Los miembros de Morena y los propagandistas del régimen se llenan de falso orgullo cuando repiten una y otra vez que ellos representan al pueblo, en la acepción limitada y maniquea que le conceden vergonzosamente al término.

Lo mismo hacen con el concepto de democracia. A su juicio, ésta se limita al ejercicio del poder concedido por las mayorías.

Según repiten incansablemente, desde AMLO en las mañaneras hasta los corifeos de la 4T en cada declaración, el doblegamiento de la oposición por parte de la coalición hegemónica no responde más que a un ejercicio legítimo del poder.

Sin embargo, la democracia liberal, según se entiende a la luz del liberalismo propio del siglo XIX que el propio AMLO jura abanderar, encierra un concepto más amplio que trasciende al ejercicio del mandato mayoritario.

Si bien uno de los componentes de la democracia liberal es el gobierno de las mayorías, el concepto incluye otros como la conservación de la división de poderes, los derechos humanos, la independencia judicial, la libertad de prensa, el respeto a las minorías, y en suma, el establecimiento y preservación de un régimen de convivencia marcado por la ley, y en el seno del cual ninguna fuerza mayoritaria puede atropellar a la opinión disidente.

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El Poder Judicial, con la Suprema Corte a la cabeza, es el responsable de la protección de los derechos de las minorías frente a posibles abusos de poder cometidos por el Ejecutivo o por la mayoría legislativa. A diferencia de que lo que pregonan diariamente los propagandistas, los jueces y magistrados no responden al mandato de las mayorías, sino a la aplicación material de la ley.

Morena y sus aliados, por el contrario, bajo el discurso de la “legitimidad de las urnas” pretenden desmantelar el Estado de derecho y los elementos de la democracia liberal con su pavorosa reforma al Poder Judicial, con el desmantelamiento de los organismos autónomos, con la desaparición de los diputados plurinominales y con el conjunto de propuestas contenidas en su agenda legislativa.

Como he señalado, la democracia no está constreñida al ejercicio del poder mayoritario, sino que se extiende a conceptos que han hecho posible en el mundo –y en mayor o menor medida en México– la coexistencia armónica y el sano entendimiento en países políticamente heterogéneos.