IRREVETENTE
Les platico:
Hoy les tengo otra anécdota del estilo a la que les conté hace algunos días. Arre!
Mi primer viaje a Europa fue un regalo que me hizo una de las familias que más he querido en mi vida: los Junco de la Vega.
Habían pasado casi tres años sin tomarme un solo día de vacaciones.
Así amaba mi trabajo, cuando a los 17 años entré a mi Alma Máter: El Norte.
No escogí muy bien la temporada para irme a conocer el viejo mundo porque viajé en diciembre, pero sí el país, porque Ricardo Junco me había sugerido que fuera Inglaterra, “para que de inmediato sientas que estás en otro mundo”, por aquello de que allá se circula por la izquierda y no por la derecha, como sucede en el nuevo mundo.
Bueno, acá también hay cada sonzo que circula a la inglesa.
Yo quería que fuera París pero resultó Londres.
Había aprendido el idioma galo en mis clases nocturnas de la Alianza Francesa y buscaba ponerlo en práctica apenas tocará suelo europeo.
Pero fue Londres.
PARÍS.
Y miren lo que sucedió cuando después de una semana finalmente se me hizo llegar a la Ciudad Luz:
En una cafetería del Orangerie que en aquella época estaba a un costado del Louvre, me senté en una de las mesas a paladear el banquete que me había despachado con los impresionistas.
En esas estaba cuando a mi lado se sentó una mujer que a mis escasos 20 años me pareció digna de un lienzo de los románticos españoles del siglo 17.
Hablaba un melodioso francés que me hizo prestar más atención a lo que decía que a la crepa que me engullía después de un día de ayuno en el museo.
Ella estaba con otra chica pero nada más sus palabras llegaban a mis oídos.
En mi mesa, solo mi libreta me hacía compañía.
Repasaba lo que había escrito al ver las impresionantes obras de la antigua Orangerie, donde la familia real francesa guardaba sus naranjas en el invierno, al lado de los hermosos jardines de las Tullerías:
“Las Nenúfares” de Monet y las “Jeunes filles au piano” (Chicas al piano) de Auguste Renoir.
Rellenaba mis apuntes sobre Paul Cezanne, Henri Matisse, Picasso.
Matisaba anotaciones sobre las hermosas pinturas de lirios acuáticos de Monet, ahora en exhibición permanente y que cuando las vi por primera vez estaban ahí como parte de una corta temporada, porque viajaban por todo el mundo.
Matisse, Modigliani, Renoir, Utrillo, todos ellos habían quedado capturados en mis apuntes.
De pronto, estaba tan absorto en lo que escribía, que apenas me di cuenta de que la hermosa chica de la mesa del junto se había sentado en la silla al lado mío.
Sin mirarme a los ojos, posados los suyos en mis garabatos, me preguntó: “qué tanto escribes?”
Al responderle en mi francés betabelero, se sonrió.
Luego, me dijo en español: “puedo leerlo?”
Y no esperó a mi respuesta.
Tomó la libreta y se adueñó de mis textos.
…..
Treinta minutos después, ahora sí mirándome a los ojos, sonriendo y entrecerrando los suyos, me dijo en francés:
“Cómo no enamorarse de alguien que escribe así…”
Su amiga la llamaba con la mirada.
Se levantó, y sin darme su nombre ni preguntar por el mío, se despidió… y se fue.
….
Es la primera vez que escribo esto… Hasta ahora, nadie lo sabía…
CAJÓN DEL SASTRE DE PANAMA.
“Ni siquiera yo”, remata la irreverente de mi Gaby, que para nada es celosa, pues dice que los celos son de gente insegura, y ella es una mujer totalmente segura de sí misma…