La tragicomedia en la que se ha convertido la vida política mexicana, nos sorprende cada semana con episodios que pueden caer en lo absurdo; como si hubieran sido escritos por el guionista de la señorita Laura.

Dimes y diretes, acusaciones de un lado al otro, todos, todos, hemos entrado en un juego de polarización total, en donde nadie está conforme con nada; al menos que sea algo impulsado o hecho por los políticos con los que simpatizamos. La objetividad se perdió y esto se volvió un tema personal en el que nadie jamás, acepta no tener la razón, o darle un mérito o elogio a su adversario.

Por ridículo que parezca ahora el pleito político se trasladó a los mismos baños del todavía no inaugurado aeropuerto Felipe Ángeles de la Ciudad de México. Como chamacos de secundaria, opositores y simpatizantes del gobierno se fueron a agarrar a golpes por un tema que entre todo el mar de problemas que aquejan hoy al país, carece de total trascendencia.

Al gobierno se le ocurrió tematizar dichos espacios con el colorido mundo de la lucha libre, misma que muchos consideran parte del folclor de la cultura popular mexicana desde décadas atrás. La crítica se ha dejado venir apenas se conocieron las fotografías del lugar, el común denominador tristemente, sólo valida la percepción de fifís que el Presidente siempre ha tenido de sus contrincantes, que de “naco” no han bajado el diseño del lugar.

Ciertamente, la ejecución de la idea ha dejado mucho que desear, no es precisamente el mejor de los diseños ni será lo más práctico para el mantenimiento a futuro de dicho espacio, pero la intención, no es del todo equivocada.

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En México nos hemos acostumbrado a que la modernidad debe estar estandarizada y peleada con la identidad cultural del país. Nuestros hoteles deben parecer una copia de los que hay en Estados Unidos, las casetas, aeropuertos, avenidas, todo, con diseños que no muestran ni un apego a la rica historia que tenemos. Es algo en lo que como país desde hace muchos años hemos fallado; no hemos sabido proteger ni contar bien nuestra historia para poderla promover de mejor manera.

No hemos podido vestir nuestros distintos destinos de ese atractivo único que tenemos en México: nuestra cultura, tanto ancestral como popular; y que es tan llamativa para nuestros turistas extranjeros, quienes desean sentirse fuera de sus lugares de origen y empaparse de esa música, color y diseño, que les confirma a simple vista, que están en un lugar muy diferente del que provienen.

Los baños del aeropuerto son un intento quizá muy insignificante pero nada criticable, de que alguien en el gobierno está entendiendo esto, y pueden o quieren empezarlo a cambiar. Con todo y sus limitantes y errores, no tardaremos mucho en encontrar las primeras fotos de los pasajeros en tránsito publicadas con algunos de los retratos que se han puesto en este lugar.

Por eso, la discusión sobre el tema no solo no tiene lugar, sino que también representa un desgaste innecesario, que le quita legitimidad a las críticas y preocupaciones realmente trascendentes. Tan sólo sobre este aeropuerto, pesan pendientes como los debidos permisos de impacto ambiental, los estudios de factibilidad y la aprobación de las aerolíneas internacionales para su uso; ya ni decir de los costos de ejecución y la asignación de los contratos. ¿Por qué entonces caer en un juego perdido, y como niños de secundaria llevarse el pleito a los baños?