Claudia Sheinbaum está dejando pasar una enorme oportunidad para romper con la percepción generalizada de que su figura se encuentra sometida a la del Presidente Andrés Manuel López Obrador. Con su rechazo a entablar un debate público con Marcelo Ebrard y Adán Augusto López de cara al proceso interno para definir candidato presidencial de Morena, la gobernante capitalina se cierra la posibilidad de demostrar la madera de la que podría estar hecha y que el electorado hoy desconoce.

Si en algo el equipo de estrategas nacionales y extranjeros de la Jefa de Gobierno ha sido eficaz es en sembrar la percepción de que la aspirante morenista va arriba en las encuestas, que ella representa la continuidad del proceso transformador y que garantiza la mayor lealtad al Presidente López Obrador.

Sin embargo, ese mismo equipo no ha logrado vencer la imagen de una funcionaria que carece de ideas propias, que se encuentra bajo el mando absoluto del líder del movimiento, que ha crecido gracias al aparato gubernamental y que funge en la escena pública como una caja de resonancia de todos y cada uno de los dichos del Primer Mandatario. Esta percepción ha ido creciendo en los últimos meses dentro y fuera de Morena y representa uno de los principales retos a vencer en el cuarto de guerra de Claudia Sheinbaum.

En días recientes, en un giro en su estrategia para alcanzar la candidatura presidencial, el Canciller Marcelo Ebrard lanzó dos propuestas que se colocaron en el centro de la agenda pública. La primera, organizar al menos dos debates entre los tres aspirantes de Morena antes de julio del próximo año, mes en el que se prevé que será el primer levantamiento de la encuesta que habrá de servir para la definición del abanderado guinda en 2024. La segunda, que los contendientes se separen de sus cargos en enero próximo para poder participar de manera equitativa y que los electores los midan en igualdad de circunstancias, ya sin el reflector que les genera sus respectivos cargos oficiales.

Si bien la posibilidad del debate fue aceptada a regañadientes por la Jefa de Gobierno y por el Secretario de Gobernación, súbitamente ambos cambiaron de opinión y llevaron la propuesta de debatir públicamente después de julio, es decir, posterior al primer levantamiento de la encuesta interna de Morena.

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Esta decisión refleja el temor de Claudia Sheinbaum a medirse abiertamente con el Canciller, uno de los funcionarios más completos que tiene el país y que representa el cambio dentro de la continuidad de la Cuarta Transformación, con quien un intercambio de ideas y propuestas significaría entrar en una zona de riesgo.

Mala señal envían Sheinbaum y López Hernández al rechazar la posibilidad de un debate que serviría para los simpatizantes de Morena y para la población abierta que también participará en la encuesta de la toma de decisiones. En el caso de la Jefa de Gobierno se pierde la oportunidad de demostrar lo aprendido en más de 20 años de trayectoria como funcionaria pública y demostrar que su figura no se encuentra opacada por la sombra presidencial.

Con el arranque de 2023 se inicia una nueva etapa en la vida pública nacional, quizá el semestre de esta administración con mayor intensidad y tensión entre los principales actores de la Cuarta Transformación. Qué mejor que alejar del proceso interno de Morena cualquier sospecha de favoritismo, por el bien de los aspirantes, de los simpatizantes de ese partido y del propio país.

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