A partir del reciente proceso electoral y en el marco de lo que será la segunda etapa del proyecto transformador, se han sentado las bases para abrir una discusión fundamental sobre el futuro de Chiapas.
Esta discusión gira en torno a preguntas clave: ¿qué significa una nueva era para Chiapas? ¿Cuál debe ser su nueva clase política que guíe a la población hacia estándares más altos de calidad de vida? Y, sobre todo, ¿cuáles deben ser los valores que configurarán la nueva conciencia política?
Responder a estas preguntas exige una revisión profunda de conceptos ancestrales complejos, pero vitales. Entre ellos destacan el ‘Jama Chulel’, la chiapanequidad, y el humanismo trasnformador, este último esbozado por el gobernador electo, Eduardo Ramírez Aguilar. A estos conceptos, añadiría el ‘Lekil Kuxlejal’, la concepción del “buen vivir” en la cosmovisión tzeltal-tzotzil.
A juzgar por sus planteamientos, el próximo mandatario ha demostrado tener una visión clara de la realidad que vive este convulso estado del sur, y del camino que debería seguir. No obstante, aún es necesario abrir un espacio de reflexión que permita construir, colectivamente, un conjunto de ideas que sustenten y orienten programáticamente las altas expectativas que el doctor Ramírez ha trazado para su gobierno.
Los preocupantes fenómenos sociales que atravesamos en Chiapas, manifestados en pobreza y en una creciente inseguridad y migración descontrolada, son síntomas de que el paradigma político local está agotado, y ha sido incapaz de ofrecer soluciones a problemáticas que nunca antes habíamos enfrentado en la entidad. El statu quo regional, así como su arquitectura institucional, han sido rebasados.
Superar este atolladero no solo depende de implementar estrategias públicas novedosas y de gran alcance, o de esgrimir discursos confusos pero prometedores, sino de la capacidad de articular un amplio consenso social en torno a la urgencia de establecer nuevas formas de diálogo para la reconciliación y la paz social entre los chiapanecos.
El doctor Andrés Fábregas Puig ha sido uno de los pioneros en vislumbrar esta idea, cuya esencia reside en lo que denominó la chiapanequidad, una capacidad de escucha que solo puede surgir del diálogo intercultural.
Coincido con Fábregas, esta es la única vía para iniciar una nueva era en Chiapas, donde las comunidades indígenas, en particular, sean finalmente incorporadas a una modernidad de la que han sido excluidas y marginadas, incluso más de lo que lo estaban durante los regímenes priistas.
De ahí emana ese sentimiento histórico de orfandad, desolación, injusticia y desigualdad social, del que derivan profundas prácticas discriminatorias que ha pervivido en Chiapas y han sido como hasta ahora, las causas principales de nuestros problemas.
Por ello, el gran reto del próximo gobierno no radica necesariamente en lograr ese anhelado cambio social y mucho menos en un plazo tan corto como un sexenio, ello, además de ambicioso y reduccionista, sería prácticamente imposible.
Más bien, el desafío es sentar las bases filosóficas, jurídicas y educativas que doten a los chiapanecos de las herramientas necesarias para construir, de manera conjunta y por si mismos, esos nuevos escenarios.
La transformación social en Chiapas debe entenderse como un proceso gradual, a largo plazo, que cicatrice paulatinamente las heridas históricas, mediante el acercamiento entre las clases sociales y fortaleciendo la identidad común dentro de nuestra gran diversidad.
Los tiempos de la utopía del “hombre que lo podía todo” ya han pasado sin llegar a ser realidad. Hoy en día, todos —especialmente la clase política, como principal tomadora de decisiones, y la comunidad académica, como promotora de la reflexión— estamos obligados a tomar conciencia de lo que implica una transformación profunda de la vida social y personal.
Esa conciencia no surgirá de manera espontánea. Por eso, debemos dar la bienvenida a estas nuevas categorías de análisis —que no son simples conceptos de moda—, pues desde ya están confrontando a nuestra clase política consigo misma. Al tiempo.