En una decisión que ha resonado en ambos lados de la frontera, el presidente Donald Trump ha nombrado a Terry Cole como el nuevo mandamás de la Administración para el Control de Drogas (DEA). Con 22 años de experiencia en la agencia y un historial de misiones en México, Colombia y Afganistán, Cole promete ser una figura clave en la intensificación de la lucha contra los cárteles mexicanos. Sin embargo, este nombramiento plantea preguntas críticas sobre las implicaciones para México y el combate directo contra el narcotráfico.
La crítica al gobierno federal mexicano, bajo el mando de Claudia Sheinbaum, por enésima ocasión, no puede ser más severa. Mientras Estados Unidos toma medidas decisivas para fortalecer su arsenal contra el tráfico de drogas, México parece estar a la defensiva, más preocupado por las palabras que por las acciones efectivas. La administración de Sheinbaum ha hablado de colaboración y soberanía, pero en la práctica, la estrategia contra los cárteles sigue siendo reactiva, carente de la proactividad necesaria para enfrentar a organizaciones criminales que han demostrado ser adaptables y resilientes.
El nombramiento de Cole no es solo un cambio de liderazgo; es un mensaje claro de que Trump está dispuesto a llevar la guerra contra el narcotráfico a un nuevo nivel, especialmente en México, donde los cárteles como el de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación han causado estragos. Cole, con su experiencia directa en operaciones en México, podría significar un aumento en la presión y en las operaciones conjuntas o unilaterales en territorio mexicano, lo cual podría erosionar aún más la soberanía nacional si el gobierno mexicano no se muestra firme y coordinado.
La estrategia de seguridad de Sheinbaum ha sido criticada por su falta de resultados palpables. Mientras Estados Unidos prepara una ofensiva renovada, México necesita más que nunca una política de seguridad que no solo responda a los desafíos actuales sino que también anticipe las futuras. La colaboración con la DEA debería basarse en un plan integral que incluya inteligencia, justicia, y reforma policial, no solo en la aceptación de intervenciones extranjeras que podrían interpretarse como una admisión de incapacidad.
Además, la relación bilateral en términos de seguridad parece desbalanceada. El nombramiento de Cole podría significar una escalada en la militarización de la lucha contra el narcotráfico en México, un país que ya ha experimentado las consecuencias negativas de esta estrategia en el pasado. La pregunta es: ¿está México preparado para negociar desde una posición de igualdad o está condenado a seguir las directrices de Washington?
Es imperativo que el gobierno federal mexicano despierte de su letargo estratégico. La llegada de Terry Cole debe ser vista como un llamado de atención para revisar y fortalecer las políticas de seguridad interna. No basta con declarar la soberanía; hay que defenderla. La lucha contra el narcotráfico no puede ser solo una guerra de Estados Unidos en territorio mexicano; debe ser una batalla compartida, donde México no solo coopera sino que también lidera y protege sus propios intereses.
En conclusión, el nombramiento de Cole podría representar una oportunidad para México de redefinir su estrategia de seguridad, pero también un riesgo si se permite que la soberanía y la autonomía en la lucha contra el narcotráfico se diluyan. El gobierno de Sheinbaum necesita actuar con urgencia, inteligencia y soberanía, o de lo contrario, la historia podría repetirse con México como el campo de batalla, no como la nación que resuelve sus propios problemas de seguridad.