Más de 800 mil muertos por Covid y más de un millón de nuevos casos diarios, ese es el estado actual de los Estados Unidos en su fallida y perdida (ecos de su invasión de Afganistán “finalizada” el año pasado) lucha contra el coronavirus.

Por más que los autoproclamados “líderes del mundo libre” intenten adornar este resultado, la realidad es que Estados Unidos ha sido un completo fracaso en su “combate” a la pandemia que el mundo entero padece desde hace dos años; y la realidad es que no parece haber poder que pueda controlar el virus y sus mutaciones en el que hasta el 2019 fuera considerado casi unánimemente, el país más poderoso de la tierra.

Entre un Joe Biden que levanta serias sospechas sobre su capacidad para liderar un país que parece al borde del colapso y un sistema político hecho para enriquecer a un puñado de oligarcas, así cómo una buena cantidad de su población firmemente en el bando de los antivacunas y los negacionistas de la pandemia, nunca en la historia reciente el país vecino del norte había parecido tan cerca de sucumbir víctima de la propias contradicciones sobre las cuales fue fundado hace más de tres siglos.

Durante estas elecciones intermedias, seguramente los republicanos arrasarán en las urnas. Y ante el férreo monopolio bipartidista sobre la que se sostiene la endeble “democracia” norteamericana, es muy probable que el voto de castigo contra Biden lleve a un republicano, sea Trump o un fascista aún peor, a la presidencia en el 2024.

Por supuesto, quienes pagarán el precio más alto en los estertores de muerte del “proyecto” “americano” serán los migrantes latinos, asiáticos, los ciudadanos afroamericanos y la depauperizada clase trabajadora norteamericana. Los oligarcas tecnológicos, financieros y políticos de EU seguramente ya tienen listos sus planes de escape a corto, mediano y largo plazo.