Los hechos están ahí, a la vista de todos los que quieran verlos. Chiapas está al borde del estallido social. Pero nadie hace nada. Nadie opina y lo más grave, nadie opera una solución. El elefante en la sala o mejor dicho en la Selva Lacandona que nadie quiere ver.
Coctel explosivo, tierra minada. A los problemas estructurales y crónicos de pobreza y desigualdad; de miseria y discriminación; a los grupos paramilitares al servicio de los terratenientes, súmense los males del milenio: disputa territorial entre bandas de narcotráfico; trata de personas y desplazamientos forzados, tráfico de armas y paso obligado de miles de migrantes centroamericanos en tránsito hacia Estados Unidos.
Chiapas vivió una transición política. Desde el año 2000, hay alternancia: Pablo Salazar Mendiguchía y Juan Sabines del PRD-PAN; Manuel Velasco Coello del PVEM y Rutilio Escandón, Morena. ¿Quién sigue? Diferentes partidos, misma clase política. En 23 años, ninguno de los gobiernos resolvió los problemas emergentes, menos los estructurales, hay esfuerzos superficiales, pero los problemas de fondo siguen. Nadaron de muertito, tratando de que el fuego no llegue a los barriles de pólvora durante su gobierno.
No son normales las balaceras de horas en un mercado de San Cristóbal de las Casas, no es normal el desplazamiento de comunidades por la violencia, no son normales las matanzas y amenazas a las comunidades indígenas.
Hace unos días, intelectuales, artistas, activistas y organizaciones indígenas, de derechos humanos y medios libres, lanzaron un pronunciamiento nacional e internacional, ante la agresión a la comunidad autónoma zapatista Moisés Gandhi por el grupo paramilitar Organización Regional de Cafeticultores de Ocosingo (ORCAO). Su pronunciamiento fue contundente: “Chiapas está al filo de la guerra civil con paramilitares y sicarios de los diversos cárteles que se disputan la plaza y grupos de autodefensas, con la complicidad activa o pasiva de los gobiernos de Rutilio Escandón Cadenas y Andrés Manuel López Obrador.”
En el amanecer de 1994, en los momentos más luminosos del sexenio de Carlos Salinas de Gortari, en el mismo instante en que el TLC entró en vigor, el EZLN declaró la guerra al gobierno mexicano desgarrando el velo de prosperidad, legitimidad y modernidad de ese gobierno. Lo que siguió fue la debacle.
A finales de 2023, Andrés Manuel López Obrador inició el último tramo de su gobierno a tambor batiente: Su candidata Delfina Gómez ganó el Estado de México y desfondó a la derecha. Morena gobierna 23 de las 32 entidades federales, incluida la CDMX y el Estado de México. Sus corcholatas presidenciales están los primeros lugares de las tendencias electorales. Del plato a la boca se cae la sopa. No vaya ser la de malas y otra vez el velo de legitimidad, prosperidad y justicia, se desgarre en Chiapas.
Los problemas que padece Chiapas, lamentablemente también están presentes en otras entidades: ¿Qué hace diferente a este estado? El EZLN y su autoridad moral y lucha a favor de los pueblos indígenas.
En cualquier tablero de seguridad nacional, en cualquier informe de inteligencia, el territorio chiapaneco está lleno de focos amarillos y rojos. ¿Quién es el bombero en el gobierno de AMLO? ¿Quién es la persona con sensibilidad, oficio y sobre todo, sentido común, que atienda los problemas de gobernabilidad en Chiapas y evite el inminente estallido social? No hay. Están en precampaña. Eso pienso yo, ¿usted qué opina?
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