Los números no dejan lugar a dudas. Es decir, los resultados electorales del pasado mes de junio. Demuestran que fue una pésima estrategia de la oposición repetir y repetir y repetir —y repetir y repetir y repetir—, durante el pasado proceso electoral presidencial, que si ganaba Morena se acababa la democracia en México. No tuvieron otra estrategia de campaña las dirigencias del PRIAN, lo mismo que buena parte de la comentocracia enferma de odio contra la 4T.

Los y las votantes no se creyeron semejante patraña y dieron a la candidata de izquierda la más aplastante victoria desde que hay en México elecciones libres. Claudia Sheinbaum arrasó. Obtuvo más de 35 millones de votos. Ella ahora es no solo la primera presidenta —con A, sino también la persona más votada en la historia de nuestra nación.

Y, recordemos, el partido de Claudia, Morena, venció en casi todas las elecciones de gobernador y gobernadora, en casi todas las contiendas para renovar el Senado y, este es ahora el dato a destacar, el partido de izquierda ganó en el 85% de 300 elecciones distintas de diputados y diputadas.

Ahora, después de la peor derrota del PRI y del PAN, intelectuales y periodistas identificados con los dos partidos que dominaron México durante tantos años, insisten en el embuste: si Morena y sus aliados se quedan con la mayoría legislativa que se necesita para cambiar la Constitución, México retrocederá a las peores épocas del autoritarismo priista.

Pero esa mayoría calificada en la cámara baja, inevitable, es la consecuencia del voto de la sociedad mexicana, que rechazó a la oposición y favoreció a la izquierda. Lo saben quienes machacan con la falsedad de que se acabaron las libertades en nuestro país, pero como son incapaces de reconocer que fallaron en las campañas electorales, se empecinan en difundir el infundio —después de la derrota lo hacen inclusive con más intensidad—.

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Abrazados a su rencor —como en el extraordinario tango— no se dan cuenta del daño que podrían causarle a México. O sí se dan cuenta y no les importa. La mentira de que no hay democracia y de que morirá el Estado de derecho ya está teniendo consecuencias.

Hay toda una campaña contra nuestra nación en medios de comunicación internacionales especializados en economía, campaña a la que irresponsablemente se han sumado instituciones bancarias y organizaciones empresariales de México.

Lo que dicen, y no es verdad, es que nuestro sistema no resistirá las turbulencias financieras si se aprueban las reformas constitucionales propuestas por el presidente López Obrador, particularmente la del poder judicial.

Una cosa es no estar de acuerdo con los cambios a la Constitución —se vale expresarlos, desde luego, y es legítimo defender el punto de vista opuesto—, pero va mucho más allá del debate racional pronosticar crisis no porque eso digan modelos económicos más o menos utilizados con objetividad, sino predecirlas en voz tan alta solo por el deseo de que se concreten y le vaya mal al próximo gobierno de izquierda.

La verdad de las cosas es que no hay ninguna razón para pensar que las reformas se traducirán en fuertes dificultades para la economía. Como los vaticinios de terribles dificultades económicas causadas por las reformas constitucionales no tienen un fundamento lógico, basado en hechos, entonces la sociedad mexicana no cree que vaya a ocurrir nada de gravedad extraordinaria. Todo lo contrario, hay optimismo.

Optimismo y esperanza, que han reforzado los nombramientos clave que la presidenta ha hecho, como el de Rogelio Ramírez de la O en Hacienda y Emilia Esther Calleja Lore al frente de la CFE. Resulta clarísimo en el tracking diario ClaudiaMetrics, en el que una mayoría muy amplia de las personas entrevistadas piensa que con Claudia Sheinbaum en la presidencia la economía mexicana mejorará (63.1%) o al menos seguirá tal como está (10.8%). Este es el sentido de mi colaboración hoy jueves 22 de agosto en el noticiero de Sergio Sarmiento y Guadalupe Juárez en El Heraldo Radio.

Si el pueblo y la presidenta no pierden la esperanza, superaremos cualquier problema, ni duda cabe. Pero no deja de ser una tristeza que haya tantos empresarios, tantos intelectuales y tantos periodistas de nacionalidad mexicana conspirando contra México.

No podemos hablar de traición porque no es esa su intención. Estamos ante otra cosa: un odio patológico hacia un gobierno, el de AMLO, que tantos privilegios indebidos quitó a tanta gente —sobre todo de los medios de comunicación, que en gobiernos anteriores recibían muchísimo dinero—, aborrecimiento extremo que ya alcanza a la mujer, Claudia, que solo por haber hecho una campaña electoral de mucho trabajo y pocos errores, barrió con la oposición y dejó en ridículo a un número elevado de columnistas e intelectuales que tanto la combatieron.

Darío Celis sobre la SCJN

El más informado columnista especializado en asuntos económicos, Darío Celis, de El Heraldo de México, ha realizado polémicos comentarios sobre la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Su opinión evidentemente es controversial, pero influyente. Retomaré enseguida —con mis propias palabras y añadiendo mis puntos de vista— lo que ayer dijo acerca de las afinidades ideológicas o partidistas de ministros y ministras.

Es verdad, en el gobierno federal hay quienes aseguran que sí ha habido en la SCJN un bloque judicial anti AMLO, en el que participan los ministros y la ministra que llegaron a sus cargos propuestos por Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón —seis de once integrantes del llamado pleno—.

Pero hay opiniones divididas sobre que no puede pertenecer a ese bloque una ministra que participó activamente, como experta en derecho, primero en la elaboración del plan de gobierno obradorista, y después en un cargo muy importante del gabinete, el SAT. Sin duda es un caso especial el de Margarita Ríos Farjat: desde su campaña electoral estuvo cerca de Andrés Manuel, quien la invitó al primer nivel de su gobierno.

Para algunos, los fanáticos de izquierda —existen, desgraciadamente—, incomoda la independencia de una mujer como Ríos que ha tomado en serio su trabajo como ministra; para otros, los más racionales en el morenismo, su independencia demuestra que en la 4T hay profesionales en todas las áreas.

No solo Ríos Farjat realizó activismo al lado de López Obrador. Otros dos ejemplos son Loretta Ortiz y Lenia Batres, ambas fundadoras de Morena. En Colima las bases del partido de izquierda todavía recuerdan a Loretta caminando con el gobernador actual de Baja California Sur, Víctor Castro, tocando puertas casa por casa para hacer posible el nacimiento del partido hoy en el poder.

Las otras dos personas propuestas por el tabasqueño para llegar a la corte suprema —Juan Luis González Alcántara Carrancá y Yasmín Esquivel Mossa— no se involucraron con el gobierno de izquierda ni con el partido, pero evidentemente tuvieron cercanía con el presidente López Obrador.

Aunque habría que demostrarlo, a priori puede tener sentido decir que pertenecen a un bloque anti 4T los ministros y la ministra que llegaron porque les propusieron Calderón y Peña Nieto. Lo que es injusto y hasta indigno es incluir en este grupo, como hacen algunas personas, a Ríos Farjat y González Alcántara Carrancá. El propio Andrés Manuel lo ha hecho así, enojado porque algunos de sus proyectos se atoraron en el poder judicial.

No hay objetividad al confundir profesionalismo e independencia con traición. Esto lo he expresado antes y quise recordarlo hoy que se acerca la ineludible reforma judicial. Ineludible, sin duda: aunque AMLO se arrepintiera a última hora, no dará marcha atrás porque tendría un costo político, así que será responsabilidad de Sheinbaum —como si no fuera a tener suficiente trabajo— aterrizar sensatamente los cambios, lo que será mucho muy difícil porque claramente en la iniciativa hay improvisación y poco cuidado en los detalles. Las cosas como son.

Cuando, ya expresidente, el respetado y admirado Andrés Manuel recuerde este periodo, estoy seguro que presumirá como uno de sus logros haber propuesto para la SCJN a gente tan leal pero al mismo tiempo tan independiente. El tiempo suele ayudar a eliminar enfados que impiden el análisis sereno. Un presidente histórico sabrá reconocer que apoyó a las personas correctas para la cúpula del poder judicial, lo que demostraron al no darle la razón cuando simple y sencillamente pensaron que no la tenía.