Bienvenidos amantes de la gastronomía. Me invitaron a participar en una cata de vinos, llevada a cabo en una sucursal de la famosa de tienda de vinos, licores y productos gourmet “La Castellana”, la cual estuvo enfocada a la uva Shiraz/Syrah, y quiero compartirles mi experiencia.
Algo que le agradezco a la gastronomía, es lo lúdica que puede ser, y eso es muy estimulante, pues nos permite poner a nuestro cerebro a trabajar, al maridar vinos con comida, pues entran en juego los sentidos y nos llevan a vivir “una grata experiencia”.
Al final eso es una cata, es vivir una experiencia con un vino. Llevada a cabo en la sucursal a la que acudí, se desarrolló en un salón adecuado para este tipo de encuentros, y previamente nos habían informado cuales serían los vinos a catar, y con qué se iban a maridar.
Para no aburrirlos con una larga diatriba, pondré orden; primero el nombre del vino y su maridaje correspondiente, y luego les compartiré mis propias conclusiones, siempre con la intención de invitarlos a jugar con su memoria gustativa.
Nos recibieron con un “trago de bienvenida”, un Tom Collins, cóctel que se elabora a base de ginebra, limón, agua mineral y poco de azúcar. Esto mientras esperábamos a que fueran llegando todos los participantes a la cata de vinos.
Como ya les comenté, la cata fue para explorar la uva Shiraz/Syrah, que se produce en varias partes del mundo; así que abrimos la cata con el continente africano; concretamente en Sudáfrica, con un vino de Cape Town (Ciudad del Cabo) llamado Kumala.
El maridaje con este vino fue una brocheta de camarones caprese, en realidad era un camarón aliñado con pesto, dos jitomates cherry y dos bolitas de queso mozzarella fresco con una hojita de albahaca.
Si me preguntan, desde mí personal punto de vista, le hubiese ido mejor con un “dip” de queso crema con ostiones, y toquecito de chile chipotle sobre unas galletas “Breton”, las clásicas saladas.
A la vista un vino que tira a color ladrillo pero es brillante, ágil en la copa con poco golpe de alcohol; en nariz frutos como la ciruela predominan y es especiado ligeramente, en boca es muy interesante pues en nariz se percibe un cierto dulzor que no se encuentra en boca, al contrario, hay algo amargo pero que le da personalidad al vino.
El siguiente vino fue uno mexicano llamado “é” (emevé), añada 2021. Este caldo existe gracias a la inquietud de Mario Villarreal, quien desde el 2004 incursionó en el mundo del vino desde Valle de Guadalupe, Baja California. Este vino es la creación del enólogo Daniel Lonnberg, quien -como dato curioso- también trabaja para la bodega de vino “Adobe”, y como característica de este vino es que tiene una crianza de 12 meses en barricas nuevas de roble francés, y las uvas con las que se produce este fueron plantadas entre 2004 y 2006.
El maridaje anunciado originalmente era un tagliatelle con salsa a la putanesca, pero no sabemos que pasó con el catering encargado, porque cambió por una pasta penne, y la salsa en lugar de ser elaborada con aceitunas negras, utilizaron aceitunas verdes.
Antes de darles mi opción de maridaje, veamos este vino a profundidad. A la vista es un vino con tonos al rojo cereza, un poco amoratados; en nariz podemos encontrar frutos rojos, pero también vainilla, canela e incluso un poco de chocolate; es un vino cremoso en boca, suave con una sensación de ser un poco “salado”.
El maridaje que llegó a la mesa lo que hizo fue potenciar el sabor de la pimienta, por lo que la pasta terminó picando en el paladar, aunque no tenía chile en su elaboración. Por eso me puse a pensar con qué podía maridarlo, ya que el sommelier recomendó que fuera con mariscos, de preferencia en salsas de tomate, o carnes rojas asadas.
Sin embargo, para mi gusto, este vino mexicano se me antojó más con unas enfrijoladas “de la milpa”, las típicas enfrijoladas pero que fueran rellenas de un guiso de flor de calabaza, calabacitas, huitlacoche y epazote, espolvoreados de queso Cotija, un verdadero manjar.
Pasamos al siguiente vino que procede de tierras chilenas, Ventisquero Grey Syrah, y el vino que probé fue creación del enólogo Felipe Tosso; se hace en el Valle de Apalta, y por cierto es un vino muy premiado, con una crianza de 18 meses en barricas de roble francés, de las que el 30% son de primer uso; la fermentación se hace en tinajas de acero inoxidable.
A la vista este vino tiene fuertes tonos violáceos, es muy brillante y ágil. En nariz encontramos frutos rojos como los arándanos y las moras, especias como pimienta, menta, anís, también tiene notas a vainilla y chocolate, y en este vino sí encontramos un aroma ahumado. En boca probaremos frutos negros, es un vino suave y aterciopelado, con un final persistente en boca.
El maridaje fue con ternera al teriyaki, que para mi gusto estaba demasiado salado, y un gran “faux pas” fue que el ajonjolí no estaba tostado, lo echaron así crudo, por lo cual no aportó nada de sabor al plato. Para que vean, este vino sí se me antoja con un buen plato de mar y tierra.
Y cerramos la cata con un vino francés, de donde se presume el origen de la uva, pues se tenía la creencia que era de Persia. Pero no, la vid es originaria del Valle del Ródano. El vino catado fue “Les Domaniales” de Crozes-Hermitage, un vino que se produce al norte del Valle del Ródano, se macera de manera “pre fermentativa”, y luego tiene 20 días de fermentación, para después pasar a una tina cónica, y luego a barrica demi-muids por espacio de 10 meses.
Caldo de color rojo con tonos lilas en los ribetes; en nariz podemos encontrar frutos rojos, pero también algo de cuero y especias. En boca es sumamente agradable y armonioso, con frutos rojos presentes, y sensación de especias.
Este vino, desde ya lo recomiendo, lo maridaron una con una bolita de cheescake con lavanda y nuez y estuvo ¡maravilloso!, pues casaban de manera perfecta; fue una forma magistral de terminar la cata con un muy buen sabor de boca. Habrá que buscarle un maridaje salado a ese vino, pero todavía no se me ocurre con qué prepararlo. Tal vez con unas crepas de huitlacoche con queso de cabra.
Datos interesantes, los precios de los vinos: Kumala lo pueden encontrar en La Castellana por $249 pesos; el “é” Shiraz por $556 pesos; el Ventisquero Grey por $539 pesos y el Les Domaniales, Crozes-Hermitage por $725 pesos.
Sí están interesados en participar en una cata, pregunten directamente en alguna de las sucursales, y ellos les informan de cuándo tienen catas y cuál es su costo, porque varían según la uva o destilado, además de que las promociones que manejan van cambiando. Bon appetit.
Cat Soumeillera en X: @CSoumeillera