En la historia de México, algunas fechas son heridas abiertas, perpetuas, imposibles de cerrar. El 23 de marzo de 1994 es una de ellas. Aquel día, Luis Donaldo Colosio Murrieta cayó bajo las balas en Lomas Taurinas, como un moderno César latinoamericano, traicionado por el mismo sistema que había prometido transformar. Fue un asesinato que no solo truncó la vida de un hombre, sino que destruyó las ilusiones de una nación que aún soñaba con el cambio. Los Idus de Marzo mexicanos se hicieron realidad, y con ellos, el eterno retorno de la tragedia.

Como en las grandes obras de Shakespeare, la tragedia de Colosio padre no es solo el fin de un hombre, sino el comienzo de un drama mayor. Porque en las tragedias, la muerte no es el último acto, sino la chispa que enciende el conflicto más profundo. La sombra de ese crimen no ha dejado de proyectarse sobre México, y su eco resuena hoy en su hijo, Luis Donaldo Colosio Riojas, un hombre que, al igual que Hamlet, carga con el peso de la memoria y la venganza, y que como Simba, se enfrenta a las sombras de un reino que lo reclama.

Luis Donaldo, hijo, es el heredero de una tragedia shakesperiana. Como el príncipe danés, su vida está marcada por la ausencia del padre y la corrupción que lo rodea. El fantasma de Colosio padre no es solo un recuerdo, sino un espectro que clama por justicia desde más allá de la tumba, y el joven Colosio Riojas se enfrenta al dilema de todos los héroes trágicos: ¿podrá reivindicar su linaje o está condenado a repetir los errores del pasado?

El nombre Colosio ha quedado inscrito en la historia nacional, no como el de tantos políticos que se desvanecen con el tiempo, sino como un monumento a lo que pudo haber sido. Colosio Murrieta es recordado no por su obra, sino por el destino que le fue arrebatado. En su discurso de aquel fatídico 6 de marzo, profetizó un México con hambre y sed de justicia, una tierra herida que aún hoy busca saciarse. Su visión de un neoliberalismo social era revolucionaria, pero fue silenciada antes de que pudiera materializarse.

En ese silencio es donde se levanta su hijo. Luis Donaldo Colosio Riojas emerge como una figura esperanzadora, el huérfano de una nación que clama por redención. Al igual que Hamlet, está atrapado entre la expectativa y la acción, entre el peso del legado y la necesidad de forjar su propio destino. México, un país perpetuamente en búsqueda de un líder que lo libere de su propio ciclo de tragedia, ve en él la posibilidad de redimir no solo el apellido Colosio, sino su propia historia.

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Es inevitable comparar al joven Colosio con figuras míticas. Como Simba, busca el camino hacia el trono, rodeado de traiciones y sombras que nublan su camino. Como Hamlet, se enfrenta a las dudas existenciales que lo sitúan en el centro de un drama nacional. Sin embargo, en esta obra, la silla presidencial es mucho más que un trono: es la silla maldita, la que devora a quienes se sientan en ella. Tal vez por eso muchos consideran a Luis Donaldo Colosio Murrieta como el mejor presidente que México jamás tuvo. Porque al no ocupar esa silla, su legado no fue contaminado por las decisiones difíciles y los pactos oscuros que el poder exige.

La tragedia de México es eterna. Pero también lo es la esperanza. Luis Donaldo Colosio Riojas encarna esa dualidad: la promesa de un futuro mejor y el eco perenne de una herida que nunca sana. ¿Será capaz de liberarse de las cadenas de la tragedia y convertirse en el redentor que muchos esperan? O, como en las tragedias más oscuras de Shakespeare, ¿su destino ya está sellado, condenado a repetir la historia de su padre?

El apellido Colosio está marcado en la memoria nacional como un recordatorio de lo que pudo ser. Es un eco de grandeza y una advertencia silenciosa. Hoy, el joven Colosio Riojas tiene la oportunidad de reescribir esa historia, de quebrar el ciclo trágico que parece inescapable en México. Sin embargo, la sombra de la tragedia siempre acecha. En las grandes obras, los héroes no siempre logran evitar su destino. Y en esta obra en particular, solo el tiempo dirá si Luis Donaldo es capaz de redimir el espejismo de la identidad mexicana o si sucumbirá, como tantos otros, al destino que ya parece escrito en las estrellas.