El día de ayer Claudia Sheinbaum asumió un compromiso real y auténtico con una nación que se siente orgullosa de sus raíces y de sus mujeres. Primero, en un acto solemne en el Congreso de la Unión, al rendir protesta como presidenta de México prometió “guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos”. Más tarde, en el Zócalo capitalino, Claudia recibió el bastón de mando de manos de un grupo de mujeres de los pueblos originarios. Ambos momentos, importantísimos para nuestra historia.

Para quienes vivimos en este país, ver a una mujer presidenta en el Congreso de la Unión es el resultado de varias décadas de luchas constantes para lograr la paridad de género, luchas en las que activistas, feministas, políticas y defensoras de los derechos humanos han sido protagonistas incansables. Pero están también aquellas mujeres sabias, las que jamás han olvidado a sus dioses y adoran las fuerzas de la naturaleza, nativas de los pueblos originarios, hijas de dios padre y diosa madre, como ellas mismas se definen, que han librado sus propias batallas porque han sufrido el olvido y la discriminación. De ellas recibió la doctora Sheinbaum el bastón del mando en una ceremonia religiosa frente al Palacio Nacional, construido sobre las ruinas del palacio de Moctezuma, donde el tlatoani habitó en aquella mística y legendaria Tenochtitlan.

Un lugar tan representativo de nuestra historia fue el escenario perfecto para entregar a la primera presidenta de México el bastón de mando, símbolo de autoridad política, pero también espiritual. Ante miles de personas en la plaza del Zócalo, pero sobre todo ante mujeres representantes de los 70 pueblos originarios y afroamericanos, las descendientes directas de nuestros ancestros y ancestras invocaron a sus dioses, a sus guerreros, y entre inciensos, hierbas, ofrendas frutales y con el sonido del caracol apuntando hacia los cuatro puntos cardinales, Sheinbaum recibió una limpia, al tiempo que las mujeres pedían a Ometeotl, dador de vida, que la protegiera. “Te bendecimos y con este copalito te decimos que nuestro padre y madre te bendigan, porque tenemos esperanza en ti”, dijo una de las mujeres durante el ritual.

No recuerdo haber visto algo similar. El silencio impresionante de los asistentes, que elevaban las manos al cielo mientras las mujeres pedían a la madre tierra sabiduría para que Claudia condujera al país, quedará grabado por siempre en nuestra memoria. No sé si todos creen en la espiritualidad, pero estaban presentes con respeto, con profunda admiración y con toda la esperanza puesta en quien desde ayer es la primera mandataria de nuestra nación.

También Andrés Manuel, cuando tomó posesión en 2018, tuvo un ritual con pueblos originarios pero el de ayer fue especial: eran mujeres arropando, protegiendo y recibiendo a Claudia como parte de ellas, al tiempo que mostraron su fuerza e hicieron escuchar su voz justo en el lugar donde los descendientes de Moctezuma vieron caer su imperio.

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Qué importante que en este país, donde las comunidades originarias subsisten aún en condiciones paupérrimas y de vulnerabilidad hayan sido partícipes y, me atrevo a decir, protagonistas de esta nueva etapa que ayer comenzó. Corresponde a Claudia atender las necesidades de 8.4 millones de personas que según el CONEVAL aún viven en pobreza y a los 3,4 millones que están en pobreza extrema, pero sobre todo la nueva presidenta deberá cumplir su promesa de no abandonarlos, en especial a quienes en una ceremonia sagrada, pidieron “toda la fuerza de la energía, todo el poder para ella”.

Sé que muchos hablarán de fanatismo, superstición o se reirán de la ceremonia con que los pueblos originarios mostraron su confianza y respeto a la nueva presidenta, pero lo mismo da. Nuestro país es así: abigarrado, místico, lleno de riquezas culturales, con gente de bien. Confiamos que los cien compromisos que ayer mencionó la presidenta Sheinbaum se cumplan para beneficio de todos y todas. Hay mucho por hacer para seguir construyendo el segundo piso de la cuarta transformación.