Que los libros de texto gratuito sean hoy una de las batallas cruciales de la guerra ideológica convertida en guerra cultural en México, puede entenderse por varias razones. A nadie le interesa el modelo educativo en México ni la educación en general, hasta que alguien quiere cambiar algo. Y hacia cualquier dirección. Sea la evaluación permanente de los docentes que proponía la reforma del sexenio pasado, sea el cambio de contenidos en libros de texto gratuitos, sea la evaluación de un posgrado de acuerdo con los criterios prioritarios de fondeo gubernamental. Cuando algo se toca, todos recordamos que “el gran problema de México es la educación”.
Es difícil entender cómo llegamos aquí (que no está muy claro dónde es) pero al revisar la literatura sobre el tema, así sea superficialmente, parece ser una paradoja: por un lado, en ningún tema hay más planeación (entendida como documentación y testimonio burocrático): hay planes al por mayor, programas, alineación de objetivos, y uno de los artículos constitucionales más extensos y manoseados de la CPEUM, es precisamente el tercero, que habla sobre educación. Cualquier trámite de certificación educativa, además, es eterno y pasa por decenas de oficinas inexpugnables y sellos grasientos.
Por otro lado, en las coyunturas, pareciera que los niños, los padres, las autoridades y en general cualquiera es rehén permanente de la movilización sindical agresiva del magisterio organizado, por lo que -insisto, parece- no es nunca la educación sino las plazas, las comisiones, las becas, la inamovilidad y capacidad de heredar el puesto, y cosas semejantes, las que han ido forjando, a la mala, el estado de cosas actual.
Los indicadores relacionados (se les dé mucho o poco valor) no suelen ser alentadores; México siempre está en el fondo de la tabla en asuntos como número de lectores, exámenes diagnósticos, investigadores per cápita, salarios docentes, competitividad de sus profesionistas, etcétera. Así que pareciera que el sistema educativo en general, como está, no es para presumirse. Y aquí llegamos al último escándalo, el de los libros de texto.
La parte política del cambio de contenidos es altamente rentable para todos los opositores, pero no así para el gobierno, por lo que extraña que el gobierno federal, a estas alturas, haya decidido abrir ese frente y aparentemente se quiera inmolar por defender su posición. Sus razones tendrán. Pero en un ejercicio de prospectiva podemos reconocer y anticipar lo siguiente: ni los que defienden ni los que atacan los famosos libros los han revisado con mediana profundidad, ni lo van a hacer, porque no se trata de los libros, sino de las narrativas que tratan de imponerse: por un lado, los que dicen que son la introducción a un sistema de creación de nuevas conciencias solidarias (sí, la pretensión es doctrinal), y por otro los que ven en ellos un complot de grupos con una agenda degenerada, con especial preocupación de que los niños se enteren, demasiado pronto, de temas sexuales. Y los que dicen que son comunistas, sin tener meridiana idea de qué es el comunismo ni cómo se come, sólo saben que es terrible.
El tema ya adquirió demasiada notoriedad y compromiso emocional por parte de la opinión pública que tiene hijos pequeños. Ya hay demasiado que perder para cualquiera que flexibilice su posición o se mantenga neutral. Ante eso, es probable que, en la plataforma de campaña de los candidatos opositores, la promesa de la abolición de estos nuevos libros o hasta su destrucción (así, como de Ray Bradbury) se coloque como uno de los puntos más publicitados. Será interesante si prometen volver a los anteriores (¿Qué decían los anteriores, alguien sabe?) o crear unos nuevos, aprobados por alguien específico (¿curas? ¿padres de familia? ¿cuántos, de dónde?). Eso también dirá mucho sobre el voto que están buscando sus promotores.
Por último, y como siempre, los más aguerridos están en los extremos y no son muy presentables que digamos. Desde cristeros trasnochados hasta apologetas de asesinatos políticos se encuentran en los comentarios de todas las columnas y clips de noticias alusivos al tema. Ninguno de los dos es una compañía de la que uno se sentiría orgulloso. En fin, no es un tiempo fácil para tener hijos en escuela pública. Las privadas harán lo de siempre, ignorarán los gratuitos en sus clases y usarán los “buenos”, los de la lista de útiles que son todo menos gratuitos.