Siempre es bueno esperar el análisis estadístico de los resultados de una elección, sobre todo, cuando se trata de una tan trascendente, como la presidencial, para llegar más a conclusiones razonadas y así evitar juicios que sólo reflejan nuestro estado de ánimo. Cuando no se cumplen las expectativas, lo peor que se puede decir es yo hice lo correcto, la mayoría -en este caso, la enorme mayoría- no.
En mi columna anterior (“La personalidad de Claudia Sheinbaum y la interrogante sobre la polarización de México”) señalé que, en efecto, la elección del 2 de junio sería una especie de plebiscito que iba a favorecer al proyecto de la Cuarta Transformación (4T). Fundamenté el análisis en datos que demostraban que la sociedad en el plano económico se encontraba menos polarizada; ya que cuando la polarización se agrava la remoción de los partidos políticos en el poder aumenta.
Cierto, no todo es economía, pero, sin duda, la desigualdad económica que se da por la dispersión de ingresos de la gente tiene un peso importante en otras inequidades. Cuando se aprecia que la desigualdad de ingresos crece en el tiempo, se corrobora que las políticas de los gobiernos –particularmente, la política económico– privilegia la concentración de la riqueza y hace más pobres a las familias y a las personas.
Con el propósito de ser más objetivo y menos catastrófico, para apreciar cómo se ha movido la desigualdad económica se utilizó el coeficiente de Palma, más que la relación dentro del ingreso total de los dos polos opuestos (deciles X, el más rico y I, el más pobre). El coeficiente de Palma que relaciona la participación dentro del ingreso total del decil de los hogares más ricos con respecto al ingreso acumulado de los cuatros deciles más pobres da un mejor indicio sobre la polarización; bajo el supuesto de que un menor coeficiente significa un menor estiramiento en la elasticidad entre los más ricos y la población efectivamente pobre; lo que ofrece, además, un mejor panorama sobre la evolución de las clases medias.
México es un país desigual si se considera que el decil de las familias más ricas obtiene 1.99 veces más de ingresos que el 40% de los hogares más pobres; no obstante, la polarización vista como una película disminuyó durante el gobierno del presidente López Obrador, como se observa en la siguiente gráfica:
¿Podemos afirmar que la clase media ha aumentado? El coeficiente de Palma da un indicio, pero no da para tanto. Conforme a un estudio de cuantificación de la clase media del INEGI, se ha estimado que esta representa alrededor de 40% de los hogares del país (42%); sin embargo, dada la disminución del número de personas pobres, se puede hacer una primera aproximación para estimar que alrededor de 1.3 millones de hogares salieron de la pobreza en los últimos seis años, lo que situaría a la clase media en un rango más cercano a 50%.
Existe una gran dificultad para definir que es la clase media en términos económicos. Para el OCDE y el Banco Mundial la conceptualización tiene que ver más con el ingreso disponible; Luis Rubio y Luis de la Calle incorporaron otros elementos para conceptualizarla, entre ellos, las actitudes, los gustos, los hábitos y los patrones de consumo; en tanto que el INEGI -haciendo eco a lo que plantean los autores anteriores- define a la clase media como la combinación de tres elementos: ingreso, tipo de gasto y estilo de vida.
Durante la elección intermedia de 2021, Parametría realizó una interesante encuesta para determinar ¿quién es y por quién votó la clase media? La primera interrogante se respondió a partir de la propia percepción de la gente, obteniéndose los siguientes resultados: 20% de la población encuestada dijo pertenecer a la clase baja, 37% a la clase media baja, 37% a la clase media media, 5% a la clase media alta y 1% a la clase alta. Es decir, la suma de las personas que se sienten parte de la clase media, 79%, es muy superior a la que se deriva de las mediciones de INEGI.
¿Cómo explicar la percepción de la gente? Sin duda actúan factores relacionados con el ingreso y con lo que se gasta, pero también aspectos psicológicos vinculados con la identidad hacia una clase socioeconómica y el rechazo a otras.
¿Por quién votó la gente en 2021? Casi se cumplió la premisa de que a mejor percepción de clase los votos por el PAN crecen; digo casi, porque sólo 12% de la población que se considera de la clase alta votó por el PAN, encontrando su nicho más amplio en la clase media alta con 40%. En el caso de Morena, en los tres primeros segmentos de clase, el porcentaje de votación fue más alto; pero no deja de sorprender que 47% de la clase alta haya votado a su favor. La clase media alta fue la que menos voto por Morena, sin que el porcentaje fuera despreciable, pues por esta opción política votó un 30%.
No sé si Parametría haya efectuado un análisis similar para estas elecciones, ojalá y lo haya hecho porque resulta útil y muy interesante. En esta ocasión “El Financiero” hizo un análisis similar, apreciándose que, sin excepción, todas las clases medias votaron a favor de Claudia Sheinbaum: la clase media baja, 61%; la clase media media, 59% y la clase media alta, 49%; sin dejar de señalar que 71% de la clase baja votó a favor de Morena.
¿Cómo es posible que en dos años se haya acentuado tanto la preferencia de la clase media alta por Morena? La respuesta no podría sustentarse en el efecto de los programas sociales; ello aun cuando el de adultos mayores tenga un carácter universal: los 3 mil pesos mensuales representan menos de 5% de los ingresos totales de los individuos que forman parte de este estrato.
El incremento en los salarios mínimos es más relevante porque tiene un efecto transversal positivo -en mayor o menor medida- en todas las clases sociales; es decir, son preponderantemente más los que sostienen su ingreso con una remuneración salarial, sin distingo de formar parte de una clase u otra. El salario mínimo favorece, cierto, a los más pobres; pero también empuja a los demás salarios.
El comportamiento de los salarios es relevante al momento de votar, pero a mí me parece que en el caso de la clase media alta hubo en esencia una percepción clasista; es decir un fenómeno de identidad y de rechazo. Es casi seguro que la gente de clase media alta no se sintió representada por la figura de Xóchitl Gálvez y menos por los partidos políticos que impulsaron su candidatura.
Claudio X González cometió, entonces, un doble error:
Uno, el no tomar en cuenta a sus adherentes naturales, al creer que Xóchitl era un personaje que podía hacerse popular, no comprendiendo la idiosincrasia de nuestra gente que rechaza la simulación y la falsa apariencia; o las historias de éxito que aun cuando sean verídicas parecen fatuas; o el uso de calificativos lapidarios que vulgarizan una contienda que en esencia debe ser del mayor nivel y propositiva. Para ser, primero, hay que parecer y Xóchitl distaba mucho de tener una imagen presidencial; no bastaba decir emocionalmente que se había ascendido en la escala social, vendiendo en su infancia o en su adolescencia gelatinas. Pero, además, no deja de ser meritorio la que desde arriba –con una mayor preparación- comulga con el objetivo de prosperidad de los de abajo.
El segundo error fue hacer evidente en la última movilización de la marea rosa -que se concebía como ciudadana– una posición partidaria. Así Xóchitl, más que una candidata ciudadana (como ella misma lo sostuvo durante casi toda la campaña, antes de sincerarse en el tercer debate), se convirtió fehacientemente en la abanderada del PAN, del PRI y del PRD. Imposible saber cuánta desilusión generó en el ánimo de sus simpatizantes, pero los resultados hoy indican el estancamiento del PAN y la franca caída del PRI y del PRD. Para qué hacer un evento de esa naturaleza y con ese cariz partidario, si implícitamente todos los seguidores de la marea rosa iban a votar por Xóchitl y no por Claudia.
Ante el apoyo que recibió de todas las clases sociales, Claudia Sheinbaum debe asumir el compromiso de gobernar para todos, orientando nuestro crecimiento hacia una prosperidad cada vez más compartida y respetando los equilibrios macroeconómicos y políticos; sin olvidar que el equilibrio de poderes es lo que sustenta el nacimiento y el desarrollo de las democracias modernas. La actitud que esperamos de Claudia es la de conciliación y concebimos que puede conformar un gabinete de excelencia, tal como lo indica la ratificación de Rogelio Ramírez de la O como secretario de hacienda y crédito público y la designación de Juan Ramón de la Fuente como coordinador de su equipo de transición.