“Habría que quitarles los ojos a los que vimos,
asesinar también a los deudos,
que nadie llore, que no haya más testigos.
Pero la sangre echa raíces
y crece como un árbol en el tiempo.
La sangre en el cemento, en las paredes,
en una enredadera: nos salpica,
nos moja de vergüenza, de vergüenza, de vergüenza.
La bocas de los muertos nos escupen
una perpetua sangre quieta.”
JAIME SABINES
El padre Maciel —fundador de los Legionarios de Cristo— , Naasón Joaquín García —exlíder de “la luz del mundo”—, Saúl Huerta —exdiputado federal de Morena—, y ahora hasta el Dalái Lama se han metido con niños. ¿O qué tal el escándalo que estalló recientemente en Baltimore? Se sabe que en los últimos 80 años, más de 150 sacerdotes católicos y otras personas relacionadas con la arquidiócesis de la ciudad abusaron sexualmente de 600 infantes.
Pero los casos de abuso sexual infantil no se circunscriben a los más notorios, ni a los llevados a cabo por figuras políticas. Ojalá así fuera.
No. Son mucho más comunes de lo que quisiéramos imaginar y eso es lo que convierte al fenómeno en una verdadera tragedia social. Eso, lo vasto del problema, no los casos sonados o el morbo.
Tan solo en nuestro país, cada año ¡5.4 millones de menores y adolescentes son víctimas de abuso sexual! Ello significa que cada minuto, 10.2 menores de edad son víctimas de algún tipo de abuso sexual. Increíble.
Las cifras de terror continúan: seis de cada diez violaciones se producen en casa, donde el agresor es un familiar o conocido del agredido. ¡Y seis de cada diez mujeres atendidas por violencia sexual en nuestro país son niñas o adolescentes!
Al año, 21 mil niños son SECUESTRADOS para para sufrir explotación sexual infantil. Dije niños, pues son ellos y ellas.
No por nada, de acuerdo con “Aldeas Infantiles SOS”, nuestro país ocupa el deshonroso primer lugar a nivel mundial en abuso sexual infantil.
En el mismo lugar lo coloca la OCDE, por cierto. Y para mayor vergüenza, entre los países que pertenecen a este organismo, ello no solo por cuanto a abuso sexual infantil, sino también en materia de pornografía infantil, violencia física y homicidios cometidos contra los menores.
Pero claro, el silencio aplasta. De cada mil casos de abuso sexual infantil en México, solo 100 se denuncian. De estos, únicamente el 10% llega ante un juez y solo el uno por ciento recibe sentencia condenatoria (OCDE).
La pregunta se vuelve urgente tanto para los “conocidos” como para los millones que ejercen esta violencia: ¿cuál es el problema en su cabeza y en su sexualidad que tienen que vulnerar y violentar la vida de un menor?
Terrible, reprobable, entonces, que “la disculpa” del Dalái Lama haya sido en este tenor: “… lamenta el incidente que fue un acto de broma inocente. Se disculpa por el daño que sus palabras pudieran haber causado”. ¿Palabras? ¿De qué estamos hablando? ¡Fueron hechos!
Mas en México este y otros abusos se toman a chacota. O, si “bien” nos va, para motivar revuelo de corte político (como terminó ocurriendo con la foto que Marcelo Ebrard compartió en su cuenta de Twitter y que después —no sabemos por qué motivo— borró).
En el caso del Dalái Lama: que si Felipe Calderón no abrió la boca; que si Vicente Fox o Andrés Manuel López Obrador tampoco. Que si el ministro Arturo Zaldívar condena cómo se condujo el jefe espiritual del budismo tibetano…
En todos —o en casi todos los casos— capitalizar electoralmente es lo que se proponen los que sí tienen voz; “los dimes y callados” toman como fin señalar al oponente. Y se pierde de vista lo principal: el abuso a menores; en específico en nuestro país.
Porque el abuso infantil no es una cuestión de “ellos lo hacían más” o “ahora se está peor”. Tampoco es una tragedia propia de izquierdas, de derechas, de ideología o de creencias. Es una razón, eso sí, para que políticos, formadores de opinión y tomadores de decisión trabajen en favor de una mejor educación, un sistema de justicia más robusto y más amplias oportunidades de desarrollo para la ciudadanía.
Las cifras de lo que sucede en México debieran causar conmoción en todos. Dolor para quienes son o han sido víctimas, vergüenza para quienes vuelven esto un tema político.
Ya basta. Ya no más. Con los niños no, carajo. Con los niños no.