El consenso de los medios tradicionales en esta entelequia denominada “occidente”, de la cual afortunadamente América Latina y México no forma parte más que de modo periférico, es intentar hacernos creer que naciones que buscan salirse del esquema de control estadounidense atentan contra sus propios intereses.
Si nos vamos un par de décadas al pasado reciente, estos medios nos vendieron que el Irak de Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva aún con serios problemas económicos causados por las sanciones; más recientemente, que el gobierno de Siria habría atacado a sus propios ciudadanos con armas químicas cuando comenzaron a derrotar a los extremistas islámicos en su territorio y esto no les atraía ningún beneficio, o apenas el año pasado, que Rusia atentaría contra los gasoductos Nord Stream 2, pese a ser una obra de infraestructura de valor incalculable, además de un lazo que unía al país euroasiático con el resto de Europa en un sólido lazo económico y político.
El posible atentado contra la central hidroeléctrica de Kakhovka representa una nueva y peligrosa escalada en el conflicto entre Ucrania y Rusia, en donde cientos de miles de personas verán sus vidas en peligro por inundaciones y deslaves, además de ver sus vidas afectadas ante la falta de agua y posteriores afectaciones en la agricultura.
También afecta la falta de líquido a las plantas de energía nuclear que proveen de electricidad a la región, estimándose un tiempo de entre 5 años y una década el poder reparar el daño causado.
Mientras Ucrania apunta el dedo a Rusia, la pregunta, con los antecedentes expuestos al inicio de este texto es el siguiente ¿para qué atentaría Rusia contra la infraestructura que beneficia a sus propios ciudadanos si han logrado contener la embestida del ejército y mercenarios neonazis de Ucrania con todo el apoyo del armamento de la OTAN? ¿Cui bono?