Me encantan los artículos de Ciro Gómez Leyva, sobre todo cuando le da por utilizar frases domingueras. En su segunda columna en el diario Excélsior dijo que ocho integrantes de la corte suprema, seis ministros — Aguilar, González Alcántara, Gutiérrez Ortiz Mena, Laynez, Pardo, Pérez Dayán— y dos ministras —Piña, Ríos Farjat—, constituyen la última línea de defensa de una civilización. Órale.

Civilización es una palabra demasiado retumbante y, en ciertos contextos, la favorita de gente con vocación autoritaria. Por ejemplo, hay quienes dicen que España civilizó, durante la conquista, a una región bárbara, México.

En un interesante estudio de José Antonio MaravallLa palabra civilización y su sentido en el siglo XVIII—, el autor apunta que el término civilidad está emparentado con otro vocablo, policía.

Maravall cita a un antiguo economista, Lorenzo Nórmate: “El gobierno y policía de los pueblos comprende el arte de civilizar los ciudadanos”.

¿Significa lo anterior que a la gente se les civiliza a macanazos o, en una versión más actual, con sentencias judiciales?

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Maravall sostiene que la palabra civilizar apareció por primera vez en un libro de 1768, Las señales de la felicidad de España, y medios de hacerlas eficaces, de Francisco Romá Y Rosell. Aquí se afirma que incumbe a los gobiernos —por supuesto, incluidos los poderes judiciales— “infundir a la plebe aquellos sentimientos de honor que la civilizan”.

¿Eso —”infundir a la plebe aquellos sentimientos de honor que la civilizan”— es lo que piensa Ciro Gómez Leyva está intentando la última línea de defensa de una civilización, integrada por seis ministros y dos ministras de la SCJN?

El mismo José Antonio Maravall cita una obra de 1821, Discursos forenses, de Juan Meléndez Valdés. Uno de tales discursos habla de “la necesidad de prohibir la impresión y venta de las jácaras y romances vulgares por dañosos a las costumbres públicas, y de sustituirles con otras canciones verdaderamente nacionales, que unan la enseñanza y el recreo”.

Esa alocución fue pronunciada en la sala primera de alcaldes de Corte “con motivo de verse un expediente sobre ciertas copias mandadas recoger de orden superior, y remitidas a dicho tribunal para las averiguaciones y providencias convenientes”.

Civilizar, según eso, sería censurar “miserables romanzones” para reemplazarles por “otras composiciones que aprueben a una el gusto y la razón”.

La última línea de defensa de una civilización, esto es, el actual poder judicial mexicano, ya intentó la censura. Una jueza se atrevió a ordenar a Claudia Sheinbaum que borrara del Diario Oficial de la Federación la reciente reforma judicial. La juzgadora hasta amenazó con la cárcel a la presidenta de México si no cumplía.

Claudia no hizo caso y no pasó nada. No lo olvidemos, el poder es poder porque puede y, ahora mismo, el poder judicial no tiene potencia.

No parece demasiado eficaz la última línea de defensa de una civilización. Intentará la corte suprema, dicen, invalidar una parte de la reforma judicial. No dudo de la calidad de los argumentos del más culto de los ministros, Juan Luis González Alcántara Carrancá. Lo que me pregunto es para qué.

En Morena ya se dijo: ignorará cualquier decisión de la SCJN que elimine una mínima parte de la reforma judicial.

Claro está, si la corte insiste en hacerlo habrá algún lío. No sé si caeremos en una crisis constitucional —realmente no lo creo—. Pero el ruido se escuchará en todas partes, particularmente fuera de México.

No necesitamos más polémicas inútiles que solo perjudican el prestigio de nuestro país. Desde luego, al margen de la magnitud del ruido que la posible decisión de la SCJN pudiera generar, nadie en México dejará de trabajar porque, lo sabemos, en algún momento volverá la calma.

Si no va a pasar nada, ¿qué caso tiene provocar un borlote que será usado contra México?

Entonces, si algo pudiera sugerir a la gente más sabia de la SCJN —Alcántara Carrancá, todo un humanista; Margarita Ríos Farjat, escritora excepcional; Alberto Pérez Dayán, brillante juez toda su vida— sería recordar una frase del español Felipe González: “La aceptabilidad de la derrota, esencia de la democracia”.

La oposición perdió las elecciones de fea manera y, por lo tanto, no pudo evitar la reforma judicial. La nueva judicatura será mejor o peor que la actual —eso se verá—, pero habrá una nueva judicatura: se irán jueces, juezas, magistrados, magistradas, ministros y ministras y se les reemplazará con juristas diferentes.

Nadie impedirá que se implemente la reforma judicial, a la que personalmente me opuse antes de que se reformara la Constitución. Entonces, ¿tiene sentido meter ruido con sentencias, que podrían ser filosóficamente muy sabias —algo que no dudo si las redacta un personaje tan calificado como Alcántara Carrancá—, pero que no cambiarán nada?

Pido a la SCJN dejar la defensa de la civilización a periodistas como Ciro Gómez Leyva, cuyos textos son muy agradables por tantas expresiones domingueras tan bien redactadas. Los y las columnistas, por más que alboroten, no provocarán ningún problema.