeditó el financiamiento a avances en derechos humanos, lo que según expertos fue importante para que regímenes dictatoriales de Sudamérica disminuyeran sus abusos y comenzaran a debilitarse.

Carter también intentó extender su política de vecino colaborador hacia Cuba, luego de un largo embargo económico y episodios de hostilidad en plena Guerra Fría.

Sin embargo, el envío de tropas cubanas a Etiopía y otros países africanos que atravesaban guerras civiles y revoluciones hizo que Washington pusiera freno a esa posibilidad.

Aun así, el presidente estableció la Sección de Intereses de EE.UU. en La Habana, donde hubo presencia de diplomáticos estadounidenses en Cuba hasta la reapertura de una embajada en la isla en 2016.

Esa política exterior le dio a Carter una reputación sólida en América Latina comparado con otros presidentes de EE.UU.

Fue un contraste respecto a cómo lo percibieron en su propio país, donde muchos lo veían como un mandatario débil y fracasado porque solo ejerció durante un período.

En 1979, tras la revolución islámica en Irán, estudiantes inspirados por el fundamentalismo del ayatolá Jomeini irrumpieron en la embajada de EE.UU. en Teherán y tomaron 52 rehenes estadounidenses y los retuvieron durante 444 días.

Carter intentó un audaz rescate con helicópteros que fracasó trágicamente, con la pérdida de soldados de élite, pero resistió los llamados para bombardear Irán.

Aunque generalmente se interpreta como un punto negativo el que no hubiera enfrentado militarmente al “enemigo”, el expresidente le dijo en 2015 al diario The Guardian que su mayor orgullo fue no haber llevado al país a una guerra.

“Mantuvimos nuestro país en paz. Nunca fuimos a la guerra. Nunca lanzamos una bomba. Nunca disparamos una bala. Sin embargo, logramos nuestras metas internacionales. Le llevamos paz a otros pueblos, incluyendo Egipto e Israel”, relató

Como ex subsecretario de Estado, también recordó una experiencia en el Consejo de Calidad Ambiental que indica cómo Carter anticipó problemas que son muy puntuales hoy en día, como el cambio climático.

“Produjimos un reporte de lo que se podría esperar en el año 2000 en varios ámbitos, desde población hasta recursos forestales, y cómo afectarían el medio ambiente mundial y qué deberíamos hacer en ese entonces, en los años 70, para anticipar los efectos”.

A pesar del golpe sufrido por la derrota electoral ante Regan, Carter regresó a su hogar en Plains, Georgia, donde reconstituyó su carrera y dio inicio a su período de mayor actividad.

En 1982 fundó con su esposa Rosalynn el Centro Carter, con el propósito de “combatir la enfermedad, hambre, pobreza, opresión y conflicto” a nivel global.

Con el centro viajó por el mundo llevando programas de salud para frenar el contagio de enfermedades en más de una decena de países en África y América.

Sus misiones incluyeron la promoción de los derechos humanos, la democracia y la buena gobernabilidad.

Fue mediador en la resolución de conflictos abriendo el camino de mayor entendimiento entre EE.UU. y Corea del Norte.

Con su histórica visita a Cuba y reunión con Fidel Castro en 2002, allanó el camino para la normalización de las relaciones entre La Habana y Washington durante el gobierno de Obama.

Ese mismo año recibió el Premio Nobel de la Paz por los esfuerzos del centro para “encontrar soluciones pacíficas a los conflictos internacionales, promover el desarrollo social e impulsar la democracia”.

También fue observador en procesos electorales de diferentes países, incluido uno polémico en Venezuela donde ratificó pese a críticas el resultado de un referendo a favor del entonces presidente Hugo Chávez, en 2004.

Su resiliencia fue llamativa hasta el final, después de superar un cáncer y perder en noviembre de 2023 a su esposa de toda la vida, Rosalynn, quien estaba en cuidados paliativos como él, algo que generó reflexiones sobre este tipo de servicios al final de la vida.

En Plains lloran hoy la partida de su vecino más célebre.

*con información de BBC Mundo

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