Las semejanzas entre las administraciones de Carlos Salinas y López Obrador son muy notorias. Hoy en día en el sector público, partidista y empresarial aparecen personajes del salinismo que se enriquecieron de las concesiones o que fueron sus comparsas.
Entre los políticos que aparecen en la primera línea del lopezobradorismo, están Manuel Bartlett, el finado Manuel Camacho, Marcelo Ebrard, Ignacio Mier, Ricardo Monreal, Alfonso Romo, Alfonso Durazo, Javier Jiménez Espriú, Ignacio Ovalle, Josefa González Blanco, hija de Patrocinio Blanco González Garrido exgobernador de Chiapas y secretario de gobernación con Salinas y así una larguísima lista de funcionarios que reaparecieron con AMLO.
Del lado empresarial, están Carlos Slim, Ricardo Salinas Pliego, Carlos Hank González y Carlos Peralta, quien, por cierto, recuperó el monopolio de la proveeduría en CFE y tiene como socio y director adjunto de Grupo IUSA a Raúl Salinas de Gortari.
Aspirantes al “Maximato”
Va mucho más allá, ambos se inspiraron en lo más nefasto del priismo, Plutarco Elías Calles y Adolfo López Mateos a quien AMLO cita en sus iniciativas e interpretaciones fantasiosas de la historia que ofrece cada mañana. No es casualidad que parte del gabinete de Adolfo López Mateos estuviera emparentado entre sí, el secretario de hacienda Antonio Ortiz Mena era cuñado del secretario de industria y comercio, Raúl Salinas Lozano, padre de los Salinas de Gortari; y estos con el secretario del trabajo, Salomón González Blanco quien emparentó cuando su hijo Patrocinio se casó con la hija de Ortiz Mena, de cuyo matrimonio salió la exsecretaria de medio ambiente y actual embajadora de México en Reino Unido.
AMLO y Salinas los trataron de emular en el control de las estructuras del poder y la forma de gobernar; ambos con un enorme ego creyeron ser los presidentes más populares; ambos consideraron “transformar” a México y a partir de ello, buscar la reelección.
Los dos vendieron una ilusión al pueblo de México, el primero del “milagro mexicano”, que pasaríamos al primer mundo; Andrés con su 4T, asegurando que acabaría con la corrupción y con la inseguridad con su política de abrazos, que tendríamos un sistema de salud de primer mundo, en fin, ahora presume sus obras fallidas como si fueran lo mejor.
Ambos llegaron al final de su sexenio con una grave crisis de seguridad y un gran descontento social. Salinas con la irrupción de la guerrilla del EZLN, los magnicidios de Luis Donaldo Colosio y Francisco Ruiz Massieu, además de la incursión del narcotráfico en el ámbito social.
AMLO con una crisis de seguridad tan grave que entidades como Guerrero, Sonora, Morelos, Baja California, Colima, Chiapas, Tamaulipas, Veracruz, Zacatecas y Tabasco se pueden considerar estados fallidos donde la delincuencia asumió el control y ningún nivel del gobierno es capaz de garantizar la seguridad. La situación es tal, que al igual que con Salinas, pero en mucho mayor número, se han presentado crímenes políticos de alcaldes, legisladores, candidatos y funcionarios.
La sucesión
Pero lo que más los une es la forma en que manejaron su sucesión. Carlos Salinas quiso jugar al demócrata y nombró a Luis Donaldo Colosio, un político nuevo, capaz y con visión de Estado. Colosio desde la presidencia del PRI, impulsó un cambio al interior de su partido, entendió el valor de la democracia y que México tendría que dar ese paso. Con él empezó la alternancia en los estados, cuando el PRI reconoció su derrota en Baja California, pese a la molestia de los cuadros duros del salinismo.
Salinas esperaba la absoluta sumisión de Colosio, pero el candidato tenía alas propias. El primer encontronazo fue cuando no aceptó a Carlos Rojas como coordinador de campaña y en su lugar puso a Ernesto Zedillo con quien compartía su visión de Estado.
La respuesta al desacato fue el berrinche de Manuel Camacho y Marcelo Ebrard. A partir de ahí Salinas jugó con la idea de que Colosio “no levantaba”, de que habría que cambiar el candidato y como “cuña”, nombró a Camacho como negociador de la paz en Chiapas. Luego vino su famosa frase, “no se hagan bolas”, el magnicidio y la descomposición del régimen.
AMLO, de manera similar, impuso a Claudia, pero, a diferencia de Colosio, ella no tiene idea ni visión propia y sólo cumple las órdenes de Palacio Nacional. Su sucesión se asemeja a la de Pascual Ortiz Rubio a quien le apodaron el “Nopalito”, por su extrema debilidad política frente a Plutarco Elías Calles.
A la imposición de Claudia, vino el berrinche de Marcelo Ebrard, como en 1994 su entonces jefe Manuel Camacho.
Ahora, como señala Raymundo Riva Palacio en una de sus columnas, AMLO ya empieza a pensar en el relevo de Claudia, que “no levanta”, no ha podido conectar y, aunque sea 100 por ciento leal y sumisa, no le garantiza la continuidad o que lo pueda defender.
Xóchitl, la semejanza
Quien tiene mucho mayor parecido a Luis Donaldo Colosio es Xóchitl Gálvez. La candidata impulsa un cambio con visión democrática, incorporando a la sociedad civil y rompiendo con las viejas estructuras caducas y oligárquicas.
Con Xóchitl está la oportunidad de poner fin a la idea autoritaria de un partido hegemónico, del caudillo, de la oligarquía y avanzar a una verdadera democracia.
X: @diaz_manuel