Tanto el número de personas que acuden a las urnas como el sentido de la votación (continuidad o cambio) dependen, según un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts, de que la gente se sienta más o menos feliz. Esto significa que las personas acuden más a las urnas cuando se sienten satisfechas con lo que ha hecho el gobierno en turno y votarán más por la continuidad; de sentirse decepcionadas el proceso electoral será menos concurrido y el voto de rechazo tenderá a imponerse.
En torno a esta felicidad, económicamente, actúan tres factores: crecimiento económico, inflación y desempleo. El plano virtuoso siempre será crecer sin inflación y con pleno empleo; sin embargo, lo realmente trascendente es que un escenario así debe servir para aumentar los ingresos reales de los sectores más amplios de la población, que son los que definen el rumbo que toma un país al momento en que se emiten los sufragios. Los datos del INEGI y de otras fuentes ahí están y pueden consultarse –aún el del estado anímico y el de la satisfacción con la vida de la población – y hacen evidente que en los últimos tres años los indicadores sociales y económicos han sido positivos y en algunos casos sobresalientes, como el nivel de empleo, las remuneraciones salariales y el abatimiento de la pobreza. Este es el gran capital político de la Cuarta Transformación y, de entrada, hace altamente probable el triunfo de Claudia Sheinbaum.
Otro elemento que tiene un papel trascendente en los resultados de una elección es el de las expectativas; es decir, lo que se espera a partir de la oferta política que hacen los candidatos de las coaliciones políticas que se suscitan a partir de nuestro sistema de partidos. La gente -aun cuando esté bien- racionalmente, siempre estará dispuesta a obtener más y mejores beneficios; pero para ello se requiere de llevar a cabo una campaña propositiva. Siempre tendrá más ventaja quien proponga mejores cosas en beneficio de la población, sobre todo si lo que se propone se articula o se deriva de un programa futuro de gobierno.
La elaboración de un proyecto coherente para el país tiene que sustentarse con propuestas valiosas, sólo con ello se pueden resarcir opiniones negativas y recuperar la confianza y la credibilidad de la gente, más cuando se tiene una mala reputación por experiencias pobres en resultados (o claramente fallidas) o por actos de corrupción. Existen, sin duda, déficits del actual gobierno, particularmente, en materia de seguridad, pero la raja política que se quiere obtener con simples cuestionamientos se pierde si se cuenta con antecedentes similares o peores. Ese es el gran problema de Xóchitl Gálvez y de la coalición opositora del PRI, PAN y PRD: sus ataques sirven más para remover su propio lodo.
Hay un problema de identidad: por una parte, Xóchitl se presenta como una candidata ciudadana, tratando de alejarse del historial de yerros políticos de los partidos de la coalición que encabeza; por otra parte, los lideres y miembros del PRI, PAN y PRD no se sienten cabalmente representados por la falta de oficio político de Xóchitl, que la ha llevado a hacer declaraciones sin sentido y sin mesura, y lo que les da la sensación de estar más cerca de una derrota desastrosa. En el frente opositor Fuerza y Corazón por México existe, en consecuencia, desprestigio e impericia política.
Sin embargo, no todo es culpa de los desatinos de Xóchitl, que dice, sí, lo que se le ocurre -la mayoría de las veces a bote pronto- porque no existen propuestas articuladas a un contexto más amplio. Es decir, ni los partidos de oposición ni sus intelectuales simpatizantes, han podido construir un proyecto alternativo de nación. Todo parece al vapor, desarticulado y confuso, tan es así que ni siquiera han podido producir un eslogan que en forma sucinta y ejemplar explique lo que quieren para el país.
Muchos personajes cercanos a la campaña de Xóchitl se identifican con el neoliberalismo, pero no alcanzan a comprender que su discurso está acotado por la falta de crítica hacia el pasado. Las distorsiones sociales y económicas provocadas a lo largo de más de cuarenta años debe obligarlos a ser más imaginativos y a entender que se requiere enriquecer el marco de análisis, abandonando dogmatismo y falsos dilemas, entre ellos el de Estado o mercado.
Los resultados siempre importan y fue el deterioro social el que propició un viraje en el modelo de desarrollo económico, que ahora se sustenta en el mejoramiento de los ingresos reales de millones de mexicanos y en el consecuente ensanchamiento del mercado interno; así como en una mayor rectoría del Estado para propiciar con obra pública el desarrollo regional y una mayor conexión con los mercados. Más que un Estado mínimo, lo que se requería era un Estado austero y proactivo, capaz de posibilitar un mejor equilibrio social y de impulsar la inversión productiva nacional y foránea, así como la generación de empleos. Los recursos escasos dentro de una ecuación válida deben servir para elevar el bienestar de las mayorías; de no ser así, todo lo que se hace termina por resultar reprobable.
Lo que separa a Claudia Sheinbaum de Xóchitl Gálvez, es que ella sí pudo elaborar con su equipo de trabajo un concienzudo proyecto de nación; justo, por eso, sus propuestas resultan interesantes, creíbles y realizables. Su proyecto contempla un conjunto de estrategias republicanas relacionadas con educación, salud, seguridad, medio ambiente, transición energética, igualdad de género, apoyo a mujeres, conectividad, polos de bienestar y economía, entre otras; divididas, a su vez, en varios ejes; además de contemplar cien compromisos de gobierno, a los que Claudia llama pasos para consolidar la transformación. De manera firme ha dicho que es la única de los tres candidatos que tiene experiencia en gobernar y ha resaltado los buenos resultados obtenidos cuando gobernó la Ciudad de México. Sin embargo, nada ha sido más importante que su capacidad de sintetizar lo que quiere para el país: “prosperidad compartida”.
Prosperidad compartida significa ir más allá de los indicadores macroeconómicos, y contar con un plan de desarrollo soportado, sí, en la relocalización de las inversiones productivas y en la sostenibilidad, pero garantizando el bienestar de la población, particularmente, de los trabajadores mediante el acceso a servicios básicos: “vivienda, centros de salud, escuelas, conectividad y espacios de esparcimiento”; sin descartar compromisos con la seguridad, el medio ambiente y con la necesidad de intensificar la transición energética.
En Claudia Sheinbaum son claras y convincentes las propuestas porque se derivan de un proyecto de nación que ha sido bien estructurado. En Xóchitl Gálvez sólo hay ideas aisladas y difusas, no sólo por su inconsistencia teórica o conceptual, sino porque nadie se dio a la tarea de elaborar un proyecto alternativo de nación; o, en su caso, de existir, su promoción ha sido mínima y poco estudiado por la candidata opositora. Ella, creo, nunca lo ha mencionado y parece que ninguno de sus más importantes prosélitos lo ha invocado. ¿Existirá?
La frase prosperidad compartida es más que una simple propuesta, define un propósito de gobierno y en lo particular, me gusta más con la palabra añadida por Rogelio Ramírez de la O, que seguramente será ratificado como Secretario de Hacienda y Crédito Público: “estabilidad con prosperidad compartida”.